Ambrose Bierce - El diccionario del diablo
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El diccionario del diablo: resumen, descripción y anotación
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El diccionario del diablo — leer online gratis el libro completo
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Abad
s. Padre que hizo votos de no ser marido.
Abadesa
s. Padre del sexo femenino.
Abandonado
s. y adj. El que no tiene favores que otorgar. Desprovisto de fortuna. Amigo de la verdad y el sentido común.
Abdicación
s. Acto mediante el cual un soberano demuestra percibir la alta temperatura del trono.
Abdomen
s. Templo del dios Estómago, al que rinden culto y sacrificio todos los hombres auténticos. Las mujeres solo prestan a esta antigua fe un asentimiento vacilante. A veces ofician en su altar, de modo tibio e ineficaz, pero sin veneración real por la única deidad que los hombres verdaderamente adoran. Si la mujer manejara a su gusto el mercado mundial, nuestra especie se volvería graminívora.
Aberración
s. Toda desviación mental de otra persona (respecto a nuestros hábitos mentales) que nos parezca lo bastante grave como para llamarla locura.
Abogado
s. Persona designada legalmente para que desarregle los problemas de alguien que no ha tenido la habilidad de desarreglarlos por sí mismo.
Aborígenes
s. Seres de escaso mérito que entorpecen el suelo de un país recién descubierto. Pronto dejan de entorpecer; entonces, fertilizan.
Aborrecimiento
s. Forma de desaprobación que produce algo que no se entiende bien.
Abrupto
adj. Repentino, sin ceremonia, como la llegada de un cañonazo y la partida del soldado a quien está dirigido. El doctor Samuel Johnson, refiriéndose a las ideas de otro autor, dijo hermosamente que estaban «concatenadas sin abrupción».
Absentista
adj. Dícese del propietario lo bastante precavido para alejarse del territorio de sus exacciones.
Absoluto
adj. Independiente, irresponsable. Una monarquía absoluta es aquella en la que el soberano hace lo que le place, siempre que agrade a los asesinos. No quedan muchas: la mayoría han sido reemplazadas por monarquías limitadas, donde el poder del soberano para hacer el mal (y el bien) está muy restringido, o por repúblicas, donde gobierna el azar.
Abstemio
s. Persona de carácter débil, que cede a la tentación de negarse un placer. Abstemio total es el que se abstiene de todo, menos de la abstención; en especial, se abstiene de no meterse en los asuntos ajenos.
Absurdo
s. Declaración de fe en manifiesta contradicción con nuestra opiniones.
adj. Cada uno de los reproches que se hacen a este excelente diccionario.
Aburrido
adj. Dícese del que habla cuando uno quiere que escuche.
Academia
s. Escuela antigua donde se enseñaba moral y filosofía. Escuela moderna donde se enseña el fútbol.
Accidente
s. Acontecimiento inevitable debido a la acción de leyes naturales inmutables.
Acéfalo
adj. Quien se encuentra en la sorprendente situación de aquel cruzado que, distraído, se dio palmadas en la frente, varias horas después de que una cimitarra sarracena, sin que él lo advirtiera, le rebanara el cuello, según cuenta Joinville.
Acorde
s. Armonía.
Acordeón
s. Instrumento en armonía con los sentimientos de un asesino.
Acreedor
s. Miembro de una tribu de salvajes que viven más allá del estrecho de las Finanzas; son muy temidos por sus devastadoras incursiones.
Acusar
v. t. Afirmar la culpa o indignidad de otro; generalmente, para justificarnos por haberle causado algún daño.
Adagio
s. Sabiduría deshuesada para dentaduras débiles.
Adepto
s. Secuaz que todavía no ha obtenido lo que espera.
Adivinación
s. Arte de desentrañar lo oculto. Hay tantas clases de adivinación como variedades fructíferas del pelma florido y del bobo precoz.
Administración
s. En política, ingeniosa abstracción destinada a recibir las bofetadas o puntapiés que merecen el primer ministro o el presidente. Hombre de paja a prueba de huevos podridos y de chistes.
Admiración
s. Reconocimiento cortés de la semejanza entre otro y uno mismo.
Admitir
v. t. Confesar. Admitir los defectos ajenos es el deber más alto que nos impone el amor de la verdad.
Admonición
s. Reproche suave o advertencia amistosa que suele acompañarse blandiendo un hacha de carnicero.
Adolescente
s. Quien se está recuperando de la infancia.
Adoración
s. Testimonio que da el Homo Creator de la sólida construcción y elegante acabado del Deus Creatus. Forma popular de la abyección que contiene un elemento de orgullo.
Adorar
v. t. Venerar de modo expectante.
Aflicción
s. Proceso de aclimatación que prepara el alma para otro mundo más duro. Enfermedad que se adquiere por exponerse sin defensas a la prosperidad de un amigo.
Aforismo
s. Sabiduría predigerida.
Africano
s. Negro que vota por nuestro partido.
Agitador
s. Estadista que sacude los frutales del vecino… para limpiarlos de gusanos.
Agua de arroz
s. Bebida mística usada secretamente por nuestros novelistas y poetas más populares para regularizar la imaginación y narcotizar la conciencia. Se la considera rica en obtusita y letargina y debe ser preparada en una noche de niebla por una bruja gorda de la Ciénaga Lúgubre.
Aire
s. Sustancia nutritiva con que la generosa Providencia engorda a los pobres.
Alá
s. El Supremo Ser Mahometano por oposición al Supremo Ser Cristiano, Judío, etc.
Alba
s. Momento en que la gente sensata se va a la cama. Algunos ancianos prefieren levantarse a esa hora, darse una ducha fría, realizar una larga caminata con el estómago vacío y mortificar su carne de otros modos parecidos. Después orgullosamente atribuyen a esas prácticas su robusta salud y su longevidad; cuando lo cierto es que son viejos y vigorosos no a causa de sus costumbres, sino a pesar de ellas. Si las personas robustas son las únicas que siguen esta norma, es porque las demás murieron al ensayarla.
Alentador
adj. Dar con una persona que se cree todo lo que dicen los periódicos.
Alianza
s. En política internacional la unión de dos ladrones cada uno de los cuales ha metido tanto la mano en el bolsillo del otro que no pueden separarse para robar a un tercero.
Alivio
s. Despertarse muy pronto una mañana muy fría y comprobar que es domingo.
Alma
s. Entidad espiritual que ha provocado recias controversias. Platón sostenía que las almas que en una existencia previa (anterior a Atenas) habían vislumbrado mejor la verdad eterna, encarnaban en filósofos. Platón era filósofo. Las almas que no habían contemplado esa verdad animaban los cuerpos de usurpadores y déspotas. Dionisio I, que amenazaba con decapitar al sesudo filósofo, era un usurpador y un déspota. Platón, por cierto, no fue el primero en construir un sistema filosófico que pudiera citarse contra sus enemigos; tampoco fue el último.
«En lo que atañe a la naturaleza del alma» dice el renombrado autor de Diversiones Sanctorum, «nada ha sido tan debatido como el lugar que ocupa en el cuerpo. Mi propia opinión es que el alma asienta en el abdomen, y esto nos permite discernir e interpretar una verdad hasta ahora ininteligible, a saber: que el glotón es el más devoto de los hombres. De él dicen las Escrituras que “hace un dios de su estómago”. ¿Cómo entonces no habría de ser piadoso, si la Divinidad lo acompaña siempre para corroborar su fe? ¿Quién podría conocer tan bien como él el poder y la majestad a que sirve de santuario? Verdadera y sobriamente el alma y el estómago son una Divina Entidad; y tal fue la creencia de Promasius, quien, no obstante, erró al negarle inmortalidad. Había observado que su sustancia visible y material se corrompía con el resto del cuerpo después de la muerte, pero de su esencia inmaterial no sabía nada. Esta es lo que llamamos el Apetito, que sobrevive al naufragio y el hedor de la mortalidad, para ser recompensado o castigado en otro mundo, según lo haya exigido en este. El Apetito que groseramente ha reclamado los insalubres alimentos del mercado popular y del refectorio público, será arrojado al hambre eterno, mientras aquel que firme, pero cortésmente, insistió en comer caviar, tortuga, anchoas, paté de
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