FEDERICO NAVARRETE
ALFABETO DEL RACISMO MEXICANO
BARCELONA MÉXICO BUENOS AIRES NUEVA YORK
INTRODUCCIÓN
Este Alfabeto es un ejercicio de reflexión que nos invita a reconocer la existencia y la amplia huella del racismo en México, las muchas maneras en que vulnera nuestras vidas privadas y envenena nuestra vida pública. Su ánimo es satírico porque muchos de los prejuicios y las costumbres que describe son hipócritas y en el fondo ridículos, aunque no por ello resultan menos lesivos a quienes los practican y a quienes los padecen. La idea de organizar las ideas, las costumbres, los dichos y los prejuicios vinculados con el racismo mexicano en forma de artículos de un “diccionario” se inspiró en varios ejercicios de este género que he encontrado en internet, y además en el Dictionaire des Idées Reçues de Gustave Flaubert, sin que pretenda alcanzar ni la precisión ni la implacable misantropía de este último. Por ello la obra tiene un carácter fragmentario: las entradas son deliberadamente heterogéneas, algunas se refieren a prácticas comunes en nuestra vida social, otras examinan las acciones y dichos de personajes, individuales o colectivos, otras describen ámbitos sociales e instituciones, y las hay que analizan conceptos y prejuicios difundidos en diferentes medios. Busqué la variedad de actores y de términos para hacer más amena y más provocadora la lectura. El conjunto no pretende ser exhaustivo; lo imagino más bien como un caleidoscopio en el que podamos reconocer las muy distintas formas en que se practica la discriminación en México y también reconocernos en ellas.
Como todos los libros, este es producto de una historia particular y accidentada. La idea original del alfabeto fue concebida como un divertimento que debía complementar el ensayo México racista: una denuncia , que apareció a principios de 2016. Así, comencé a publicar en el sitio Horizontal (horizontal.mx) una serie de viñetas mordaces que describían el carácter camaleónico y taimado de nuestro racismo. Desde su primera entrega, en abril de 2016, sin embargo, el proyecto tomó vida propia. La inclusión de una entrada dedicada al nombre del prominente y venerado intelectual mexicano Roger Bartra desató una intensa polémica en el propio sitio Horizontal y en las redes sociales. En su momento expuse mis razones para esta decisión y no me arrepiento de ella. Tampoco me arrepiento de haber incluido en otra entrada a Octavio Paz, aunque sus sempiternos acólitos quisieron quemarme en leña verde por criticar a su ídolo, dueño de todas las verdades y emperador absoluto de nuestra cultura, aun veinte años despúes de su muerte. En esta versión impresa evitaré las entradas dedicadas a individuos, excepto una dedicada a mí mismo y la historia de mi familia, que incluyo por honestidad, y otra dedicada a Donald Trump, que incluyo por desesperación, porque me parece que un libro debe abrir otro tipo de conversación, más reflexiva y de mayores alcances que los ciento cuarenta caracteres con que se polemiza en Twitter y el espíritu intolerante que priva con demasiada frecuencia en las redes sociales.
A pesar de estas polémicas, o tal vez gracias a ellas, el Alfabeto cumplió de manera sobrada con mi mayor esperanza: abrió una conversación rijosa, apasionada y urgente sobre las formas del racismo en nuestro país. El tono provocador de varias de las entradas tenía como propósito precisamente interpelar a los practicantes de estas formas de discriminación, deliberados y conscientes pero también inconscientes o hipócritas. Como estoy en desacuerdo con las críticas que ciertos intelectuales elitistas dirigen a la “corrección política”, el tono satírico de mis viñetas se lanza contra otra forma de “corrección”, a mi juicio mucho más dañina: la autocomplacencia con que las clases medias, los académicos, los intelectuales y quienes trabajan en los medios de comunicación niegan el racismo que practican, o lo justifican como una realidad inevitable, o poco trascendente, de la vida social mexicana.
El racismo mexicano es como sacarse los mocos con el dedo: una costumbre que practicamos siempre de manera vergonzante y que negamos con ahínco en caso de que alguien nos la achaque. Y como hacemos con los parientes, amigos o colegas a quienes sorprendemos hurgando sus fosas nasales, también aprendemos a hacernos de la vista gorda y a mirar a otro lado cuando alguien a quien respetamos incurre en dichos o acciones discriminatorios. Uno de los objetivos centrales de este Alfabeto es precisamente romper la hipócrita cortesía que suele rodear una práctica que nos debe resultar intolerable y repugnante.
Gracias a la iniciativa generosa de Malpaso, mi diccionario del racismo renace ahora, aumentado al doble su largo original, con muchas entradas nuevas, y revisado para tomar la forma de un libro. Quien recorra sus páginas encontrará un mosaico de expresiones y personajes variados y contrastantes, con disonancias inevitables y también con ineludibles repeticiones, pero que intenta presentar una visión amplia y dinámica de una realidad social lacerante. La coherencia no ha sido mi objetivo, porque el conjunto de costumbres y prejuicios, formas de hablar y de pensar que describo no forman una realidad congruente ni exenta de contradicciones. El racismo mexicano no está animado por una ideología sistemática, más allá de la convicción vaga y contradictoria, pero nunca cuestionada, de que todos somos mestizos o debemos serlo. La fragmentación del texto pretende reflejar también la manera en que las mexicanas y los mexicanos experimentamos la discriminación racial: siempre de una manera dispersa e individual, con la inevitable carga de vergüenza particular, por lo que rara vez somos conscientes de su carácter social más amplio, como ha mostrado Mónica Moreno Figueroa.
Pese a ello, he realizado el mayor esfuerzo para que mis argumentos y mis críticas sean consecuentes y rigurosos. Me inspira la convicción de que la división de la humanidad, y de las naciones y las comunidades, en razas es artificial y nociva, pues las diferencias biológicas entre los diversos seres humanos no son significativas y seguramente no afectan ni su capacidad intelectual ni su capacidad moral. Me mueve, asimismo, el más profundo rechazo a las formas de discriminación y exclusión que se han practicado por siglos a partir de las ficticias diferencias raciales y mi conocimiento personal y social de las dolorosas huellas que han dejado en nuestro país, evidente en la marginación de los pueblos indígenas, en el desprecio a los más “morenos” o más “negros”, en la ciega adhesión al ideal de la “blancura” como única encarnación de la cultura, la riqueza y la belleza, en la desigualdad y la violencia que hoy ensombrecen nuestra vida social.
Espero que las incoherencias y mediocridades que haré evidentes no sean solamente las mías, sino las que son propias de este fenómeno, como las describe con lucidez Achile Mbembe citando a Georges Bataille:
La lógica racista supone un alto grado de bajeza y de estupidez. Como señaló Georges Bataille, implica igualmente una forma de cobardía, aquella del hombre que “da a algún signo exterior un valor que no tiene más sentido que sus miedos, su mala conciencia y la necesidad de cargar a los otros, en el odio, con el peso del horror inherente a nuestra condición”; los hombres, agregó, “odian, al parecer, en la medida en que ellos mismos son detestables.”
En México, para bien o para mal, el racismo no es alimentado tanto por el odio como por el desprecio, por un desdén incuestionable y pertinaz contra quienes tienen la piel más oscura y son más pobres, por la ignorancia deliberada que nos impide reconocer lo que pueden pensar y valer quienes no pertenecen a las élites blanqueadas que se imaginan superiores y dueñas de la verdad. Si algo muestran las diferentes viñetas de este Alfabeto es el carácter pernicioso, asesino incluso, de estas formas de discriminación y los daños múltiples y profundos que infligen a la mayoría de los mexicanos. Es hora de que sintamos indignación y vergüenza por estas costumbres inaceptables; es hora de que empecemos a construir un país sin racismos.