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«Cuando la realidad política que enfrenta Estados Unidos parece oscura, necesitamos voces públicas más brillantes y luminosas. El estilo característico de Jacob Tobia, comparable solo con su ingenio, cumple con ese papel a la perfección».
—Alan Cumming
«Las voces queer y no binarias muy a menudo son silenciadas en las conversaciones dominantes sobre género. Por eso necesitamos escritores como Jacob Tobia, que nos ofrecen una visión más inclusiva y brindan reflexiones sobre sí mismos a los lectores que viven más allá de los límites de lo binario».
—Janet Mock
«¡Sensacional! En definitiva, hilarante y lleno de corazón... Mariquita hará que tu rímel se corra con lágrimas de risa y llanto por igual».
—Tyler Oakley
«Queridos hombres, por favor lean este libro. Ya sean sensibles, audaces, homosexuales, heterosexuales, pansexuales, bisexuales, creativos, analíticos o no sepan qué diablos son, este libro es un modelo para curar los traumas de género de adentro hacia fuera. Es importante y brillante y no podía parar de leerlo»...
— Jay Duplass
«En un mundo lleno de ruido digital, las palabras de Jacob llegan directo al corazón. Un tesoro del tipo Mindy Kaling o Roxane Gay, Mariquita proclama aquello que todos sabemos: las personas de género no conforme son parte poderosa del pasado, presente y futuro»..
—Tommy Dorfman
«Este es un libro que todo padre o madre debe leer. Le debemos a la siguiente generación criar niños que celebren la diversidad de género y sean empáticos con ellos mismos y con los demás: eso es justo lo que Mariquita promueve».
—Judy Shepard
«La voz única de Jacob nos inspira a vivir nuestra propia verdad. Me encanta su personalidad y su mensaje y no puedo dejar de revisar su cuenta de Instagram».
—Gigi Gorgeous
«Las personas de género no conforme, como Jacob, no son solo algo que está de moda o un dato curioso, son parte fundamental de nuestra familia humana. Aceptar y empoderar a las personas no binarias es empoderar a todos para llevar una vida más auténtica y radiante».
—Dustin Lance Black
«La energía, ímpetu y luminosidad de Jacob traen alegría a muchos, estoy segura de que Mariquita hará lo mismo».
—Miss J. Alexander
«No es que el trabajo de Jacob me haya salvado , más bien me ha enseñado que quizá haya algo provechoso en mantenerse en los márgenes, en los lugares, espacios y conversaciones que la gente evita. Es este compromiso con la honestidad —en el sentido más visceral— lo que hace a Jacob tan excepcional y preciado».
—Alok Vaid-Menon
«El estilo, carisma, humor, ingenio y honestidad de Jacob son auténticos... El mundo necesita su voz, que nos ofrece a todos la posibilidad de ser quienes somos en realidad».
—Sara Ramirez
«Con aretes de clip y tacones altísimos, Jacob Tobia es sin duda la Mary Poppins de la no conformidad de género con Mariquita, una autobiografía llena de interesantes perspectivas sobre lo que significa vivir entre géneros que hará carcajearse incluso al lector más heterosexual y cisgénero. ¡Vaya proeza de femme súper poderosa! Mariquita es un libro que hace que la medicina antipatriarcal pro queer pase de manera deliciosa».
—Meredith Talusan
«Como alguien que se declaró gay públicamente mientras jugaba en la nba , puedo decir de primera mano que requiere mucho valor ser uno mismo cuando todo está contra. Al luchar por las personas de género no conforme y vivir su verdad a la vista de todos, Jacob avanza por ese mismo rumbo. Este libro es un paso más en su valiente camino».
—Jason Collins
« Mariquita es una fuente de fuerza, poder y muy necesaria
risa en el camino de cualquier persona joven que tenga
conflictos de género».
—Jazz Jennings
Para todas las niñas,
que merecen poder
en lugar de crueldad.
Para todos los niños,
que merecen dulzura
en lugar de violencia.
Para los que estamos en medio;
para los que estamos afuera;
para los que estamos más allá.
Y para mi abuela,
cuyo broche brilla en la solapa más cercana a mi corazón.
N o tuve una infancia, no realmente. O tal vez una mejor manera de ponerlo es que, como niño femenino, mi infancia nunca fue del todo mía . Mi conexión natural con mi cuerpo, la comodidad con mi identidad y mi sentido de seguridad me fueron arrebatados antes de que se formaran mis primeros recuerdos. Fueron tomados de mis manos, algunas veces con gentileza, otras de forma violenta: fui despojado de ellos con una combinación de aislamiento punitivo, humillación pública y, cuando lograba «hacerlo bien», recompensas agridulces.
Durante gran parte de mi vida pensé que todo el mundo vivía de este modo. Pensaba que la infancia tan solo era así , que todos estábamos juntos en la cuerda floja del género, usando toda nuestra energía en intentar mantener el equilibrio.
Esto es cierto, de algún modo. Todo el mundo está en contienda con su identidad de género. Cualquier niño, no importa que tan macho sea, lucha por encajar con los otros niños. Cualquier niña, hasta la más femenina, lucha por sentirse lo bastante mujer.
Por largo tiempo no quise admitir, ni siquiera ante mí mismo, que mi dolor era diferente. Es más fácil navegar socialmente cuando asumes que todos están pasando por lo mismo que tú. Es más fácil estar en paz con el mundo si pretendes que no has sido tratado peor que los demás. Fingir que no has sufrido, que nadie te ha tratado de forma injusta, es una estrategia viable de corto plazo para reducir el sufrimiento. Pero en algún momento, la herida te alcanza.
Un trauma basado en el género se parece menos a una pierna rota y más a una espalda adolorida. Una pierna rota no se puede negar. Una pierna rota se manifiesta en segundos. Dejas de caminar, llamas a una ambulancia y te vas al maldito hospital. Dejas de hacer lo que estés haciendo, cambia la manera de relacionarte con tu propio cuerpo durante algunos meses y la prioridad se vuelve recuperarte, porque no hay de otra. Si no lo haces, no vuelves a caminar. La necesidad de sanación es aguda.
Una espalda adolorida (que yo, a la edad madura de 27, ya tengo) es diferente. Se desarrolla con las décadas. No se debe a un incidente traumático, sino a una vida de estrés y daño minúsculo. Pueden pasar años para que comience el dolor de espalda.
Pero luego estás corriendo o levantando pesas en el gimnasio o aventando un disco volador y ¡pum!: tu espalda. El dolor se libera. Los años de tensión se precipitan, todo en un momento. El daño te alcanza.
La primera vez que el daño de mi infancia me alcanzó, tenía 16 años y estaba sentado en la antigua habitación de mi hermano cambiándole de canal a la televisión. Mientras veía capítulos de un programa que no había visto en años, sentí algo nuevo: nostalgia. Por primera vez, me sentí viejo . Bueno, quizá viejo es un poco dramático, pero sentí que una etapa de mi juventud había terminado.
Pensé en la persona que era a los 8 años, cuando vi el programa por primera vez. Desde entonces sabía que era diferente, solo no sabía cómo decírselo al mundo. Como si nada, años de represión se instalaron en mí. Llevaba demasiado tiempo suprimiendo mi identidad. Pero, de pronto, mientras cambiaba canales, la tensión de mantener escondida mi identidad me hizo explotar.
Esa lluviosa noche de diciembre bajé las escaleras, reuní a mis padres en la cocina y les dije que era gay. El rechazo de mi padre fue doloroso, el miedo de mi madre me lastimó, pero al fin lo había hecho. Pensé que la tensión desaparecería, que había superado la adversidad y podría continuar con mi vida.