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Pablo De Rokha - Epopeya;Antologia

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Pablo De Rokha Epopeya;Antologia
  • Libro:
    Epopeya;Antologia
  • Autor:
  • Editor:
    Lumen
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  • Año:
    2019
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    SANTA FE
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Epopeya;Antologia: resumen, descripción y anotación

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Rescate de la gran antología prologada que Carlos Droguett hizo de la poesía de Pablo de Rokha.


Epopeya es la recuperación de un grandioso hito de la poesía chilena. En 1974, Carlos Droguett publicó en La Habana una amplia selección prologada de la obra de Pablo de Rokha, quien seis años antes se había quitado la vida. Además de la amistad, los unía una afinidad literaria marcada por el ímpetu, el desborde y la acritud. Fue inmejorable el trabajo de Droguett, hecho para la prestigiosa colección Casa de las Américas de Cuba y hoy reeditado íntegramente por Lumen Poesía: una antología sustancial y maciza antecedida de una extensa introducción que realza con inteligencia el valor de la gran poesía rokhiana, esa escritura única, celebratoria y demoledora a la vez.

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Índice Prólogo PABLO DE ROKHA TRAYECTORIA DE UNA SOLEDAD por Carlos Droguett - photo 1
Índice
Prólogo
PABLO DE ROKHA, TRAYECTORIA DE UNA SOLEDAD
por Carlos Droguett Parecería ocioso bosquejar la vida de este gran creador, ya que toda su obra, sin excepción, es su propia biografía, como la biografía, en cierto modo, de su tierra y de su tiempo. Pero algunas direcciones, fechas y circunstancias, son ahora necesarias. Nació en Licantén, a orillas del río Mataquito, provincia de Curicó, Chile, el 22 de marzo de 1894. Se enorgullecía de su ascendencia española e hidalga y, a menudo, en conversaciones con quien estas líneas escribe, advertía sin estridencia que ella provenía directamente de Ruy Díaz de Vivar y de Ignacio de Loyola, lo que podría explicar su coraje, su tenacidad y su misticismo terrestre. Fueron sus padres José Ignacio Díaz Alvarado y Laura Loyola. Este contacto continuo con un medio ambiente de epopeya, fuerte y desgarrador, incluía la convivencia con todo tipo de personajes de complejísima estructura: comerciantes en ganado, policías y bandoleros, auténticos bandoleros de carabina recortada y puñal al cinto. Este contacto continuo con un medio ambiente de epopeya, fuerte y desgarrador, incluía la convivencia con todo tipo de personajes de complejísima estructura: comerciantes en ganado, policías y bandoleros, auténticos bandoleros de carabina recortada y puñal al cinto.

Aventureros de toda especie, domadores, vaqueros, salteadores de caminos, completaban el reparto humano de este violento escenario infantil. El hecho es importante porque varios de estos personajes permanecerán para siempre en el recuerdo del poeta y se convertirán, más tarde, en prototipos de su contenido poético. Desde 1906 hasta 1911 estudia en el Seminario Conciliar de San Pelayo, de Talca. Es expulsado por hereje, ya que a la lectura reglamentaria de la Biblia, él agrega autores menos ortodoxos, como Voltaire, Rabelais y Nietzsche. En Santiago termina sus humanidades y da bachillerato en 1912, ingresando simultáneamente a las escuelas de Ingeniería y de Derecho. Alguna tarde, en conversaciones sostenidas en sus habitaciones del hotel Bristol, me confesaría que también había pensado matricularse en Medicina y, además, en el Instituto Pedagógico para estudiar más a los clásicos.

Se lo tragan la bohemia y el periodismo, y en el diario radical La Mañana publica sus primeros versos. Con la iniciación periodística de su poesía comienza su dramática trayectoria de soledad, negación y abandono, porque ahí están ya, en forma inconfundible, su garra y su desgarramiento. Ha sido señalado por el destino para acometer un trabajo que no le será perdonado. «En arte hay que incendiar para purificar», decía por aquellos días, en París, Guillermo Apollinaire, y por eso, el fuego que trae Pablo de Rokha iluminará a su época, pero finalmente lo consumiría. Talento e insolencia eran demasiado para este provinciano desconocido que llegaba abriendo a patadas el silencioso e inmovilizado templo del arte por el arte. La soledad lo esperaba.

Soledad relativa, por lo demás, ya que conoce a Luisa Anabalón Sanderson, con quien contrae matrimonio en 1916. La consecuencia de este enlace es absolutamente fundamental en la vida y en la obra de Pablo de Rokha, quien se enamoró de Winétt como «jamás hombre alguno se enamoró». A partir de este momento, ella estará presente en forma permanente en su poesía, será el remanso acogedor de su esforzada existencia, la luz perpetua que iluminará sus cantos presentes y futuros. Tuvo nueve hijos: Carlos, poeta, es decir extraordinario poeta; Lukó y José, pintores; Juana Inés, Pablo, Laura, Flor, Carmen y Tomás. La muerte de los dos últimos, siendo él muy joven y ellos muy niños, lo estremecería profundamente: a Tomás está dedicado el admirable Escritura de Raimundo Contreras. Fue profesor de Estética en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile.

Viajó largamente por América, Europa y Asia. En 1965, obtiene tardíamente el Premio Nacional de Literatura, después de una larga vida gastada de pueblo en pueblo vendiendo sus propios libros que él mismo editaba. «La mayor parte de los libros de Pablo de Rokha se vendió muy poco. Él mismo cree que de Los Gemidos, publicado en 1922, no fueron comprados más de 10 ejemplares. El resto fue utilizado para envolver carne en el Matadero». Viejo, enfermo, pobre, envidiado y calumniado, se suicida en la mañana del 10 de septiembre de 1968.

L A VOZ MÁS PODEROSA Su muerte asumió, en realidad, todos los caracteres de un asesinato, pues fue la resultante natural y lógica de una larga trayectoria de aislamiento, de destierro, de anonimato, de vacío letal forjado con silencio y astucia alrededor de la figura del poeta, el más profundo e innovador de los creadores chilenos del presente siglo, seguramente de los americanos, probablemente de los de lengua española. Cuando al comenzar el siglo Pablo de Rokha se da a conocer en los diarios de Santiago y luego en la antología, clásica ya, Selva lírica, su voz es insólita y única por la fuerza de su canto, por la insolente originalidad de su pensamiento, por la ferocidad voraz de sus invectivas; el poeta traía a las letras chilenas, junto con un poderoso caudal de entusiasmo creador, un desusado e iconoclasta afán de innovación, de destrucción, de deflagración rasante y total. Él no conocía la hipocresía ni los susurros ni los términos medios, no conocía tampoco la enfermedad, las toses alérgicas, los estertores histéricos, los pulmones carcomidos por las medias tintas y las esenciales frustraciones, las mejillas empalidecidas por el mismo y antiquísimo sol que venía iluminando desde la Colonia a los desahuciados, a los tristes, a los lloriqueantes y llorosos inquilinos de la poesía europea y americana. Él era un poeta solar y un forajido; no, no lo podían perdonar; primero le tenían miedo, después le tenían odio y le vaticinaban dolencias y cuarentenas, se aislaron, lo aislaron. Los más audaces o los mejor guarecidos por el sastre, el notario o el boticario, lo insultaron, le enviaron anónimos, trataron de reírse de él, de su modo de andar rural y empastado, pero el poeta no se quedaba callado, en el campo se cría buena voz, se alimenta uno de terrores y soledades, de grandes espacios, él había sido arriero y testigo y cómplice de contrabandistas, de bandidos, de verdaderos hombres, manejaba el látigo, el puñal, el revólver, los puños, los dientes, todo eso lo esgrimía en su poesía. No, no se quedaba callado, no se quedaría callado aunque lo enmudecieran, contestaba con ímpetu fenomenal, con osadía, con saña y demoledora obscenidad si era necesario y siempre era necesario.

Alguien que lo conoció bien, Juan de Luigi, recordaría, sin demasiada elocuencia: ...a muchísimos les convendría que Pablo de Rokha fuera un muerto. Dejarían que fuera un muerto que sigue viviendo, que come, que bebe, que se viste, que duerme, en una palabra, que respira. Pero intelectual y artísticamente muerto. Entonces con un hermoso epitafio sobre la lápida, todos quedarían contentos. Pero Pablo de Rokha tiene la impertinencia de seguir viviendo, de seguir creando, de seguir combatiendo, de seguir diciendo lo que piensa. Y eso sí que no se lo perdonan.

Es el albatros baudelariano, con sus alas de gigante, y esas alas, muchas veces, aunque no sirven para andar sino para volar, suelen golpear en forma muy contundente. De ahí que los que han tenido que ir a la botica para curarse las contusiones, saquen sus pequeñas afirmaciones que se propagan en secreto, en murmullos; y que, como la calumnia de don Basilio en El barbero de Sevilla, sólo explotan cuando el vientecillo se ha transformado en tempestad. El poeta, recién inaugurado en plena juventud, se había transformado en un dolor estético, por la asombrosa novedad de su poesía, y en un dolor social por su coraje para defender sus puntos de vista, no sólo artísticos sino políticos o sencillamente humanos. De ahí, pues, que no es de extrañar la soledad en que transcurrió su larga vida, soledad que él mismo, de puro sano, de puro fuerte, de puro superdotado de vida, había deseado, buscado y proclamado desde que naciera y conociera su destino y su fuerza. La soledad en que él se lanzó y en la que después fue sumergido y residenciado por los otros, tiene etapas. En primer lugar, forman en ella, como los silenciosos constructores, los fracasados, los frustrados, los envidiosos iluminados

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