Bernard Henri-Lévy - La barbarie con rostro humano
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- Libro:La barbarie con rostro humano
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1977
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La barbarie con rostro humano: resumen, descripción y anotación
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Un vasto proceso de crisis y revisión total de las ideologías y praxis, en particular de aquellas que se ofrecen como rígidos sistemas de cohesión totalitaria, se ha venido gestando en la última década. Tal vez la famosa experiencia de mayo de 1968 fue una manifestación social y masiva de una crisis que ahora se ha hecho manifiesta a nivel del pensamiento filosófico-político El movimiento de los llamados Nuevos filósofos expresa esta nueva situación en la cual alguno de los mitos y tabúes de la izquierda son sometidos a un análisis implacable y demoledor.
Bernard Henry-Lévy integra como uno de sus más importantes representantes la nueva corriente. La barbarie con rostro humano responde a todos los lugares comunes de la izquierda con la decepcionante realidad que a lo largo de los siglos muestra al hombre como una causa perdida y al poder como una fatalidad criminal. Su análisis va más allá de los casos concretos y clásicos del estalinismo para enfrentar también al progresismo en general como una máscara de la reacción. Según su enfoque los profetas son aves del mal agüero: hay que precaverse de «la barbarie con rostro humano».
Bernard Henri-Lévy
ePub r1.1
Achab1951 28.04.14
Título original: La Barbarie à visage humain
Bernard Henri-Lévy, 1977
Traducción: Edison Simons
Editor digital: Achab1951
ePub base r1.1
A Silvye,
desde hace seiscientos años.
A Justine-Juliette,
esta novela de aventuras.
BERNARD HENRI-LÉVY (Béni-Saf, Argelia, 5 de noviembre de 1948). Conocido en Francia como BHL, es un filósofo y escritor francés.
Nació en la Argelia francesa en el seno de una familia judía sefardí y se trasladó a Francia en 1954. En 1968 entró en la prestigiosa Escuela Normal Superior parisina donde tuvo como profesores a Jacques Derrida y Louis Althusser. En 1971 inició una etapa como periodista de guerra, cubriendo la guerra de independencia de Bangladés.
De vuelta en París, se hizo popular en 1976 como joven fundador de la corriente de los llamados nuevos filósofos (nouveaux philosophes) franceses, como André Glucksmann y Alain Finkielkraut, críticos con los dogmas de la izquierda radical surgida de Mayo del 68. Se convirtió entonces en un filósofo discutido, acusado de «intelectual mediático» y narcisista por sus detractores, y valorado por su compromiso moral en favor de la libertad de pensamiento por sus defensores.
Su obra más divulgada es La barbarie con rostro humano (La barbarie à visage humain), 1977, donde Henri-Lévy denuncia desde un punto de vista filosófico y político los totalitarismos del siglo XX.
Se considera que la influencia de Lévy, que estuvo de visita en Bengasi en 2011, fue fundamental para que el presidente Nicolas Sarkozy se solidarizase con los rebeldes de Libia alzados contra el dictador Gadafi.
EN EL PRINCIPIO ERA EL ESTADO
¿Qué he hecho, en definitiva, al denunciar una Historia ocultada pero portadora de esperanza y fuente siempre viva de un radiante porvenir? ¿Al romper con la idea de una Realidad más antigua que el más antiguo poder, adormecida en los limbos de una coacción interior? ¿Al negar que, fuera y antes de la ley, hay una forma pura del deseo, chispa de rocío en el atardecer de nuestra angustia? ¿Al demostrar que no hay discurso, que no hay contra-discurso, que jamás puedan escapar a la marca de la dominación? Creo haber circunscrito bien el tema que sirve de matriz a todos los optimismo: hay una naturaleza, un «estado de naturaleza», como suele decirse, que precede a la institución y que hay que intentar encontrar. Y creo haber comenzado, en razón de ello, a formular la proposición clave de un pesimismo coherente: no hay estado de naturaleza, la naturaleza no existe, nada hay antes del poder; hay que ayudar a la sociedad a darlo a luz con el fórceps de la liberación. Lo que, políticamente, aquí y ahora, implica determinado número de consecuencias cuya cadena voy a intentar desenrollar dando así término a lo que digo.
La primera: contrariamente a lo que siempre han dicho los demócratas, no hay contrato social, no hay pacto fundador del vínculo de los hombres entre sí, no hay derecho del ciudadano y no hay deberes del Príncipe. Porque, en fin, si no hay Deseo ni. Lengua, si no hay Realidad ni Historia que preceden al Poder y que se anticipen a su arsenal, lo cual significa evidentemente que los hombres, antes de la servidumbre, nada tienen que intercambiar, que no existe un «antes» donde tengan derecho al intercambio, donde estén en situación de hacerlo. Si no hay sociabilidad en el origen de la sociedad, esto significa, del mismo modo, que los esclavos no tienen ningún «bien» que puedan ceder, ningún recurso propio al que deban renunciar. Si el origen es un espejismo, el espejismo de un arcaísmo ya realizado, siempre historizado, el Príncipe nunca tiene por qué justificarse, nada, por otra parte, lo legitimiza y si se puede, si puede él poner en tela de juicio su excelencia, el problema de su existencia carece, en cambio, de sentido. La política de la Ilustración reza así: de un lado está la naturaleza humana, del otro Leviatán, y la tarea de las ideología consiste en acampar en el intervalo, en ese delgado y frágil espacio desde donde quiere velar por el respeto a las cláusulas del contrato. Una política pesimista debe expresarse completamente a la inversa: de un lado está el individuo, y del mismo lado el Estado, de un lado está Leviatán y del otro, también Leviatán: no hay intervalo, por lo tanto, no hay espacio intermediario donde las ideologías puedan apostarse para ejercer sobre el intercambio social su célebre vigilancia crítica.
«Reaccionarios» y «progresistas», por pensar todos en la Ilustración y en el horizonte del derecho natural, dicen, en fin de cuentas, las mismas cosas, incluso cuando invierten los términos de la ecuación. Dominadores y dominados son interlocutores o adversarios, cara a cara; en todo caso, polos cómplices o antagónicos de un puro intercambio político, trocando los unos el recurso de sus derechos, los otros la moneda de su fuerza, en provecho del Príncipe en un caso y, en el otro, del esclavo que se somete. A lo que hay que objetar, hoy en día, que, si la naturaleza no existe, si el derecho natural es tina añagaza, no hay quehacer político que tenga por resultado el compromiso social, no hay individuos libres que escojan reunirse, el Estado no es una creación de los hombres ni el fruto de sus deliberaciones. «La sociedad es causa de la sociedad», dice Montesquieu en las Cartas Persas; «el todo precede ontológicamente a sus partes», dice Aristóteles en su Política; y si contrato hay, demuestra la Fenomenología de Hegel, los contratantes son contemporáneos, por haber nacido en el momento mismo de fijar sus términos. Vale decir que los oprimidos no son acreedores, ni los opresores son deudores. Nada se comprende de lo Político mientras se persista en pensar en dichos términos. Y en este sentido, y solamente en este, se puede hablar del «formalismo» y de la engañifa del humanismo liberal…
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