Armando Ayala Anguiano nació en León, Guanajuato, en 1928. Fue reportero de la Cadena García Valseca (1951-1954) y corresponsal de la revista estadunidense Visión en París y Buenos Aires (1955-1961). En 1963 fundó la revista Contenido, versión mexicana de Selecciones del Reader’s Digest, con la que ha competido exitosamente. Entre sus libros más importantes sobre México se encuentran Conquistados y conquistadores (1967), El día que perdió el PRI (1976), México de carne y hueso (1978) y Zapata y las grandes mentiras de la Revolución (1998).
I. El pasado más remoto
En el principio fue el Big bang , el prodigio ocurrido —según cálculo de la mayoría de los científicos— hace 15 000 millones de años, cuando una porción de algo que pudo haber sido materia estalló con fuerza inconcebible para dar origen a la formación del universo con su número infinito de galaxias, estrellas y planetas…
Cierto, aquí se pretende narrar lo que ha ocurrido en el lapso de unos cuantos siglos y sólo en una pequeña franja del minúsculo planeta llamado Tierra, pero nunca está de más ver las cosas en perspectiva y para esto hay que pasar una breve revista a los principales sucesos registrados antes de que surgiera el país llamado México.
Hace unos 4 500 millones de años se solidificó la masa de gases que había dado origen a la Tierra. Primero se formaron los océanos. Mil millones de años después aparecieron en el agua unas bacterias unicelulares que fueron la primera forma de vida, y hace 800 millones de años la evolución había conducido al surgimiento de organismos multicelulares que, 600 millones de años atrás, dieron lugar a la creación de primitivos animalejos dotados de conchas u osamenta, los cuales se convirtieron en fósiles susceptibles de ser estudiados por los científicos.
Con el paso de los millones de años, las placas tectónicas que forman los continentes experimentaron diversos reacomodos. Primero existió un supercontinente llamado Pangea, que hace unos 200 millones de años se había dividido para formar dos inmensas masas continentales llamadas Gondwana y Laurasia; éstas comenzaron a disgregarse a su vez para dar origen a los continentes actuales (lo que hoy es México formaba parte de Laurasia), pero todavía hace unos 70 millones de años la península de Yucatán y las tierras bajas estaban cubiertas por las aguas al grado de que a través de ellas se unían el Atlántico y el Pacífico. Sólo cuando las tierras del sureste emergieron del océano el territorio de la República mexicana adquirió más o menos su contorno actual.
Durante un tiempo muy largo, mientras los océanos ya hervían de vida, la superficie de los continentes estuvo desolada. Sólo hace 450 millones de años aparecieron en el terreno continental las primeras yerbas, los primeros arbustos y ciertas especies de insectos. Ochenta millones de años después subieron a terreno firme algunos peces dotados de órganos que los capacitaban para vivir fuera del agua; se reproducían por medio de huevos que ponían las hembras, y de este proceso surgieron al cabo los grandes saurios que llegarían a constituir la forma predominante de vida en el planeta.
Hasta el primer cuarto del siglo XX los paleontólogos no habían descubierto huesos de dinosaurio en México, mas a partir de entonces, y especialmente después de 1985, los hallazgos se multiplicaron, sobre todo en el estado de Coahuila y, en menor cantidad, en Sonora, Baja California y Tamaulipas, además de que en Michoacán, Puebla, Oaxaca y Guerrero se han descubierto huellas de pisadas de grandes saurios.
Los primeros mamíferos, minúsculos seres cuyo nacimiento se gestaba en el vientre de sus madres, aparecieron hace 220 millones de años. Luego, hace 65 millones de años, se registró una catástrofe apocalíptica —tal vez el choque con la Tierra de un gran asteroide proveniente del espacio y que aparentemente ocurrió en tierras del moderno pueblo yucateco de Chicxulub— que provocó olas marinas gigantescas, terremotos e incendios, los cuales formaron una nube de polvo y humo tan espesa que obstruyó el paso de la radiación solar durante muchos siglos; este fenómeno determinó quizá la extinción de los grandes saurios y otras especies, aunque los mamíferos sobrevivieron.
Todo esto se sabe porque, como dicen los geólogos, “la Tierra misma parece haber escrito su propia biografía”. En los continentes abundan las rocas en cuyo interior se observa la huella de plantas o animales; si en éstas aparece, por ejemplo, la forma de un pez, es razonable deducir que las rocas estuvieron cubiertas por el agua, mientras que el tipo de animal o planta encontrados revela el género de vida existente en la época en que la roca se formó.
Para calcular la edad de las capas de roca, los geólogos se guían sobre todo por la radiactividad. Los elementos radiactivos se desintegran a un ritmo constante para transformarse en otros elementos. Por ejemplo, la mitad de los átomos radiactivos del uranio se desintegran en 4 500 millones de años, y los del potasio en 1 400 millones de años. Los investigadores analizan muestras de minerales que hay en determinada región, y calculan su edad midiendo el grado de radiactividad que conservan.
Los homínidos y el hombre
Del surgimiento y evolución del hombre a partir de los mamíferos primigenios se ocupan los antropólogos y los arqueólogos, y gracias a los esqueletos excavados por estos especialistas se sabe que hace veinte millones de años ya merodeaba en África meridional el Dryopithecus , un primate del que quince millones de años después descenderían dos especies que guardan similitudes entre sí pero que no se pueden cruzar y por lo tanto son distintas: los monos y los homínidos. Estos últimos, de facciones y tamaño similares a los del chimpancé, tenían un cerebro algo más voluminoso que el de los monos, aunque no llegaba ni a la mitad del que posee el hombre moderno. Pero nacían con la ventaja de andar erguidos y no tener que apoyarse en las manos al caminar. Estos seres llamados Australopithecus , o monos del sur, se extinguieron hace un millón de años.
Para entonces una especie de los Australopithecus ya había evolucionado hasta dar origen, hace un par de millones de años, al primer antecesor directo del género humano, el Homo habilis, que también andaba erguido; sus facciones eran un poco más parecidas a las del hombre moderno, y su cerebro algo más grande que el de su ancestro en la escala evolutiva. Su estatura se acercaba al metro.