Tradicionalmente, nos han enseñado que los primeros habitantes de América entraron en el continente atravesando el estrecho de Bering doce mil años antes de la llegada de Colón. Se daba por supuesto que eran bandas reducidas y nómadas, y que vivían sin alterar la tierra. Pero, durante los últimos treinta años, los arqueólogos y antropólogos han demostrado que estas suposiciones, igual que otras que también se sostenían desde hacía tiempo, eran erróneas.
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Charles C. Mann
1491: Una nueva historia de las Américas antes de Colón
Título original: 1491: New Revelations of the Americas before Columbus
Charles C. Mann, 2005
Traducción: Miguel Martínez-Lage & Federico Corriente
Ilustraciones: Pep Carrió & Sonia Sánchez
Retoque de cubierta: casc
Para la mujer del despacho de al lado.
Sin una sola nube, como todo lo demás.
CCM
NOTAS
[1] Según Joseph Conrad, esa violencia inherente era de origen culinario. «El noble piel roja —explicó el gran novelista— era un cazador formidable, pero sus mujeres no habían llegado a dominar el arte de la cocina a conciencia, lo cual tuvo consecuencias deplorables. Las siete naciones que poblaban las riberas de los Grandes Lagos, así como las tribus de jinetes de las llanuras, eran víctimas de una terrible dispepsia». Al estar sus vidas asoladas por «la recurrente irritabilidad que sigue al consumo de alimentos mal cocinados», eran de continuo propensas a las riñas.
[*] En Estados Unidos y algunas partes de Europa se le llama corn. Prefiero utilizar «maíz» (maize en el original) porque el maíz indio, multicolor y consumido sobre todo después de su secado y molido, es asombrosamente distinto de la variedad de granos amarillos, dulces, uniformes, que por lo general evoca en Norteamérica el término corn. En Gran Bretaña, corn también puede hacer referencia al cereal que se cosecha de manera más intensiva en una región; por ejemplo, a la avena en Escocia se la denomina en ocasiones con este término. (En castellano la distinción no es relevante. N. de los T.).
[2] Los viajeros del Mayflower a menudo reciben el nombre de puritanos, pero a ellos les desagradaba. Preferían llamarse en cambio «separatistas», no en vano se habían escindido de la Iglesia Anglicana, e incluso «santos», ya que su iglesia, conformada según el patrón de la Iglesia Cristiana primitiva, era la «iglesia de los santos». Pilgrims («peregrinos») es la designación que prefiere la Sociedad de los Descendientes del Mayflower.
[3] Los primeros europeos de los que se sabe a ciencia cierta que llegaron a las Américas fueron los vikingos, que desembarcaron en la costa este de Canadá durante el siglo X. Su breve presencia en aquellas tierras no tuvo el menor impacto en la vida de los nativos. Es posible que otros grupos europeos llegaran antes de Colón, pero tampoco tuvieron mayor impacto entre los pueblos a los que visitaron.
[4] Es bastante probable que estos desatinados relatos sean realmente veraces; otras sorprendentes historias de Smith sin duda lo son. Por ejemplo, cuando Smith se encontraba estableciendo una colonia en Jamestown, muy probablemente Pocahontas le salvó la vida, aunque el resto de la leyenda encarnada en la película de Disney difícilmente pueda ser verdad. El nombre de la muchacha, por ejemplo, era en realidad Mataoka; Pocahontas, un sobrenombre de tono jocoso, significaba algo así como «diablillo». Mataoka era una aspirante a sacerdotisa, una especie de aprendiz de pniese, en una localidad del centro de la alianza de los powhatan, poderosa confederación que habitaba las regiones costeras de Virginia. A los doce años de edad es posible que diera protección a Smith, aunque no, como él escribió, intercediendo por él cuando era cautivo y estaba a punto de ser ejecutado en 1607. De hecho, la «ejecución» fue posiblemente un ritual escenificado por Wahunsenacawh, jefe de la alianza de los powhatan, para asentar su autoridad sobre Smith por el procedimiento de convertirlo en miembro de su grupo. Si Mataoka intercedió, fue simplemente cumpliendo con el papel que tenía asignado en el ritual. El incidente en el que quizá salvó la vida a Smith tuvo lugar un año después, cuando avisó a los ingleses de que Wahunsenacawh, que se había hartado de su presencia, estaba listo para atacarles. En la versión de Disney, Smith regresa a Inglaterra después de que un malvado colono le disparase alcanzándole en el hombro. En realidad, se marchó de Virginia en 1609 para recibir tratamiento médico, aunque solo porque le estalló un saco de pólvora que llevaba sujeto al cuello.
[5] Es posible que Gorges hubiera conocido a Tisquantum previamente. En 1605, el aventurero George Weymouth secuestró a cinco indios, engañando a tres para que subieran a bordo de su barco y agarrando a los otros dos por el pelo. Según las memorias de Gorges, Tisquantum era uno de esos cinco. Estuvo con Gorges nueve años, al cabo de los cuales volvió a Nueva Inglaterra con John Smith. De ser correcta esta hipótesis, Tisquantum apenas tuvo tiempo de llegar antes de ser secuestrado por segunda vez. Los historiadores tienden a restar veracidad al relato de Gorges, en parte porque sus memorias, dictadas muy al final de su vida, están llenas de detalles erróneos, y en parte porque la idea de que Tisquantum fuera secuestrado dos veces parece un tanto increíble.
[*] El Runa Simi (o quechua, para los españoles) es la lengua de todos los nombres incas. El autor ha preferido la romanización estándar del Runa Sumi, es decir, ha empleado «inka». En nuestra traducción hemos optado por seguir los usos más extendidos en castellano. (N. de los T.).
[6] El soberano de los incas ostentaba el título de «Inca», es decir, él era «el Inca», aunque también podía añadir este título a su nombre. Asimismo, las élites de los incas iban cambiando de nombre a medida que avanzaba su vida. Cada uno de los incas era de este modo conocido por diversos nombres, cualquiera de los cuales podía comprender el añadido «Inca».
[7] Debido a su obsesión por el oro, los conquistadores a menudo reciben el calificativo, despectivo sin duda, de «locos por el oro». Lo cierto es que no perdían la cabeza tanto por el oro como por el estatus. Al igual que Hernán Cortés, el conquistador de México, Pizarro había nacido en las capas más bajas de la nobleza rural de su país, y confiaba en alcanzar, por medio de sus hazañas, títulos, cargos, pensiones, otorgados todos ellos por la espléndida corona de España. Con el fin de obtener estos favores de la realeza, sus expediciones tenían que llevarle algo al rey. Habida cuenta de las dificultades y los gastos del transporte en la época, los metales preciosos, «no perecederos, divisibles, compactos», tal como señala el historiador Matthew Restali, eran prácticamente los únicos bienes que razonablemente podían enviar a Europa. El oro y la plata de los incas representaban de ese modo, para los españoles, la embriagadora perspectiva de la mejora en la escala social.
[8] Solo existe una enfermedad importante, la sífilis, que, según se cree, viajó en sentido inverso, de las Américas a Europa, aunque hace mucho tiempo que se trata de un asunto cuando menos controvertido. Véase Apéndice C, «La excepción de la sífilis».
[9] Como éste es un punto que suele dar lugar a persistentes malentendidos, vale la pena repetir que la relativa homogeneidad genética de los indios no implica bajo ningún concepto una inferioridad genética. Se ha dado el caso de que un adalid de la causa de los indios como es el historiador Francis Jennings, lo ha entendido erróneamente: «La capacidad de los europeos para resistir a determinadas enfermedades —escribió en su polémico libro La invasión de América— les dio una clara superioridad, en el sentido más puramente darwiniano del término, sobre los indios». No es así: los españoles representaban lisa y llanamente una panoplia genética más amplia. Afirmar su superioridad sería como decir que una multitud variopinta, reunida en un campo de fútbol, es de algún modo intrínsecamente superior a los asistentes a una reunión familiar, estrechamente emparentados.
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