GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL (Tuluá, 1945) ha dedicado su vida literaria a hacer la radiografía de la realidad colombiana de la segunda mitad del siglo veinte. Sus obras contienen, con prosa desbocada, la visión más crítica de las distintas manifestaciones del poder. La religión, los latifundistas, los políticos, los narcotraficantes, todos han desfilado caricaturizados o perfilados, ridiculizados o controvertidos. Sus novelas nan sentado precedentes en la literatura y abierto puertas novedosas. Sus ensayos sobre política resultaron a mas de agudos, proféticos.
Novelas: Piedra pintada (1965), Cóndores no entierran todos los días (1972) (La adaptación cinematográfica fue dirigida por Francisco Norden), La boba y el Buda (1972, ganadora del Premio Ciudad de Salamanca), Dabeiba (1972), finalista del premio Nadal, 1971, La tara del Papa (1972), El bazar de los idiotas (1974) (Adaptada como telenovela), El titiritero (1977), Los míos (1981), Pepe botellas (1984), El Divino (1986) (Adaptada como telenovela en 1987 por Caracol Televisión), El último gamonal (1987), Los sordos ya no hablan (1991), Las cicatrices de Don Antonio (1997), Comandante Paraíso (2002), Las mujeres de la muerte (2003), La resurrección de los malditos (2008), La misa ha terminado (2013). Escritos: El gringo del cascajero (1968) Cuentos del Parque Boyacá (Cuentos, 1978), Manual de crítica literaria (Divulgación, 1978), Perorata (1997), La novela colombiana entre la verdad y la mentira (Ensayo, 2000) (Escrito en la cárcel para obtener rebaja de pena), Prisionero de la esperanza (Crónica, 2000), Se llamaba el país vallecaucano (Ensayo, 2001)
Título original: Prisionero de la esperanza
Gustavo Álvarez Gardeazábal, 2000
Editor digital: oronet
ePub base r2.1
Acertar entre esperanzas y equivocaciones
Desde cuando publiqué mi primera novela La tara del papa, en Editorial Fabril de Buenos Aires, han transcurrido, más de 40 años. El tiempo se va agotando. Me parece que antes de que termine de repetir la vida cada día, debo dejar en limpio lo que ha sido mi obra literaria. Este esfuerzo que hacen para ir sacando con entusiasmo, tomo por tomo, puede compensar la falta de lectores que tendrá.
El prisionero de la esperanza, no es cronológicamente mi primer libro. Cuando el salió al mercado bajo el patrocinio de Editorial Grijalbo, yo estaba preso, condenado por haber vendido una estatuilla a la amante de un narcotraficante. La historia se encargará de dilucidar que tan forzado fue el juicio para hacerme salir de la carrera presidencial que se avecinaba. El esfuerzo de mis amigos por no dejar caer la llama de todo lo que significó mi atronador triunfo en las urnas en octubre de 1.997, se fructificó con este libro,
Aquí están los testimonios de un trabajo mas intelectual que administrativo. Releyéndolos tantos años después de ser publicados me impacta la capacidad de acertar en medio de tantas consideraciones que hice lleno de esperanza. No me afecta haberme equivocado en algunas observaciones que entonces prediqué con fe en un futuro que veía inminente. El país no cayó en la batalla territorial que le procuraban las guerrillas y las autodefensas. Colombia no fue una Yugoslavia, pero nunca existieron, por ejemplo, mis criticados consejos administrativos municipales, ni el país pudo superar la crisis agrícola que veía venir con el neoliberalismo que he atacado siempre con tanta vehemencia y que, por estos días, vemos derrumbarse.
Acertar entre tantas esperanzas y tantas posibilidades de equivocarse es, probablemente, lo que me ha hecho volver, con el paso de los años, en ese gurú que el país consulta y que con tanto afecto ejerzo. No he sido habitante del mundillo bogotano. No alcancé el poder que todo provinciano anhela. Pero me siento infinitamente orgulloso de haber podido ser el prisionero de la esperanza para poder sobrevivir.
Gustavo Álvarez Gardeazábal
El Porce, octubre de 2011
Prólogo
a la primera edición
Álvarez entiende
El 26 de octubre de 1997, casi setecientos mil vallecaucanos apoyaron con su voto la propuesta política de Gustavo Álvarez Gardeazábal. Nunca antes en la historia de Colombia, candidato regional alguno había obtenido tan amplio respaldo electoral. Culmino así un proceso iniciado dos años antes, que llevó al, en ese entonces candidato, a recorrer palmo a palmo el departamento, ubicando sus necesidades, memorizando sus apremios; concertando con su comunidad posibles soluciones. En una palabra, integrando al vallecaucano común a una misma causa: unir esfuerzos para la construcción y la consolidación de un verdadero País Vallecaucano.
Al asumir la gobernación el 1 de enero de 1998, Gustavo Álvarez Gardeazábal y su equipo de colaboradores conocen que la situación fiscal del departamento del Valle del Cauca es peor que las más pesimistas cifras mostradas por las diferentes comisiones de empalme.
Se presenta el primer reto, asumir y negociar una deuda financiera que sobrepasa los 450 mil millones de pesos y por la cual debían cancelarse un poco más de 12 mil millones mensuales de intereses. Se impone, tan sólo tres meses después de empezar el mandato, un régimen de total austeridad en el gasto, eliminando los viáticos, los pagos de combustible y reparación de vehículos, el pago de teléfonos celulares, de pasajes aéreos, para mencionar algunos. Se logra además, negociar con el sector financiero un primer Plan de Desempeño que evita la declaración de cesación de pagos por parte del ente departamental.
De forma inmediata, se inicia el programa de reactivación agropecuaria, base del modelo político de Álvarez Gardeazábal, para detener la masiva migración campo-ciudad, y fundamentalmente para reencontrar la vocación agrícola del departamento, tan maltrecho, luego del proceso neoliberal de apertura económica, liderado por el presidente Gaviria. Es así como se diseña la Carretera Cordillerana, que ofrece a todos los campesinos del Norte del Valle, especialmente a los asentados en la cordillera occidental, facilidades de mercadeo directo de sus productos. Carretera que, como anécdota, es dictada de memoria por el Gobernador Gardeazábal en veces corrigiendo o adicionando los mapas existentes, ante el asombro de ingenieros y técnicos. Se logra además, con parte del sector privado, la compra anticipada de cosechas, obteniendo el campesino los recursos necesarios para la siembra, mantenimiento, recolección y mercadeo de sus cultivos.
Pero como no basta con respaldar la identidad productiva para lograr una verdadera identidad vallecaucana, se pone en marcha desde la Gerencia Cultural del departamento, un proyecto masivo de descentralización artística y cultural, denominado La Ruta de la lulada, que logra, a partir de la creación »de siete distritos, una agitación intelectual y cultural permanente en cada uno de los cuarenta y dos municipios que conforman el departamento, incluyendo sus veredas, caso de la Hondura en el cañón de Garrapatas. Y que demuestra una vez más que dichos espacios son mucho más valiosos que muchas mesas de negociación, en la búsqueda de una verdadera y sentida política de paz y convivencia.
Se logra afincar en cada vallecaucano un sentimiento de pertenencia, de arraigo, de orgullo por la tierra, que impide, entre otras cosas, que la guerra desborde unos límites manejables y, sobre todo, impone unas barreras a la creación o aparición de nuevas fuerzas que acrecienten el conflicto. Gracias a ello, los primeros 16 meses de gobierno son de diálogo permanente con los sectores armados, insurgentes y fuerzas legales, elaborando propuestas prácticas y veraces, que logran credibilidad en los espacios en conflicto, permitiendo un clima de tolerancia dentro del departamento.