El buen historiador parte de unos hechos y los estudia en su momento concreto, separando las causas de las consecuencias. Lo políticamente correcto no tiene nada que ver con este método cuando saca sus imágenes de la historia. Siguiendo el capricho de sus lemas, juega con las épocas y los lugares, resucitando un fenómeno desaparecido o proyectando en los siglos anteriores una realidad contemporánea. Juzgando la historia pasada en nombre del presente, lo históricamente correcto ataca el racismo y la intolerancia en la Edad Media, el sexismo y el capitalismo bajo el Antiguo Régimen, el fascismo en el siglo XIX . El hecho de que sus conceptos no signifiquen nada fuera de su contexto, poco importa: el anacronismo es rentable en los medios de comunicación. No es el mundo de la ciencia, sino de la conciencia; no es el reino del rigor, sino del clamor; no es la victoria de la crítica, sino de la dialéctica.
Jean Sévillia
Históricamente incorrecto
Para acabar con el pasado único
ePub r1.7
Rob_Cole 25.06.2018
Una intolerancia compartida
Las cruzadas han causado una enorme confrontación entre Oriente y Occidente, que no sólo se ha traducido en términos militares. Los dos siglos de presencia franca comprenden también periodos de paz y de coexistencia entre cristianos y musulmanes. En nuestros días, debido al multiculturalismo imperante, este encuentro de dos civilizaciones ha dado lugar a un mito. En aquel entonces Oriente estaba más avanzado que Occidente en algunos campos, como la astronomía o las matemáticas; los cruzados descubrieron allí la naranja y el limón. ¿Acaso esto justifica la descripción de los europeos como gente siempre grosera y brutal frente a unos orientales siempre delicados y pacíficos? Es cierto que se produjeron influencias mutuas. A los francos establecidos o nacidos en Oriente después de la cruzada se les llama «potros». Estos hombres desarrollan una cultura particular, nacida del alejamiento de la madre patria y de la cohabitación con el islam. Uno de ellos, Foucher de Chartres, muerto en Jerusalén en 1127, redactó una historia de la primera cruzada en la que evoca a sus semejantes: «Nosotros, que éramos occidentales, nos hemos vuelto orientales. Hemos olvidado los lugares de origen; varios de entre nosotros los ignoran o jamás han oído hablar de ellos».' En el reino de Jerusalén, los musulmanes pagan un impuesto a los francos. Se tolera su culto. En 1183, Ibn Dyubayr, musulmán de España, atravesó los estados cristianos para ir de peregrinación a La Meca. Dejó un relato de su viaje: «Sobre su territorio, los cristianos hacen pagar a los musulmanes una tasa que se aplica con total buena fe. Los mercaderes cristianos, a su vez, pagan en territorio musulmán por sus mercancías; su buen entendimiento es perfecto y se observa la equidad en toda circunstancia».
Pero las treguas no serán jamás duraderas. La existencia de los francos ha sido corta (menos de un siglo, salvo para el principado y Antioquía) y pronto se han visto reducidos a una estrecha franja costera. Considerando las grandes líneas de su historia, nos es forzoso constatar que estos estados, de espaldas al mar, han estado constantemente a la defensiva. Si el mundo musulmán no hubiera estado tan dividido —también él presa de luchas nacionales, tribales y religiosas— la aventura de los estados latinos de Oriente habría sido todavía más breve. En cuanto un territorio era reconquistado por los musulmanes, los cristianos asumían de nuevo su estatuto de dhimmi, bastante comparable al estatuto de los musulmanes en los principados cristianos, aunque en éstos nunca se prohibió la construcción de mezquitas. En Oriente, en ninguna parte se ve tolerancia, en el sentido que le damos en la actualidad. Laurent Theis asegura: «Ya no creemos hoy en día, a pesar de ciertos relatos edificantes, que se haya producido un verdadero intercambio cultural entre cristianos y musulmanes, en el siglo XII , en el Próximo Oriente».
Por supuesto, las cruzadas no han constituido un enfrentamiento entre bloque y bloque. Los cristianos, al igual que los musulmanes, estaban divididos: han combatido cristianos contra otros cristianos, musulmanes contra otros musulmanes. Se han visto incluso tribus musulmanas aliarse con los cruzados, y algunos cristianos orientales preferir estar al servicio de los príncipes musulmanes. Queda el hecho, sin embargo, tal como lo hemos dicho, de que las cruzadas son una respuesta al desarrollo del islam. Y la expansión musulmana nunca se ha realizado con delicadeza.
Se presenta ahora a Saladino como un soberano liberal. Es verdad que este hombre inteligente fue un adversario caballeroso: Dante, en La divina comedia, le rinde homenaje. Y relativamente tolerante, ya que detuvo el brazo de los fanáticos que quisieron derribar el santo Sepulcro. Dicho esto, practicó sin escrúpulos la yihad. Algunos quisieran reducir esta palabra a su sentido árabe (esfuerzo supremo, tendencia hacia un objetivo) borrando su sentido común de «guerra santa». Según Cécile Morrisson: «La yihad no desemboca, como la cruzada, en la elección entre conversión o muerte —ofrecida a los musulmanes vencidos durante las primeras cruzadas—, ni en la intolerancia de derecho, si no en la intolerencia de hecho, de los estados cruzados con respecto a los musulmanes». Contrarrestemos esa visión idílica con el relato de la toma de Jerusalén redactado por Imad ad-Din , secretario de Saladino: «íbamos hacia la Jerusalén rebelde para someterla: para acallar el ruido de las campanas cristianas y hacer resonar la llamada islámica a la oración, para que las manos de la fe expulsaran a las de los infieles, para purificarla de las suciedades de su raza, de las inmundicias de esta humanidad inferior, para reducir su espíritu al silencio dejando mudos sus campanarios». Cuando es capturado el rey de Jerusalén, Guy de Lusignan, es tratado con consideración. Pero Renaud de Châtillon, los hospitalarios y los templarios son exterminados, al igual que las tropas turcas aliadas de los francos. En cuanto a los cautivos cristianos incapaces de pagar un rescate, son esclavizados. A menos que elijan otra alternativa: la conversión al islam o la muerte. ¿Saladino tolerante?
Con ciertos historiadores, la moda orientalista reina igualmente cuando se trata de Constantinopla —el saqueo de 1204 vuelve como un sino antiguo destinado a agudizar la mala conciencia occidental—. «Aunque separados por la religión, los bizantinos se sienten más próximos a los musulmanes que a los occidentales», sostiene Georges Tate. En cambio, desde la conquista de Siria por los árabes en 636, en el plano militar Bizancio no ha hecho más que resistir a los musulmanes, quienes, por otra parte, en el siglo XII no ven la cruzada como un elemento nuevo sino como la prolongación de las guerras con Bizancio, por que designan a los primeros cruzados con el nombre de rûm, es decir, bizantinos.
En 1453, Constantinopla cae en manos de los turcos. Mohamed II dedica la basílica de Santa Sofía al culto musulmán: el edificio seguirá siendo una mezquita, aunque en el futuro sea transformado en museo. En 1526, la victoria de Mohács dará Hungría a Solimán el Magnífico. En 1529, los otomanos asedian Viena. En 1571, la batalla naval de Lepanto marca un freno a su ofensiva, detenida de nuevo en 1683, durante el segundo asedio de Viena. Durante cuatro siglos, Europa central y balcánica vive bajo la amenaza turca. Recordarlo no es mencionar un fantasma de cruzado sino enunciar un hecho. Escribe René Grousset: «Hacia 1090 el islam turco, habiendo expulsado casi totalmente a los bizantinos de Asia, se prepara para pasar a Europa. Diez años más tarde, no sólo Constantinopla se verá liberada, no sólo la mitad de Asia Menor será devuelta al helenismo, sino que Siria y Palestina pasarán a ser colonias francas. La catástrofe de 1453, que parecía inminente en 1090, se verá retrasada tres siglos y medio». El balance de las cruzadas es también este respiro concedido a los cristianos de Oriente.