Marie Anaut
Humor, entre la risa y las lágrimas
Colección
Psicología / Resiliencia
Humor, entre la risa y las lágrimas
Traumas y resiliencia
Marie Anaut
Título original en francés:
Humour, entre le rire et les larmes
© Odile Jacob, avril 2014
© De la traducción: Alfonso Díez
Corrección: Rosa Rodríguez Herranz
Diseño de cubierta: Equipo Gedisa
Primera edición: 2017, Barcelona
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eISBN: 978-84-9784-953-1
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La vida es demasiado importante como para tomársela en serio.
Óscar Wilde
Índice
Boris Cyrulnik
Prólogo
Boris Cyrulnik
Cuanto más rico soy, más bellas me parecen las mujeres que me dicen no.
Woody Allen
Cuando oí esta frase, me vinieron ganas de darle un beso a Woody Allen en sus mejillas blandas y hundidas. Curioso, ¿no? Sin esta frase, me hubiera parecido pequeñajo, raquítico y más feo que Picio, pero con unas pocas palabras había cambiado mi forma de verle. Me pareció travieso detrás de sus gafas, cálido a pesar de su actitud temerosa y alegre debajo de su máscara triste. Confesando su penosa estrategia erótica se volvía simpático. Hubiera podido decir: «Yo, que creía que el dinero era un arma de seducción, descubro que no lo es, en absoluto». Constatarlo simple y llanamente nos hubiera dejado a todos adormecidos, mientras que su humor nos reanimó.
Éste es el misterio que trata Marie Anaut: de qué modo la forma de presentar una desgracia puede metamorfosear su triste connotación afectiva en alegría relacional.
En los años 1930, Groucho Marx, que empezaba a ser célebre, llega a un hotel de lujo en la costa californiana. Antes de bañarse en la piscina, ve un letrero: «Prohibido a los judíos». Pide entrevistarse con el director y le dice ceremoniosamente: «Tengo un problema, señor director». Este último le responde educadamente: «¿En qué puedo ayudarle?». «Mire usted: mi madre es cristiana y mi padre judío. ¿Puede indicarme qué mitad de mi cuerpo puedo remojar en su piscina?». Groucho hubiera podido indignarse, agredir al director, dejar el hotel de golpe o callarse piadosamente. El humor le dio brío. Al darle la vuelta a la agresión antisemita, ridiculizando la prohibición, era él quien ocupaba el lugar del vencedor.
Este procedimiento es una defensa clásica que nos enseñaron en el instituto:
Yo, señor, si esa nariz tuviera
A cortármela iría corriendo.
[...]
En su taza debería remojarla.
[...]
¡Es una roca, es un pico, es un cabo!
¡Me regalo yo mismo estas bromas locas!
Me las sirvo con bastante labia
Pero ¡ay de que alguien por mí lo haga!
Cyrano de Bergerac está de acuerdo con Marie Anaut. El humor es un mecanismo de legítima defensa. Si me agredes, te devolveré tu agresión, será a tus expensas. Te haré daño con palabras que harán que mis amigos, tus adversarios, se rían. Mi elegancia en el manejo de las palabras hará con ellas una representación, un teatrillo de la desgracia en el que te tocará el papel de palurdo.
Por eso, los regímenes totalitarios producen una especie de humor de resistencia. Antes de la caída del muro, cierto día me paseaba por Liubliana con una amiga eslovena que me explicaba la asombrosa presencia de bustos de Napoleón en multitud de plazas: «Nos permitió conservar nuestra lengua, incluso durante la ocupación austríaca». Llegamos a un edificio enorme, con un montón de paredes lisas, ventanas de cristales minúsculos y una sencilla puerta de madera. Esta casona contrastaba con las bellas casas de colores italianos y cúpulas de bulbo austríacas.
—Es la cárcel —me dijo mi amiga al advertir mi sorpresa.
—Bastaría con una patada para abrir la puerta —observé.
—Nadie lo hará —explicó ella— porque la prisión es el único lugar de Eslovenia donde queda algo de libertad.
El contexto cultural desempeña un papel primordial para provocar la risa. En la época en que el servicio militar era una institución importante entre las dos grandes guerras, el humor cuartelario del soldado rústico que nunca entiende las órdenes del oficial urbanita, los chistes sucios del recluta sin educación, hacían partirse de risa a auditorios enteros, sin que eso le resultara chocante a nadie. Hoy día esta comicidad causa sorpresa. Marie Anaut, que es psicóloga y tiene importantes responsabilidades, no se hubiese reído cuando Molière entretenía a los reyes haciendo decir a sus actrices: «¿Y si a mí me gusta que me peguen?».
El contexto cultural proporciona un sabor humorístico a situaciones que hacen visibles problemas de la época. Don Quijote es un loco que dice la verdad equivocándose de adversarios y que no abandona a su Dulcinea porque la ama. Es lo que recomendaba el código amoroso de la caballería hasta el siglo xvii . Al igual que don Quijote, Germaine Tillion, deportada a Ravensbrück en 1943, consigue ridiculizar el absurdo de los campos de concentración nazis escribiendo una opereta inspirada en Offenbach y haciendo que la cantaran sus compañeras de detención.
No hay nada más serio que el humor, porque permite decir de un modo fácil verdades insoportables. En este libro, Marie Anaut me ha ayudado a comprender por qué me conmovieron tanto una película de animación que Marjane Satrapi tituló Per sépolis , por el nombre de la maravillosa ciudad persa aqueménide destruida por Alejandro. Si esta joven iraní se hubiera limitado a realizar un documental como tantos, esta clase de información, repetida sin cesar, hubiera acabado adormeciendo mi conciencia, lo cual hubiera constituido una aceptación indigna de la injusticia. Pero no hace falta dar muchas vueltas para descubrir que hoy día hay en el planeta mil injusticias que claman al cielo y que apenas somos capaces de oír.
Al optar por los dibujos animados, el humor de Marjane me desarmó. Bajé la guardia y recibí el golpe, con toda su fuerza, del absurdo criminal que afecta a la condición de las mujeres en su país. Aportándome un pequeño placer humorístico, Marjane me sedujo, tejió conmigo un vínculo de apego que me volvió sensible a lo que a ella le ocurrió. Ya no podía seguir siendo indiferente. Al reírse con nosotros, hizo que nos acercáramos y me permitió ver el ridículo de la policía religiosa, así como las ingenuidades políticas de su adorable familia. De este modo, Marjane Satrapi consiguió dejar testimonio de la dictadura sin despertar piedad. Me arrastró elegantemente hasta su campo. He aquí que el humor es un arma que permite la defensa de los oprimidos y los desesperados.
Pero no todo el mundo sabe manipular este instrumento de combate. Darío Moreno, un excelente cantante, estaba haciendo el payaso sin cesar en una noche de gala. Con su vientre orondo, su cara rechoncha y su bigote debajo de la nariz, empezaba a cantar el «Rondo du Brésilien» de La vie parisienne de Offenbach cuando, de repente, Alain Cuny, un maravilloso actor de expresión trágica se levantó indignado y abandonó la sala gritando: «¡Bufón! ¡Payaso insoportable!».