Pol Galofre - Políticas trans: una antología de textos desde los estudios trans norteamericanos

PRÓLOGO

Susan Stryker

Traducido por Pol Galofre

Después de llevar gran parte de los últimos veinte años trabajando para afianzar los estudios trans como un nuevo, útil y revelador campo de la academia interdisciplinar, es para mí un honor escribir el prólogo de esta antología de artículos sobre el tema, muchos de los cuales están siendo traducidos al castellano por primera vez. Espero que pueda ser beneficioso este intento de superar las diferencias culturales, lingüísticas e históricas que separan el lugar de producción de estos trabajos en un contexto angloparlante, tanto activista como académico —en su mayoría de los Estados Unidos—, de su lugar de recepción en el mundo de habla hispana.

La academia transgénero anglófona se aprovecha del hecho de que la gramática inglesa tiene pocos marcadores de género, permitiendo así que el género se exprese de formas diferentes a como lo hace en otras lenguas con mayor peso del género, como es el castellano. Es más sencillo remarcar la distinción de sexo/género en inglés y esta facilidad es la base del desarrollo de la teoría de género anglófona. Trabajos anglófonos como The Traffic in Women , de Gayle Rubin, y Gender: A Useful Category of Historical Analysis de Joan Scott; el concepto de interseccionalidad de Kimberlé Crenshaw y la erótica de los feminismos negros de Audre Lorde han transformado la academia y el activismo queer en todo el mundo. Sin embargo, aquellas configuraciones de sexo, género, identidad y rol social que pueden sernos familiares y lógicas en un país o cultura determinados, al trasladarlas a otro contexto pueden parecer completamente extrañas e incluso inapropiadas. Debido al poder global económico, político y militar de los Estados Unidos, las explicaciones de lo humano que allí se originan pueden llevar consigo formas de privilegio o dominación que dificultan la comprensión de cómo funcionan esos mismos mecanismos en otros contextos, o que consiguen reorganizar las identidades siguiendo los patrones y las preferencias de los Estados Unidos —de acuerdo con lo cual, incluso la utilización del término transgénero puede convertirse en una forma de colonización conceptual.

Aun así, el concepto transgénero circula globalmente y ha sido adoptado en muy diferentes circunstancias, no necesariamente bajo coacción, con resultados políticos muy distintos. Los movimientos transfeministas y posporno españoles son dos ejemplos inspiradores del potencial radical que los conceptos transgénero anglófonos pueden catalizar, a medida que se trasladan de contexto. En el mejor de los casos, el concepto puede servir para construir alianzas entre diversos grupos oprimidos y marginados. Si se utiliza con conocimiento crítico, la caja de herramientas intelectual, que proporcionan los estudios trans y las estrategias de activistas transgénero, tiene un gran potencial para promover las luchas sociales entre aquellas personas oprimidas debido a sus diferencias respecto de las creencias dominantes acerca de lo que constituye un «verdadero» hombre o mujer. En un mundo en el que la reproducción asistida biotecnológicamente desplaza las nociones clásicas de una «natural» división sexual del trabajo; en donde, a través del incremento de movimientos transnacionales de poblaciones, una cantidad inconmensurable de categorías culturales de lo humano se encuentran unas a otras; y en el cual los movimientos sociales por la liberación deben abordar cuestiones sobre la libertad en relación con la expresión de formas poco convencionales de entenderse a sí mismo, los conocimientos que puedan extraerse de las vidas transgéneros que viven en la actualidad bajo condiciones de marginación social son cada vez más significativos. Tal como dijo la activista transgénero, Leslie Feinberg, hace más de veinte años, la «Liberación transgénero» es «un movimiento cuyo tiempo ha llegado».

Los estudios trans exploran la variabilidad y la contingencia, a través del tiempo y el espacio, de cómo se interrelacionan cuestiones como el sexo biológico, los roles sociales, la identidad de género psicológica, la expresión de género, los estatus de parentesco o las categorías administrativas de lo humano, y afirman que todas estas configuraciones no son ni naturales ni innatas, sino que están producidas sociopolíticamente. Estos estudios no solo están motivados por la curiosidad que generan las diferencias humanas, sino también por el reconocimiento de que las personas de «género atípico» suelen estar expuestas a altos grados de violencia, estigmatización, marginación y ostracismo, y de que estas personas y sus aliadas necesitan analizar todos los medios y formas de esas opresiones como parte de sus lucha para derrotarlas. Los estudios trans parten del conocimiento producido desde los cuerpos y de la sabiduría de las experiencias vitales de las personas trans, sin llegar a situar estas formas de conocimiento como la única verdad, o como una autoridad incuestionable en temas transgénero. Pretenden entablar un diálogo mutuo y beneficioso entre estos conocimientos derivados de las experiencias transgénero y otros conocimientos críticos; al hacerlo, comparten conexiones genealógicas, metodologías críticas e intereses políticos con estudios sobre raza, etnicidad e indigeneidad, preguntándose de quién es el conocimiento que es reconocido como tal, y a qué cuerpos se les permite hablar sus verdades con eficacia.

Los estudios trans coinciden con la teoría queer en tanto que critican el sesgo «heteronormativo» de la sociedad, pero dinamitan la categoría de «sexo» que atraviesa la distinción entre homo y hetero. Coinciden con el feminismo en tanto que también contestan la subordinación de género, pero han aprendido a contar más de dos géneros. Tal como con el estudio de las condiciones físicas de lo intersex y de los activismos de aquellas personas que se enfrentan a la precipitada «corrección» hormonal y quirúrgica de estas condiciones en la infancia, los estudios trans deben abordar la creciente incorporación de la vida humana en los marcos biomédicos, pero no pueden rechazar simplemente esa medicalización como una imposición violenta hacia unos cuerpos victimizados, sino que deben buscar posibilidades para obtener agencia moral y política en formas emergentes de «vidas vivibles» dentro de estos regímenes biomédicos.

Esta priorización de las condiciones emergentes de vida, por encima de aquellas tradicionales o establecidas, forja fuertes alianzas entre los estudios trans y los estudios de lo poshumano, los estudios animales y estudios ecológicos de lo que se ha llamado la Era Antropocena. Cada una de estas corrientes reconoce un «estado de emergencia» a nivel planetario que nos obliga a cuestionar rigurosamente qué consideramos humano, por qué elevamos ese estatus de humanidad sobre otras formas de ser, y cómo este privilegio humanista está implicado en la muerte y la degradación de todo aquello que es considerado algo menos que completamente humano. Ser humano, dentro de la modernidad eurocéntrica, supone ser legiblemente identificado con género masculino o femenino, de una forma que se desvanece dentro de la neblina ideológica a la que llamamos Naturaleza. De esta manera, transvalorar aquellas vidas monstruosas o inhumanas y derrocar la tiranía del Hombre, al cuestionar las dicotomías de sexo y género, puede que sea la implicación más radical y oportuna de la teoría y práctica transgénero.

El campo de los estudios trans empezó a formarse en la academia de los Estados Unidos al inicio de la década de los noventa, aunque obviamente ha habido diversas personas expertas estudiando temas trans desde mucho antes de esa época. El tratar de entender los diferentes tipos de personas en otras culturas (como aquellas a quienes los primeros exploradores españoles en las Américas llamaron mujercitos, hermafroditas o bardajes) y el imponer formas eurocéntricas en sus vidas ha sido una parte fundamental de la colonización europea durante más de quinientos años. Si aceptamos el marco biopolítico de Michel Foucault, el aumento de las técnicas modernas de gobierno durante los siglos diecisiete y dieciocho hizo rutinarias las prácticas de vigilancia e interrogación de todos los miembros de la población de un Estado, sometiéndolos a normas disciplinarias, cultivando ciertas formas privilegiadas de vida y desatendiendo y erradicando aquellas formas menos deseables, más conflictivas o recalcitrantes. Bajo esas circunstancias, aquellas que ahora llamamos vidas transgénero fueron blanco de un escrutinio elevado y se convirtieron en objetos de aguzado interés para el Estado. Al llegar al siglo diecinueve, la ciencia eugenésica, la sexología y el racismo científico proporcionaron nuevas taxonomías de humanidad aberrante y despreciada y reunieron nuevos y poderosos argumentos para anclar las jerarquías sociales en las presuntamente fijas características biológicas. Para mediados del siglo veinte, se había construido ya un vasto archivo de trabajos médicos, psicológicos, forenses, penales, legales, sociocientíficos y etnográficos del fenómeno transgénero. Decir que los estudios trans empezaron al inicio de la década de los noventa es no solo negar la existencia de este maravilloso conjunto de discursos expertos (o ignorar muchas de las narrativas autobiográficas publicadas que escribieron personas trans sobre sus vidas), sino además afirmar que fue entonces cuando las propias personas trans comenzaron a discutir la legitimidad de esas opiniones expertas, a socavar los marcos y las suposiciones que las convertían en objetos de conocimiento en vez de sujetos de saber, y a producir relatos de su situacionalidad en el mundo, los cuales hacían mucho más que narrar su experiencia de encarnación de las categorías de género de los seres humanos que dictaban la ciencia, la sociedad y la ley.