AVATARES DE UN ARISTÓCRATA EN HARAPOS
GUSTAVO JIMÉNEZ AGUIRRE
CENTRO DE ESTUDIOS LITERARIOS, UNAM, Proyecto CONACYT “Amado Nervo: lecturas de una obra en el tiempo”.
Todo antologador puede asumir diversas funciones. Una de ellas es similar a la de los sabios del reino del califa de Bagdad que Amado Nervo presenta al inicio del ensayo “Brevedad”, incluido al final de la primera sección de este libro. Digno de una ficción borgiana, aquel monarca presiona reiteradamente a su consejo de ancianos hasta conseguir que condensen la sabiduría oriental en una sentencia grabada en la “enigmática superficie verde” de una gran esmeralda. No menos forzado a trabajos y zozobras, el antologador reduce paulatinamente los contornos de determinada obra en busca de un milagro o un espejismo: capturar la esencia de aquélla en un compendio ideal.
“Brevedad” no aborda el género antológico; en cambio su autor prefigura en algunas líneas del texto una inquietud de nuestro tiempo. De manera similar a la propuesta de Umberto Eco, Nervo examina la posibilidad de que algún Estado se proponga crear “la biblioteca ideal” a partir de la abrumadora producción de libros impresos: “¿qué quedará —se pregunta el ensayista— de las diversas literaturas y filosofías para los escolares nerviosos, ágiles y atareados del tiempo futuro?” Ésta y otras especulaciones sobre autores y obras canónicos de Occidente y Oriente se relacionan, en la segunda parte de “Brevedad”, con una característica que el autor atribuye a su prosa: la brevedad, reconocida y elogiada por contemporáneos como Rubén Darío y Alfonso Reyes. Para este último, de la concisión nerviana al mutismo sólo había un paso: “por momentos me ha parecido que Nervo acabará por preferir el balbuceo a la frase, que se encamina al silencio. Su silencio sería, entonces, la corona de su obra” (Reyes, p. 17). La afirmación de Reyes, que forma parte de su reseña de Serenidad (1914), tiene una connotación más literaria que literal, pues se vincula con el proceso de depuración retórica que Nervo inició alrededor de 1910 y que sostuvo hasta sus últimos poemarios.
En esa misma línea puede situarse la defensa nerviana de la “difícil facilidad” de la poesía de sor Juana Inés de la Cruz, en un momento en el que muy pocos apreciaban su obra, como admitió Octavio Paz en Las trampas de la fe (1982). En el siglo XX Amado Nervo inicia la reivindicación de la escritora con Juana de Asbaje (1910), un pequeño libro, documentado y ameno, del que hemos seleccionado el cuarto capítulo. En el séptimo, Nervo se permite una argumentación desconcertante en contra de los críticos contemporáneos de la poeta; en ella introduce la promoción personal de su ruptura con el modernismo vuelto escuela:
Cuando en mis mocedades solía tomar suavemente el pelo a algunos de mis lectores escribiendo mallarmeísmos que no entendía ni el Sursum Corda, sobró quien me llamara maestro, y tuve cenáculo y diz que fui jefe de Escuela [...] Mas ahora que según Rubén Darío “he llegado a uno de los puntos más difíciles y más elevados del alpinismo poético: a la planicie de la sencillez, que se encuentra entre picos muy altos y abismos muy profundos”; ahora que no pongo toda la tienda sobre el mostrador en cada uno de mis artículos; ahora que me espanta el estilo gerundiano; que me asusta el rastacuerismo de los adjetivos vistosos, de la logomaquia de cacatúa, de la palabrería inútil; ahora que busco el tono discreto, el matiz medio, el colorido que no detona; ahora que sé decir lo que quiero y como lo quiero; que no me empujan las palabras sino que me enseñoreo de ellas; ahora, en fin, que dejo oscuro el borrador y el verso claro, y llamo al pan, pan, y me entiende todo el mundo, seguro estoy de no incurrir en juicio temerario si pienso que alguno ha de llamarme chabacano (Nervo, 1962, II, 466).
Al lado del empresario periodístico consentido del gobierno de Porfirio Díaz, Rafael Reyes Spíndola, Nervo había aprendido a despreciar a sus detractores y no dio marcha atrás a su “desnudez literaria”, como lo confirma el colofón del poemario Elevación, fechado en diciembre de 1916 con el significativo título de “Amén”: “Lector: Este libro sin retórica, ‘sin procedimiento’, sin técnica, sin literatura, sólo quiso una cosa: elevar tu espíritu. ¡Dichoso yo si lo he logrado!” (Nervo, 1962, II, 1760). Estas líneas y el ensayo “Brevedad” son textos paralelos en varios sentidos. Además de coincidentes en tiempos de escritura, ambos apuestan por la sencillez formal de contenidos “sinceros”, “afectivos” y “humanitarios” que Amado Nervo inicia poco después de su poemario