No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
Dedico este libro á las mujeres todas de mi país y de mi raza.
A. N.
AL LECTOR MEXICANO
Ahora que nos acercamos á la celebración del centenario de nuestra Independencia, está bien que pensemos en todos aquellos que con su mentalidad ingente ayudaron á formar el alma de la Patria é hicieron que se destacara poco á poco la individualidad de la misma .
Y ¡cómo olvidaríamos cuando se trata de recordar entendimientos excelsos, el máximo de Sor Juana Inés de la Cruz!
Vivió ella en un tiempo en que las ideas de independencia no empezaban aún á germinar en las almas; su estado, además, la inclinaba por fuerza á acatar toda jerarquía, y á mayor abundamiento, sus mejores amigas fueron dos virreinas: la marquesa de Mancera, que la eligió para su dama de honor, siendo muy moza aún, y la condesa de Paredes, la Lysi de sus cálidos versos. Vano sería, por tanto, hurgar entre las líneas de sus escritos para sacar algún intento ó solapada idea de emancipación .
Pero amaba aquella singular mujer con toda su alma á México; fué la luz y la poesía de la época colonial; hizo, con D. Juan Ruiz de Alarcón, que el nombre de la Nueva España sonase con coro de elogios en la Corte de los Austrias, y única en su género por la excelencia del pensamiento en una época y un país en que éste no solía ser flor femenina, merece (mientras en uno de nuestros grandes paseos se yergue el monumento soberbio que le debernos y que sin duda hemos de pagarle) culto de admiración de todas las almas.
En Dios y en mi ánima confieso que el libro mío, el libro de mis amores, el que por todos conceptos hubiese querido escribir, es uno sobre Sor Juana, erudito, ameno, hondo y amable. Pero no sé si habría sido yo capaz de esta empresa, ni he podido nunca tener á la mano la vastísima documentación necesaria para reconstruir día á día la vida de la gran monja jerónima, en el marco de su época.
Sin embargo, tal reconstrucción se encuentra quizás leyendo con reposo sus obras, en especial lo que de sí dijo ella, en prosa ó líricamente, y los innumerables versos enderezados á sus pensadas Lysi y Laura, ó sea las virreinas de México ya dichas.
Por lo mismo ruego á los desocupados que me sigan á través de las páginas apolilladas de un volumen encantador, que he de ir glosando: los tres tomos de las obras de la Décima Musa, así como en mis excursiones por la innumerables páginas, á ella, en innumerables libros, dedicadas.
I
Cómo vivió en el siglo.
y entre dos montes fué su primer lloro.
(verso anónimo)
El elocuente padre Calleja sintetiza así la vida de Sor Juana:
“Cuarenta y cuatro años, cinco meses, cinco días y cinco horas, ilustró su duración al tiempo la vida de esta rara mujer, que nació en el mundo á justificar á la naturaleza las vanidades de prodigiosa.” .
Al hablar del lugar de su nacimiento, de esta suerte se expresa:
“A doce leguas de la ciudad de México, metrópoli de la Nueva España, están casi contiguos dos montes, que no obstante lo diverso de sus calidades en estar cubierto de sucesivas nieves el uno, y manar el otro perenne fuego , no se hacen mala vecindad entre sí, antes conservan en paz sus extremos y en un temple benigno la poca distancia que los divide. Tiene su asiento á la falda de estos dos montes una bien capaz alquería, muy conocida con el título de San Miguel de Nepantla, que confinante á los excesos de calores y fríos, á fuer de primavera, hubo de ser patria desta maravilla. Aquí nació la madre Juana Inés, el año de mil seiscientos y cincuenta y uno, el día doce de Noviembre, viernes, á las once de la noche. Nació en un aposento que dentro de la misma alquería llaman La Celda, casualidad que, con el primer aliento, la enamoró de la vida monástica y la enseñó á que eso era vivir, respirar aires de clausura.”
* * *
Yo no quiero olvidar jamás cierta noche de miércoles santo, en que, yendo para Cuautla, una avería de la locomotora nos obligó á quedarnos tres horas en Nepantla.
La transparencia de la atmósfera, extraordinaria, daba á los astros la ilusión de una proximidad emocionante.
Una placidez de tonalidad admirable reinaba en el paisaje.
Largo rato vagué por entre las casas humildes y por los campos anegados de luna, repitiendo con no sé qué íntimo deleite:
¡Aquí nació Sor Juana!
¡Aquí nació Sor Juana!
¡Y contemplaba la coraza azulada del Ixtaccihuatl, como queriendo robarle todo el ensueño que en su tranquila nieve debieron dejar acumulados los límpidos ojos pensativos de la maravillosa infantita, que desde estos sitios la miraron tantas veces!
¿Dónde estaba la bien capas alquería del padre Calleja?
¿Cuáles de aquellas paredes blancas cobijaron los primeros años de la adorable niña?
Un recogimiento misterioso parecía apoderarse de todas las cosas, y el sabor de mi contemplación era tan hondo y suave que cuando silbó la locomotora anunciándonos que íbamos á reanudar el roto camino, parecióme que, comel Monje Alfeo que oyó cantar al ruiseñor celeste, mi espíritu volvía de un éxtasis de siglos, á las vanas fatigas de la vida.
* * *
Esta vecindad de los volcanes en que vió la luz Sor Juana, ha dado lugar á muchos tropos.
En la descripción de cierta Panoramasia alusiva al nacimiento de la poetisa entre el Popocatepetl y el Ixtaccihuatl, se dice: “Dosmontes había, uno que se liquidaba en arro yos de oro; otro que se vertía en ríos de plata; en las cumbres dos ingenios con este epígrama: Si hoc in montibus, quid in mentibus?”
El autor de unos bellos tercetos, que (según reza el título), se hallaron sin nombre del que los compuso, á raíz de llegar á España la nueva de haber muerto la poetisa (pero que se sabe de cierto quién fué y que tuvo gran amistad espiritual con la monja) dice refiriéndose ai mismo asunto:
“Sabed que donde muere el sol y el oro
dejar por testamento al clima ordena,
le nació en Juana Inés otro tesoro
que ganaba al del sol en la cuantía.
Y entre dos montes fué su primer lloro:
Estos de nieve y lumbre, noche y día,
volcanes son, que al fin la primavera
vive de frío y fuego en cercanía.
Aquí, pues, gorjeó la Aura primera