Desde hoy hasta el fin del mundo
… nosotros seremos recordados
… nosotros, hermanos de sangre.
Enrique V
WILLIAM SHAKESPEARE.
1
«Queríamos esas cosas»
Campamento Toccoa
Julio — diciembre, 1942
LOS HOMBRES DE LA COMPAÑÍA E, 506.º Regimiento de Infantería Paracaidista, 101 División Aerotransportada, Ejército de los Estados Unidos, procedían de diferentes ambientes y de diferentes partes del país. Había granjeros y mineros del carbón, montañeses e hijos del Profundo Sur. Algunos de ellos eran pobres de solemnidad, otros pertenecían a la clase media. Uno venía de Harvard, otro había estudiado en Yale, había dos de UCLA. Sólo uno pertenecía al Viejo Ejército, apenas un puñado procedía de la Guardia Nacional o de los Reservistas. Eran ciudadanos soldados.
Todos esos hombres se reunieron en el verano de 1942, cuando los europeos ya llevaban tres años en guerra. Hacia finales de la primavera de 1944 se habían convertido en una compañía de élite dentro de la infantería ligera aerotransportada. A primera hora de la mañana del Día D, durante su bautismo de fuego, la Compañía E capturó y dejó fuera de acción una batería alemana de cuatro cañones de 105 mm que apuntaba sus mortíferas bocas hacia la Playa Utah. La compañía encabezó el avance en dirección a Carentan, luchó en tierras de Holanda, defendió tenazmente el perímetro en Bastogne, dirigió la contraofensiva en la Batalla de las Ardenas, se batió con valor en la campaña del Rin y capturó el Nido del Águila de Hitler en Berchtesgaden. Esa actuación le había costado 150 bajas. En el momento cumbre de su efectividad, exhibida en Holanda en octubre de 1944 y en la campaña de las Ardenas en enero de 1945, era una de las mejores compañías de fusileros del mundo.
Una vez que el trabajo terminó, la compañía fue licenciada y los hombres regresaron a casa.
Cada uno de los 140 hombres y siete oficiales que formaban la compañía original siguieron un camino diferente hasta llegar a su lugar de nacimiento, el Campamento Toccoa, en Georgia, pero todos ellos tenían algunas cosas en común. Todos eran jóvenes y habían nacido después de la Primera Guerra Mundial. Todos eran blancos, porque el Ejército de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial estaba segregado. Salvo tres excepciones, todos eran solteros. La mayoría de ellos habían sido cazadores y deportistas en el instituto.
Eran tíos especiales en cuanto a sus valores personales. Para ellos eran muy importantes el bienestar físico, la autoridad jerárquica y formar parte de una unidad de élite. Eran jóvenes idealistas, estaban ansiosos por fundirse en un grupo de combate que luchaba por una causa, y buscaban decididamente un equipo con el cual pudieran identificarse, unirse, relacionarse y pertenecer a él como si fuese su propia familia.
Se presentaron voluntarios al cuerpo de paracaidistas, dijeron, por la emoción, el honor y los 50 pavos (para los reclutas) y 100 pavos (para los oficiales) que los paracaidistas recibían cada mes como bonificación. Pero en realidad se habían presentado voluntarios para saltar desde los aviones por dos profundas razones personales. La primera de ellas, según las palabras de Robert Rader, «era el deseo de ser mejor que el tipo que tenías al lado». A su manera, cada uno de los hombres había experimentado lo que sintió Richard Winters: la conciencia de que dar lo mejor de sí mismo era una manera mejor de pasar por el Ejército que no holgazanear por cualquier parte con las penosas excusas que daban los soldados a los que conoció en los puestos de reclutamiento o durante el entrenamiento básico. Ellos querían que el tiempo que pasaran en el Ejército fuese positivo, una experiencia que implicara aprendizaje, maduración y desafío.
En segundo lugar, ellos sabían que entrarían en combate y no tenían ninguna intención de hacerlo en una compañía de reclutas pobremente entrenados, pobremente acondicionados y pobremente motivados. En cuanto a elegir entre ser un paracaidista que encabezara la ofensiva y un soldado de infantería anónimo que era incapaz de confiar en el tipo que estaba a su lado, decidieron que el riesgo mayor estaba entre las filas de la infantería. Cuando comenzara la batalla, querían mirar hacia arriba al hombre que estaba junto a ellos, no hacia abajo.
Todos habían sido golpeados duramente por los años de la Gran Depresión y tenían cicatrices que lo probaban. Muchos de ellos habían crecido sin comida suficiente que llevarse a la boca, con agujeros en las suelas de los zapatos, con jerséis andrajosos y sin coche, incluso a menudo sin una simple radio. Su educación se había visto interrumpida de golpe, ya fuese por la Depresión o por la guerra.
«A pesar de todo, con estos antecedentes, yo sentía y aún siento un gran amor por mi país», declaró Harry Welsh cuarenta y ocho años más tarde. Cualesquiera que fuesen sus legítimas quejas acerca de cómo los había tratado la vida, no estaban resentidos con ella ni con su país.
Y salieron de la Depresión con otras características muy positivas. Eran hombres seguros de sí mismos, acostumbrados al trabajo duro y a recibir órdenes. A través del deporte o de la caza o de ambos, todos ellos habían forjado un fuerte sentimiento de autoestima y seguridad en sus posibilidades.
Sabían que les esperaban muchos peligros. Sabían que harían mucho más de lo que les correspondería hacer en el campo de batalla. Lamentaban tener que sacrificar años de su juventud en una guerra que no habían provocado. Querían lanzar pelotas de béisbol, no granadas, disparar con sus rifles del .22 no con fusiles M-1. Pero cuando la guerra se presentó en sus vidas, todos decidieron ser lo más positivos posible en sus carreras en el Ejército de su país.
No era que supiesen mucho acerca de la infantería aerotransportada, excepto que era un cuerpo nuevo y estaba formado exclusivamente por voluntarios. Les habían dicho que el entrenamiento físico era más duro que cualquier otra cosa que hubiesen visto hasta entonces, o del que soportaba cualquier otra unidad del ejército, pero estos jóvenes leones no veían la hora de empezar. Esperaban que, cuando el entrenamiento hubiese concluido, serían más grandes, más fuertes, más duros que cuando habían comenzado, y habrían soportado la dureza del entrenamiento con los tipos que luego lucharían codo con codo junto a ellos.
Página siguiente