La violencia en Colombia
Estudio de un proceso social-Tomo II
Monseñor Germán Guzmán
Orlando Fals Borda
Eduardo Umaña Luna
Ediciones LAVP
www.luisvillamarin.com
La violencia en Colombia
Estudio de un proceso social Tomo II
© Monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda, Eduardo Umaña Luna
Colección Actores de la violencia en Colombia N° 11
Primera edición: junio de 1964, Ediciones Tercer Mundo
Segunda edición: septiembre de 1964, Ediciones Tercer Mundo
Apartado Aéreo 4817 Bogotá, Colombia, Sur América
Reimpresión, julio de 2019
Cel 9082624010
New York City, USA
ISBN: 9780463275887
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Introducción
"Yo soy el Señor de cielo y tierra que visito la maldad de los padres sobre los hijos, sobre los terceros y sobre los cuartos, de los que me aborrecen". LA BIBLIA.
Dieciocho meses han pasado desde la publicación del primer tomo de la serie "La Violencia en Colombia ", iniciada por la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional en un esfuerzo por explicar hechos de importancia nacional y para seguir creando una escuela sociológica sembrada en las realidades colombianas. Ha sido un período de intensa discusión y examen del problema planteado, con diversos intentos prácticos para combatir el flagelo nacional.
Las incidencias de estos meses nos destacan varios hechos de alguna importancia. En primer lugar, que es indudable en el país el afán perentorio de alcanzar las soluciones adecuadas para el problema de la " violencia ".
Con mayores luces aportadas sobre el asunto por diversas publicaciones, entre ellas la de la Facultad de Sociología, con mayor experiencia en el manejo de la política preventiva y represiva y la guerra de guerrillas por parte del gobierno, y por ajustes y adaptaciones autónomas a que la sociedad ha debido llegar por sí sola en el curso del tiempo, se ha registrado una disminución de la incidencia de hechos violentos específicos, en relación con 1957, llegando el proceso otra vez a una etapa de equilibrio, la tercera tregua en su historia, que ojalá sea la final y permanente.
Pero aunque se tienda a ser optimista y se haya proclamado que Colombia está a punto de terminar con la " violencia " (tales expresiones públicas parecen ser un rito anual), la realidad es que ésta ha tenido —y seguirá teniendo por un tiempo— nuevos brotes en los antiguos sitios castigados y en algunos antes no afectados, con las inevitables y dolorosas consecuencias en cuanto a la economía, el desarrollo social, la tranquilidad y el progreso nacionales. Los mapas incluidos en este volumen son ilustrativos de la situación a que se hace referencia.
Hay que tomar nota de estos hechos y no subestimarlos porque, como con el cáncer, un solo caso redivivo de la " violencia " real que afectó al país puede contagiar el resto del cuerpo aparentemente sano. Se sabe que en algunas partes hay expresiones seudo-revolucionarias e idealistas, y anarquistas a veces; en otras se sigue apelando a consignas políticas, al robo, a la exacción, a la venganza sanguinaria.
Pero la violencia abierta, cuyo retroceso puede quedar registrado en las estadísticas oficiales, va dando paso a otra más sutil y peligrosa, por ser subterránea. En muchas regiones donde parece muerta, la violencia sigue viva en forma latente, lista a expresarse por cualquier motivo, como las brasas que al revolverse llegan a encenderse.
Esta modalidad es peligrosa, por sus imprevisibles expresiones: en efecto, bien puede observarse en la muerte por equivocación de adolescentes disfrazados de bandoleros que habían asistido a una fiesta en Bucaramanga; en la histeria que provocan en ciertos pueblos hasta los rumores infundados sobre proximidad de bandas armadas; en los relatos que empiezan a tejerse sobre antisociales que bajan a las localidades y se mezclan libremente con los ciudadanos; y sobre todo en la certeza parecida a la espada colgante de Damocles de que cualquier acto imprudente o muerte de personas estratégicas en el pueblo, podría desencadenar de nuevo toda la tragedia inicial.
En muchas regiones rurales existe una paz insegura, la paz del silencio cómplice, que se mantiene como cobra hipnotizando al campesino temeroso de variar el " statu quo "; temeroso, porque piensa que al hacerlo no irá hacia adelante, hacia la renovación revolucionaria o hacia el bienestar que ansía sino que va a retroceder a los días de masacre y sufrimiento.
Y todavía, aunque quisiera olvidar el pasado, no puede hacerlo, porque el ambiente mismo lleva a rememorarlo en ritos masoquistas. El campesino se anonada entonces, perdiendo su risueña filosofía de la vida y su confianza en instituciones básicas como la Iglesia y el Estado o los partidos, y en los personeros tradicionales de ellas.
A falta de liderazgo raizal que sea genuinamente altruista y servicial y que no le tema al sacrificio por la colectividad, el afán de cambio que subsiste va tomando entonces el camino contraproducente de la apatía política, que casi siempre es como la primera escena tensa de un drama agitado.
Como muerto en vida, el campesino fustigado por la violencia latente al mismo tiempo va acumulando las frustraciones y decepciones implícitas en el proceso, proceso que teóricamente debe llegar a saturación.
Puede estarse gestando así una nueva violencia, la del estallido de los oprimidos y de los indigentes a quienes no se les hace justicia. Son los que han perdido la fe en las instituciones, y que como no la tienen, al estallar no podrán encontrar cauce normal que les contenga.
Ha quedado en esta forma vivo el rescoldo y abiertas las úlceras, bajo una capa traicionera de cenizas en apariencia apagadas. La potencialidad de la agresividad permanece constante, detrás del antifaz de morosidad y abulia.
La situación parece acercarse cada vez más a la que por varios siglos ha declinado los campos de Sicilia, o a la que ha. hecho esporádica irrupción en partes de España, Brasil y Grecia.
A veces se oye el rumor asordinado de clandestinas preparaciones bélicas. Ello es entendible, porque no se han corregido aún los defectos básicos de la estructura social nacional que según el Tomo I son causa de la " violencia ", y que al subsistir la alimentan.
En el presente volumen, el lector hallará nuevos argumentos que deberán hacerle meditar sobre por qué continúa el fenómeno. En primer lugar, el doctor Eduardo Umaña Luna pone el dedo sobre la llaga de nuestra juventud abandonada, especialmente la que es oriunda de las áreas azotadas. Es obvio que en sucesivas generaciones se han venido incubando tendencias y actitudes que llevan a repetir el ciclo violento, así sea por vendettas familiares, políticas, religiosas o económicas, o por simple sevicia o robo.
Pero la solución se posterga o va tan lentamente, que la justicia " del Señor de cielo y tierra" se cumple' al reducirse los recursos dedicados a " curar " nuestra niñez y juventud, víctimas de una situación que crearon sus padres.
Nos enseña también el doctor Umaña que los grupos en armas no anduvieron caóticamente, sino que produjeron sus propias normas, expidiendo estatutos que son altamente interesantes por ser surgidos de la colectividad en respuesta a necesidades reales y basados muchas veces en instituciones sociales autónomas. Inmensa lección de derecho vivo que merece la atención del mundo docto europeizante y semi-artificial de las ciudades y de los centros universitarios.