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Amado Nervo - Crónicas

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Amado Nervo Crónicas
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    Crónicas
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Crónicas: resumen, descripción y anotación

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La poesía amorosa del mexicano Amado Nervo (1870-1927) acompañó los embelesos de muchos hispanoamericanos posiblemente hasta que arribó el eros nerudiano. Pero Nervo fue también un poeta religioso acerca de cuyos méritos ha dicho tanto el maestro Alfonso Reyes. Exactamente como lo hicieran otros modernistas, viajó a París y a Madrid desde donde escribió para todo el continente cientos de crónicas. Atento y curioso de los adelantos científicos del momento, su interés principal estuvo sin embargo en captar la atmósfera propia del tiempo, de un «siglo nervioso», los inicios del siglo XX. En sus crónicas resalta el aficionado a la magia, acaso el poeta que lee el universo según el principio de la analogía, pero también el humanista sorprendido por los cambios de costumbres. Este libro es una muestra de sus afables prosas y de la atención que prestaba a los intereses de los lectores.

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Título original: Crónicas

Amado Nervo, 1910

Editor digital: IbnKhaldun

ePub base r1.2

Presentación Todo el mundo es decir casi todos los estudiosos y buena parte - photo 1

Presentación

Todo el mundo, es decir, casi todos los estudiosos y buena parte de los lectores, coincide en lo lejano cuando no lo remoto de la poesía del mexicano Amado Nervo (1870-1919) . A otros modernistas se los sigue estudiando por importancia histórica, por obligación escolar, por necesidad pedagógica, por su influencia como «clásicos» de la lengua, la raza y el gentilicio. De la misma manera se los vuelve a editar para que las nuevas generaciones se enteren de esa importancia y encuentren otras perspectivas más allá de las necias referencias de los manuales. Con Nervo no parece ocurrir lo mismo, famosísimo en una época, celeradísimo, no se lo estudia igual y, acaso, si se lo edita es para alimentar todavía un tipo de gusto sentimentalista masivo. Acaso porque una de las grandes ramas de su poesía fue el tema amoroso y porque muchos hispanoamericanos se enamoraron recitando sus versos de memoria, plagiándolos, atribuyéndoselos falsamente. Para completar, el gran amor de su vida, la mujer a la que amó por doce años —se ha hecho una película sentimental sobre este tema— murió y dejó desolado al hombre y al poeta, fue la mujer que, según Alfonso Reyes, hizo que Nervo cambiara su modo de hacer poesía: «Dios mío, yo te ofrezco mi dolor. / ¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!». «Era llena de gracia como el Avemaría; / ¡quien la vio, no la pudo ya jamás olvidar!», poema sobre el que se ha compuesto una canción popular muy cantada en los años cuarenta. Desde los años veinte sobre la poesía amorosa hispanoamericana sopló el ventarrón explícitamente erótico de Neruda y seguramente la sensibilidad amorosa cambió a tal punto que lo «popular» amoroso era nerudiano más o menos hasta que en los años ochenta se impuso la «salsa erótica». Ofrendas a Dios en Nervo que no sólo se entienden por la heterodoxa religiosidad que practicaron los modernistas, paganos y cristianos como Rubén Darío, padre de todos, sino por el fuerte sentimiento católico del mexicano, estudiado asimismo por Alfonso Reyes, suficiente para explicar buena parte de su obra poética: no únicamente una etapa sino un verdadero capítulo. Al igual que sus colegas modernistas y más o menos en las mismas fechas, según las edades de cada cual, hizo la travesía del Atlántico para vivir en París y en Madrid cumpliendo funciones «diplomáticas» y principalmente periodísticas. Desde tales centros produjo para buena parte de la prensa hispanoamericana que lo reproducía centenares de crónicas, reflexiones del instante, sobrevuelos de la actualidad. También estos trabajos están marcados por preocupaciones trascendentalistas y espiritualistas ya que Nervo era dado a la magia y lo esotérico. Le interesan, a comienzos del siglo XX, las grandes invenciones que cada día se dan a conocer y que en su rapidez pudieran inclinarlo hacia una fe cientificista, sin embargo, cada una de ellas, hasta los primeros injertos celulares de Alexis Carrel, no hacen sino estimularle una visión poética, religioso-poética, basada en el viejo principio de la analogía. Es, desde luego, la visión del humanista, necesitado de entenderlo todo y de unificar lo disímil. Pero es igualmente el punto de vista de un modernista y de un «hombre moderno» que ante la rapidez de todo, los cambios de costumbre, la prescindencia de la cortesía y las buenas maneras, percibe que la nueva centuria está llamada a ser «el siglo nervioso». Por supuesto que en su visión hay muchas notas más bien finiseculares propias del neurasténico y elegante final del siglo XIX dotado de almas delicadas. Dice Alfonso Reyes, causa de que la atención de los lectores se siga fijando en el olvidado Nervo: «Este ensayista curioso siente atracción por las lucubraciones científicas, por los gabinetes de experiencias: hay, en el fondo de su alma, una nostalgia de la Escuela Preparatoria. Os aseguro que le gustaría escribir novelas de ciencia fantástica a la manera de Wells». De sus abundantes prosas de ficción, poesías —lo esencial—, crónicas, cartas, viajes, etc. —Luis Alberto Sánchez se queja, con razón, de la amplitud injustificada de sus obras completas—, se presentan aquí algunas crónicas escritas en Europa y algunos trabajos en los que se intranquiliza por el destino que traerá la Primera Guerra Mundial a la que el poeta sobrevivió un año, en Montevideo, nuevamente como diplomático.

Los sabios y el misterio de la vida

EL AÑO DE 1913 ha sido fértil para la ciencia.

Infinitos inventos e infinitas derivaciones prácticas de descubrimientos anteriores, han venido a aumentar enormemente el acervo mental humano. Empero, el problema por excelencia en que los hombres de laboratorio han trabajado quizá con más encarnizamiento, es el de la conquista de la energía intra-atómica, «de esa energía inmensa, capaz de dislocar y de romper el equilibrio indestructible que existe en los electrones constitutivos del átomo» y merced a la cual se redimiría al mundo, desapareciendo las desigualdades de la suerte que obligan a las cinco sextas partes de la humanidad a trabajar sin descanso para producir lo necesario a una sexta parte privilegiada. La energía intra-atómica, la utilización de las mareas y el aprovechamiento del calor solar, podrían por sí solos realizar con exceso toda la suma de trabajo que el mundo necesita para vivir.

Llegada la actividad científica al punto en que se halla, todo hace presumir que va a desbordarse en incontables aplicaciones. Los descubrimientos se seguirán vertiginosamente. Lo que soñábamos como lejano se volverá habitual, sin causarnos sorpresa ninguna, gracias a esa maravillosa facultad que poseemos de adaptarnos a todo.

El cinematógrafo, unido al fonógrafo, nos reproducirá la vida con su poderosa y sugerente realidad. La telegrafía inalámbrica, que merced a un minúsculo receptor de bolsillo está ya, por unos cuantos francos, al alcance de todo el mundo, pudiendo servir de antena… hasta un paraguas, nos pondrá en condiciones de suprimir el espacio; la visión a distancia será tal vez un hecho antes de que termine 1914. El aeroplano, para el cual Orvile Wright ha encontrado un estabilizador admirable, llegará a perfeccionamientos no imaginados. La transmutación de la materia (derivada del conocimiento de los átomos de que hablábamos antes), que ha valido a Ramsay éxitos llenos de un turbador enigma, ha de sorprendernos en breve con milagros de laboratorio. En suma, todo incita a creer que el año que ha empezado abrirá al cerebro humano horizontes inmensos… Pero el misterio de lo que esté más allá de esos horizontes, será tan esquivo, tan ilimitado, tan imponente como siempre…

«Con sólo lo que ignoramos —ha dicho sir William Crookes— se podría construir el universo». Y uno de los más prestigiados biólogos modernos, Mr. de Grammont Lesparse, en libro que acaba de aparecer en casa de Alean sobre Les inconnus de la Biologie, nos dice que, a pesar de todos los adelantos de esta ciencia maravillosa, no se puede dar un paso sin la noción de un principio intelectual, activo, simple y sin duda autónomo, Logos, Clinamen, Espíritu, Alma (poco importa el nombre), «sin el cual nada se explica, con el cual todo se comprende».

Por su parte, el sabio doctor Gustavo Le Bon, hablándonos de los misterios de la vida, en una especie de balance de los adelantos psíquicos del año, afirma que en el terreno orgánico no ha podido ser formulada una sola hipótesis verosímil. Se emplean únicamente palabras que no significan nada real, como fuerza vital, naturaleza, instinto, etcétera, y ellas constituyen las explicaciones de lo que ignoramos… «El hombre de ciencia las repite todavía algunas veces para simplificar sus descripciones; pero sabiendo bien que no tienen ningún sentido. Inútil es reflexionar mucho —dice— para ver que cuando se califica por ejemplo de fuerza vital el poder inexplicable que hace crecer una brizna de yerba o regenera la pata mutilada de una salamandra con sus vasos y sus nervios, nada se ha averiguado de la causa real de los fenómenos observados».

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