Armando Ayala Anguiano nació en León, Guanajuato, en 1928. Fue reportero de la Cadena García Valseca (1951-1954) y corresponsal de la revista estadunidense Visión en París y Buenos Aires (1955-1961). En 1963 fundó la revista Contenido, versión mexicana de Selecciones del Reader’s Digest, con la que ha competido exitosamente. Entre sus libros más importantes sobre México se encuentran Conquistados y conquistadores (1967), El día que perdió el PRI (1976), México de carne y hueso (1978) y Zapata y las grandes mentiras de la Revolución (1998).
I. El Plan de Ayutla
El Plan de Ayutla original fue proclamado el 1º de marzo de 1854 y sólo convocaba a derrocar a Santa Anna y sustituirlo por el jefe del movimiento, quien al triunfo de las armas sería declarado presidente interino de México y tendría como principal obligación la de instaurar un congreso encargado de redactar una nueva constitución. El documento apareció firmado por el coronel Florencio Villarreal y por el general Tomás Moreno, y la jefatura fue ofrecida al insurgente Nicolás Bravo, al cacique acapulqueño Juan Álvarez y al propio general Moreno.
Villarreal era un cubano con fama de sinvergüenza y el general Moreno era un ex santannista conocido por torpe y atrabiliario. El respetable general Bravo rechazó con indignación que se le pretendiera asociar a individuos de tan baja estofa y declinó la jefatura. Moreno estaba tan desprestigiado que nadie podía aceptarlo como jefe del movimiento, y su persona simplemente se eclipsó sin dejar huella, de modo que por eliminación, Álvarez se quedó con la jefatura.
El general Álvarez ya tenía el rostro, el cuello y las manos tan arrugadas como una ciruela pasa, y con su cabellera y sus largas patillas completamente blancas, representaba varios años más de los 66 que había vivido. Era cojo por efecto de una caída de caballo y para caminar necesitaba apoyarse en un bordón. Su mayor placer consistía en recordar los tiempos en que fue el principal colaborador de Vicente Guerrero, de quien había heredado el cacicazgo de sus tierras. Contó entre los personajes que mandaron embajadores a Colombia para suplicar a Santa Anna que regresara a México, y aunque protestó cuando Lucas Alamán fue convertido en eminencia gris de la dictadura, al cabo se sometió a las nuevas realidades, aceptó la capa pluvial de raso azul y las medallas de oro que lo acreditaban como comendador de la Orden de Guadalupe en versión santannista y hasta organizó en su feudo la farsa electoral que sirvió para conferir al caudillo las facultades omnímodas que exigía. Su amor por la libertad renació cuando Santa Anna, con el pretexto de enfrentar una imaginaria invasión filibustera, nombró un nuevo comandante militar en Guerrero y envió a la entidad tropas encargadas de recuperar los ingresos fiscales de la federación, que el cacique se había venido apropiando. Entonces proclamó el Plan de Ayutla.
Resultaba obvia la necesidad de buscar la adhesión de personas respetables para llevar adelante el plan, y entre los nuevos invitados descolló Ignacio Comonfort, quien en 1853 había obtenido la remunerativa jefatura de la aduana acapulqueña y al año siguiente fue obligado a renunciar bajo acusaciones de corrupción (en realidad, el dictador necesitaba disponer de los puestos ocupados por los liberales moderados, como Comonfort, para otorgárselos a sus incondicionales).
A la sazón de 43 años de edad, Comonfort era un poblano corpulento cuyo padre, un francés o catalán de recursos muy escasos, lo puso a trabajar desde los 11 años de edad. Con base en sacrificios y becas había logrado cursar la escuela primaria y hacer carrera burocrática: prefecto de Cuautitlán, coronel de las milicias poblanas, diputado y senador, hasta culminar con la aduana de Acapulco.
Comonfort aceptó unirse al movimiento de Ayutla con la condición de que el plan fuera reformado. La primera versión hacía pensar en la fórmula federalista que esgrimía la facción de los “puros” —como lo eran Álvarez, Moreno y Villarreal— y Comonfort consiguió que se modificara a efecto de proclamar un régimen republicano a secas, que no ahuyentaría a los moderados ni a los conservadores partidarios del centralismo.
De inmediato se convirtió Comonfort en el alma de la revuelta. Enterado de que Santa Anna marchaba sobre Acapulco con un ejército de 6 000 hombres, se refugió tras los muros del fuerte de San Diego y con sólo 500 reclutas resistió los embates del dictador, quien al ver que nada conseguía decidió proclamarse victorioso, declarar que la rebelión había sido sofocada y volver a la ciudad de México a recibir los homenajes de costumbre.
A pesar de la exitosa resistencia, los rebeldes ya no pudieron avanzar, pues carecían de recursos bélicos. Comonfort viajó entonces a California y Nueva York y allá consiguió 2 000 fusiles, 80 quintales de pólvora, 50 000 cartuchos, un obús de montaña con su dotación de cápsulas, un surtido de granadas entre las que figuraban 200 del tipo usado por el ejército de Estados Unidos, piezas sueltas y herramientas para fabricar cañones, etc. Parece que también reclutó a varios artilleros yanquis y europeos que contribuyeron en grado importante a los triunfos futuros.
Según Comonfort, el dinero para comprar los elementos bélicos lo obtuvo de un préstamo por 60 000 pesos que le hizo el agiotista español Gregorio de Ajuria contra la promesa de entregarle 250 000 pesos si la revolución triunfaba. No parece sensato que el gobierno de Washington permitiera la adquisición de pertrechos de guerra tan cuantiosos a menos que considerara necesario establecer en México un gobierno más manejable que el de Santa Anna, y como además se rumoreaba que el Plan de Ayutla había sido redactado por indicaciones del embajador James Gadsen, no resulta aventurado suponer que el gran impulso de la Revolución de Ayutla provino del norte.
Como quiera que haya sido, en diciembre de 1854, al regreso de Comonfort, las cosas mejoraron como por ensalmo para los sublevados. En Guerrero sólo controlaban algunos pueblos de la entidad, pero se les dejaron pertrechos para que aceleraran los avances mientras el ex aduanero se trasladaba a Michoacán, donde varios caudillos pueblerinos habían secundado la revolución pero no lograban nada importante porque pasaban riñendo la mayor parte del tiempo.
A la llegada de Comonfort se impuso el orden, se distribuyeron los nuevos pertrechos y gracias a esto fue posible resistir un nuevo ataque masivo santannista y luego tomar pueblos como Puruándiro, La Piedad y Ario; en esta etapa desertó el jefe santannista de Michoacán, el general Félix Zuloaga, y se pasó al bando de Ayutla.