Stéphan Lévy-Kuentz - Metafísica del aperitivo
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- Libro:Metafísica del aperitivo
- Autor:
- Editor:Editorial Periférica
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- Año:2022
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Metafísica del aperitivo: resumen, descripción y anotación
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SERIE MENOR, 10
Stéphan Lévy-Kuentz
METAFÍSICA
DEL APERITIVO
TRADUCCIÓN DE LAURA NARANJO GUTIÉRREZ
EDITORIAL PERIFÉRICA
PRIMERA EDICIÓN: marzo de 2022
TÍTULO ORIGINAL: Métaphysique de l’apéritif
DISEÑO DE COLECCIÓN: Julián Rodríguez
MAQUETACIÓN: Grafime
© Éditions Manucius, 2019
© de la traducción, Laura Naranjo Gutiérrez, 2022
© de esta edición, Editorial Periférica, 2022. Cáceres
www.editorialperiferica.com
ISBN: 978-84-18838-26-2
La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.
Pronto nos daremos cuenta de que lo más importante ya no es morir por las ideas, los estilos, las tesis, los eslóganes, las creencias, ni aferrarse a ellos ni concentrarse en ellos, sino más bien retroceder un paso y tomar distancia de todo lo que nos ocurre.
WITOLD GOMBROWICZ
En realidad, sólo amamos los libros que no forman un todo, que son caóticos, que son incapaces. Y es así con todo […], nos unimos especialmente a un ser porque es incompleto e incapaz, porque es caótico e imperfecto.
THOMAS BERNHARD
Un hombre dotado de la verdadera sabiduría puede disfrutar del espectáculo entero del mundo desde su silla, sin saber leer y sin hablar con nadie, gracias al uso de los sentidos y a un alma que desconoce la tristeza.
FERNANDO PESSOA
Llevas todo el día andando y has ido a parar a la place Pablo Picasso por la rue de la Grande Chaumière. El Balzac de Rodin, comendador en bata inclinado hacia atrás, vigila el bulevar. Te plantas frente a él sin haber decidido aún qué dirección tomar. Tal vez bajar a Montparnasse, tal vez poner rumbo al este hacia Port-Royal o Denfert-Rochereau: todavía no lo tienes muy claro.
Sabes que pronto podrás salir de la vorágine que te ha arrastrado hasta allí y tomar asiento para sucumbir al ritual del aperitivo. Ha llegado el momento de concederte una hora de eternidad, una franja de tiempo suspendido que significa libertad. «La libertad es la posibilidad de aislarse», te reconforta Pessoa.
Condición previa: encontrar un puesto de observación idóneo, ligeramente apartado, ni demasiado expuesto ni demasiado aislado, una atalaya que garantice un ángulo de visión propicio para la observación, sin vecinos desagradables, donde no haya clientes de voz potente ni mobiliario que te estorbe la vista.
Has retomado la marcha. En tu reloj acaban de pasar seis minutos exactos.
Allí todo está en calma. Ni jefes de empresas emergentes dando instrucciones por teléfono, ni grupitos de italianos rememorando su última juerga, ni japoneses desempaquetando una montaña de compras, ni doctorandos marfileños arreglando la economía africana, ni norteamericanos de voz gangosa recitando el menú, ni criaturitas exigiendo su compota de kiwi y plátano ni chihuahuas echando de la acera al rottweiler de turno.
De pie delante de esa terraza que parece tenderte los brazos, vacilas entre acercarte o no. Decidir el lugar idóneo es un ejercicio más complicado de lo que parece.
Realmente no sabes por qué has elegido ese velador. Aquel de allí también te habría servido. Las terrazas de los cafés esconden diferentes dispositivos escenográficos y no todos cuentan la misma historia. El velador es versátil: puede favorecer la amistad o convertirse en una tumba solitaria.
El aperitivo, en tu opinión, no tiene nada que ver con los crudos inviernos de esos países nevados donde nunca sale el sol, con esos salones rústicos en los que un forastero se las ve y se las desea para cerrar la puerta a la ventisca (escena digna de Chaplin o de Keaton), ni con ese adefesio que viene a acodarse en la barra del bar, sino que debe consumirse en una terraza y puede ser de diversa índole: el aperitivo de grupo, que tiene algo de terapia social; el que se toma cara a cara con una sola persona y supone un intercambio íntimo, y el que te dispones a tomar y que entraña cierto esfuerzo de introspección.
No tardarás mucho en hacerlo.
Estás sentado delante de ese plato con el borde de cobre que acaricias con la palma de la mano. Tu sombra te acompaña: no te hace falta el sol para intuir su acecho.
¿Qué confidencias habrá escuchado ese trozo de mármol? ¿Qué bebidas, calientes o frías, alcohólicas o no, se habrán servido hoy en él? ¿Y quién las habrá consumido? Desde el café matutino de unos ejecutivos bañados en after-shave hasta el brunch acaramelado de alguna pareja adúltera, pasando por el vino blanco de unos rudos albañiles y el darjeeling a sorbitos de dos alegres jubiladas a primera hora de la tarde. Entre estos sainetes, un telón inmutable: ese trapo húmedo que, pasado a la ligera en círculos concéntricos, borra toda huella.
Una pizarra en blanco, una llanura virgen que te invita a entrar en escena.
El aire es fresco y perfumado; se avecina la primavera. Es el momento del ritual vespertino de dejar reposar lo que has amasado durante el día, darte un baño de pereza y disfrutar de ese bendito céfiro que tan bueno es para el cutis.
Para desterrar sus reservas, probablemente el primer reflejo del interesado es el de hacerse con el entorno inmediato. A solas delante de tu velador, sonríes al espacio que tienes enfrente. Te entran ganas de ser un poco más tú mismo que de costumbre y esta hora de paz es propicia para ello. Instalado en el ocaso, enseguida sólo tendrás que mirar cómo palpita el mundo.
El propio intervalo de tiempo ya representa una promesa de serenidad, y el aperitivo crepuscular que se anuncia es algo así como la réplica de ese expreso que tomamos por la mañana temprano en verano en las relucientes aceras pavimentadas con losas de mármol de Carrara de Atenas o Lisboa.
Sí, te embarga un sentimiento de plenitud. Con la mente abierta y la mirada limpia, te reclinas en la silla. Tu cuerpo es un embarcadero. Te sientes tranquilo, decidido, auténtico, en calma como un lago suizo en julio. Estás a los mandos de una nave intergaláctica, con el cráneo por cabina y los ojos por parabrisas. Por dentro eres muchos; hay todo un mundo loco en tu interior. Una tripulación que gira como un móvil de Calder.
«El aperitivo es la oración de la tarde de los franceses», decía Paul Morand. Aunque hace mucho que la literatura acotó el tema del alcohol, puede que caigas en la tentación de interesarte por el ritual del aperitivo, ese momento tan característico de los seres humanos, y, por qué no, de exponer algunas de tus impresiones sobre ese espacio de meditación tan representativo de nuestra presencia en la Tierra. Una suerte de ensueño, digamos, entre relato, poema y ensayo. Si no tienes inconveniente, tú mismo serás el protagonista, pero nada de lo que pienses será utilizado en tu contra. Por ahora te conformarás con escucharte a ti mismo.
Estás decidido a comenzar un paseo inmóvil hacia ese futuro que te aguarda en la distancia aunque tú no hayas pedido nada. Robert Walser, el paseante por antonomasia, te advierte: «No quiero un futuro: lo que yo quiero es un presente. Me parece más valioso. Sólo tenemos futuro cuando no tenemos presente y, cuando tenemos presente, nos olvidamos por completo de pensar en el futuro».
Asientes. De momento, la agradable sensación que poco a poco te invade es la de no tener que justificarte ante nadie. Por supuesto, no te has olvidado de esa telepantalla que llevas en el bolsillo y que revela tu longitud y tu latitud a los controladores planetarios, pero poco te preocupan esas artimañas que, de todas formas, se te escapan.
Es probable que tus allegados intenten absorberte a través de mensajes escritos o sonoros, en forma de fotos, de mails, likes, pokes,
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