Simone Bedetti
LAS CARTAS
ADIVINATORIAS
DE LOS INDIOS
DE AMÉRICA
EDITORIAL DE VECCHI
A pesar de haber puesto el máximo cuidado en la redacción de esta obra, el autor o el editor no pueden en modo alguno responsabilizarse por las informaciones (fórmulas, recetas, técnicas, etc.) vertidas en el texto. Se aconseja, en el caso de problemas específicos —a menudo únicos— de cada lector en particular, que se consulte con una persona cualificada para obtener las informaciones más completas, más exactas y lo más actualizadas posible. EDITORIAL DE VECCHI, S. A. U.
© Editorial De Vecchi, S. A. 2016
© [2016] Confidential Concepts International Ltd., Ireland
Subsidiary company of Confidential Concepts Inc, USA
ISBN: 978-1-68325-372-3
El Código Penal vigente dispone: «Será castigado con la pena de prisión de seis meses a dos años o de multa de seis a veinticuatro meses quien, con ánimo de lucro y en perjuicio de tercero, reproduzca, plagie, distribuya o comunique públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la autorización de los titulares de los correspondientes derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importe, exporte o almacene ejemplares de dichas obras o producciones o ejecuciones sin la referida autorización». (Artículo 270)
En cada colina
me gustaría bailar con los árboles
cada mañana
(MAURIZIO MAROTTA)
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
Este es un viaje por la cultura, por la filosofía y por la espiritualidad de los indios de América, pero también es un viaje por la cultura, la filosofía y la espiritualidad de cada uno de nosotros.
Las cartas de los indios nos ayudan a descubrir y a aplicar en la vida diaria la clarividencia de los nativos americanos; pero sobre todo nos ayudan a entender que tenemos que vivir de forma ecológica y que este nuevo estilo de vida constituye la esencia de la concepción del mundo que tenían los indios, la esencia de nuestro propio sentir.
¿Qué significa vivir de forma ecológica? La respuesta a esta pregunta la obtendremos a través de la lectura de las cartas de los indios.
Lo que más nos asusta es nuestra inutilidad. La ciencia nos ha demostrado ampliamente que nuestro mundo es frágil, que no está sujeto a leyes inmutables sino que está en continua transformación, y que este proceso está subordinado a las leyes de la casualidad y de lo imprevisto.
La evolución no es un crecimiento gradual que tienda a una perfección siempre mayor, sino un proceso guiado por fuerzas imprevisibles y por contingencias que conducen a la extinción. El homo sapiens no es el inevitable producto de un proyecto planificado, sino el resultado casual y marginal de una historia de la vida que tiene inicio en el pasado más remoto y que proseguirá de forma irreversible en el futuro más impenetrable.
Nosotros sabemos todo esto y nos da miedo. Estamos asustados por una naturaleza indiferente hacia nuestro ser y nuestros sufrimientos, ni madre ni madrastra, que no nos ama y que ni siquiera nos odia. Lo estamos porque tenemos plena consciencia —y esto es lo que hace única a nuestra especie— de nuestra limitación y de nuestra mediocridad respecto a la infinidad y a la majestuosidad de la naturaleza. Una naturaleza que no da las respuestas que deseamos y que no se comporta según nuestros cálculos y nuestras pretensiones. Somos enanos y el gigante no nos ha dejado subir sobre sus hombros.
Se teme lo que no se entiende, y se acaba odiando lo que se teme. La civilización occidental odia la naturaleza, rechaza su diversidad, su inconmensurable alteridad, su sustancial incomprensibilidad. Odiándola, intenta olvidarla: construye sucedáneos tecnológicos que la sustituyan y le hagan independiente de ella; nos obliga a aceptar la árida existencia en un eterno presente, separado e independiente de la historia de la naturaleza, en el que el tiempo se consume por nuestras mediocres locuras, prometiéndonos eternidades que no nos consuelan o insignificantes éxtasis de decadencia individual y social. Al odiarla, intenta destruirla: quemando la energía del planeta, vital para todas las especies vivientes, agrediendo y aniquilando la biodiversidad.
Pero si la naturaleza es indiferente a nuestros sufrimientos, también es inocente de nuestras culpas. Nos toca a nosotros volver a ella, volver a casa. Es el único retorno que podemos experimentar. Los indios de América nos enseñan precisamente esto: a encontrar nuestro sentido de la naturaleza, a descubrir nuestro ser naturaleza y a luchar para conservarlo. Para nosotros y para nuestros hijos. Esta es la visión de los indios.
Todavía hay otra cosa, la más importante. Con la destrucción de la naturaleza desaparece no sólo la riqueza de la realidad biológica, sino también y sobre todo su belleza. Si existe, de hecho, una unidad de fondo de la realidad, esa es sin duda, como dice Gregory Bateson, estética. Ningún sucedáneo, copia, mecanismo, reproducción virtual, película o pintura puede igualar la belleza de una forma viviente. Y en cambio la arrogancia de nuestro tiempo intenta impugnar también esta obviedad, prefiere la copia a la matriz, e incluso llega a considerar la copia como única y verdadera matriz.
El hombre tiene precisamente esta suerte, único entre todas las especies vivas: es consciente de la belleza. Si en lugar de rechazarla la buscara, si en lugar de combatirla para derrotarla renovara cada día con los ojos la maravilla... Prometeo debería restituir el fuego a los dioses, y pedir a cambio un poco de juicio; Orlando debería volver sobre la luna, recuperar la razón y disfrutar del bosque junto a Angélica.
Porque, afortunadamente, existen más cosas en el cielo y en la tierra de las que pueda soñar nuestra filosofía.
ORIGEN Y FINAL DE LOS INDIOS DE AMÉRICA
Cuando Cristóbal Colón puso los pies sobre territorio americano no podía saber que precisamente en ese momento empezaba el final del pueblo piel roja. Era el año 1492, y a los ojos del navegante, esa tierra parecía un inmenso paisaje deshabitado y lleno de riquezas donadas por el cielo para celebrar la belleza de la reina Isabel y la potencia del Imperio español.
En realidad, el inmenso paisaje que extasió a Colón custodiaba una cultura que había nacido y crecido en el seno de un pueblo que vivía en esas regiones desde unos 35.000 años antes. Los primeros colonizadores del territorio que actualmente forma parte de los Estados Unidos de América se habían instalado durante el periodo pleistocénico, procedían seguramente de Asia y atravesaron el estrecho de Bering, transitable en esa época debido a la glaciación que estaba teniendo lugar. Ellos dieron vida, a lo largo de los milenios, a una gran colonización que se extendió desde Alaska hasta Centroamérica y a una riquísima y variada cultura, todavía desconocida actualmente en algunos de sus aspectos.
Página siguiente