A la hora de redactar una serie de preguntas para una eventual entrevista con la Reina del Pacífico, partí del expediente de la Procuraduría General de la República ( PGR ) que da cuenta del caso. (La parte principal de un resumen del expediente, elaborado por la PGR , consta en el anexo 1 de este trabajo.)
Las preguntas serían frontales y seguramente provocarían respuestas frontales. Pensé que ése sería un buen principio para saber de ella, de su vida.
Del cuestionario, dos me parecían las preguntas centrales:
—Las redes del narcotráfico entre Colombia y México, de acuerdo con el expediente respectivo, han tenido en usted un centro de enlace. Relacionada con algunos narcotraficantes, ¿podría sostener que se ha mantenido al margen de sus actividades o, acaso, que las desconoce?
—Dice el expediente que su madre, doña María Luisa Beltrán Félix, vivió desde su niñez entre narcotraficantes y es buscada por el envío de droga, vía aérea, a Estados Unidos. La señora es prima de Miguel Ángel Félix Gallardo, legendario en el mundo del narco y pariente también de los Arellano Félix. Ahí están también, en el fuerte nudo familiar, los Beltrán Félix y los Beltrán Leyva, desde hace tres décadas dedicados al narcotráfico. Entre sus relaciones amistosas, el expediente enumera a Joaquín Guzmán Loera, el Chapo; a Ignacio Coronel Villarreal, Nacho Coronel; a Juan José Esparragosa Moreno, el Azul; a Ismael Zambada García, el Mayo, y a los hermanos Caro Quintero. ¿Qué hace usted en ese mundo, señora?
Como el cuestionario debía abarcarla completa, también preguntaba:
1. Usted ha dicho que la Agencia Federal de Investigación ( AFI ) quiere perjudicarla. ¿Cuál sería el interés de la agencia en este propósito?
2. El expediente de su caso le atribuye la posesión de 179 joyas decomisadas en una de sus residencias. ¿Qué motivos y razones explicarían su fascinación por el oro, las piedras preciosas, los diamantes?
3. Señala el mismo expediente que usted es dueña de 225 predios en el fraccionamiento Alto Valle de Hermosillo, Sonora. Dice también que usted es titular de 14 cuentas bancarias y siete automóviles costosos, más crecidas sumas de dólares. ¿Cuál sería el monto aproximado de su fortuna?
4. El 24 de julio de 1990 usted fue arrestada en Tucson, Arizona, en posesión de 1 millón 200 mil de dólares. En julio de 2002 fueron hallados 1 millón 475 mil pesos en el equipaje de Liliana Bustamante Trujillo, esposa de Álvaro Espinosa Salazar, medio hermano de su actual pareja, Juan Diego Espinosa Ramírez. Tanto dinero en mano, como son los casos que nos ocupan, supone riesgos. ¿Por qué los afrontó de la manera como lo hizo, tan despreocupadamente, diría?
5. De niña ¿supo del narcotráfico? ¿Cómo fue su infancia, su juventud, los pasos que la han conducido hasta el penal y la posible extradición a Estados Unidos? ¿Conoce usted en detalle la vida de los extraditados en Estados Unidos?
6. ¿Cuál ha sido la razón, el origen de sus múltiples seudónimos?
7. La llaman la Reina del Pacífico. ¿Le gusta el sobrenombre, le atrae irse sabiendo leyenda?
8. Usted es atractiva, se acicala y disfruta de la elegancia y aun del refinamiento. ¿Qué representa la belleza en el mundo que usted vive?
9. Se conocen corridos dedicados a los narcos, algunos que a usted aluden. ¿Cuáles serían los rituales que le hubieran llamado la atención?
10. Usted ha platicado que tuvo un sueño sobre su captura. Cuénteme su cuento.
11. ¿Cómo vive la vida ahora?
12. ¿Será cierto que la libertad se conoce en el cautiverio? ¿Qué es la libertad, señora?
Una vez frente a ella, pensaba, podría ufanarme de un encuentro con la Reina del Pacífico, de acuerdo con el expediente, mujer del narco como no ha habido otra. No era el caso. A mí me importaba saber del narco desde adentro, lo que se pudiera. Una vez en Santa Martha Acatitla, nadie me sacaría de ahí. Ésa es la paradójica libertad de un periodista. Viéndola, iría sabiendo. La conversación me llevaría más lejos que las preguntas ya redactadas. Las entrevistas como diálogos, preguntas y respuestas, me parecen heladas, sangre que se coagula en las venas.
La grabadora hizo su tarea. Pero fueron muchas más las horas de conversación suelta, libre la palabra.
* * *
Sandra Ávila Beltrán ha vivido como ha querido y ha padecido como nunca hubiera imaginado. En los extremos se han tocado la riqueza y la muerte. Ahora habita en la cárcel, soez el concreto negruzco de los muros que cancelan el exterior; soez el lenguaje; soez su estridencia; soez la locura que ronda; soez el futuro como una interrogación dramática.
En la sala de juntas del reclusorio femenil de Santa Martha Acatitla, la Reina del Pacífico iría dando cuenta de su vida. A lo largo de sus 44 años ha escuchado ráfagas de metralleta que no logra acallar en los oídos; ha escapado de la muerte porque no le tocaba morir; ha galopado en caballos purasangre y ha llevado de las riendas ejemplares de estampa imperial que siguen La Marcha de Zacatecas; ha jugado con pulseras y collares de oro macizo, se ha fascinado con el esplendor de los brillantes y el diseño surrealista de piedras inigualables; de niña, entrenada al tiro al blanco en las ferias, ya mayor ha manejado armas cortas y armas largas; ha disfrutado de las carreras parejeras, las apuestas concertadas al puro grito sin que importe ganar o perder; ha participado en los arrancones de automóviles al riesgo que fuera y ha bailado los días completos con pareja o sin pareja. Absolutamente femenina, dice que le habría gustado ser hombre.
Por escrito, yo había solicitado del licenciado Antonio Hazael Ruiz, director de los reclusorios de la ciudad de México, autorización para reunirme con la señora. La había observado durante su presentación en la tele el día de su captura y había escuchado a un locutor que aludía a su sonrisa, sonrisa cínica, según dijo. Periodismo gratuito, pensé.
Más tarde, El Universal había anunciado en su primera plana una entrevista espectacular, a cuatro columnas la fotografía de Sandra Ávila. El diario desplegaba la exclusiva con alarde, momento en que di por perdido el proyecto que ya me encendía.
Sin embargo, el periódico engañaba a los lectores. Resultaba evidente que la entrevista no había tenido lugar y el texto, dividido en tres partes sucesivas, con titulares en primera plana, se ocupaba del personaje a distancia, de oídas. No retuve algún dato interesante, una descripción viva, algún diálogo que valiera la pena.
* * *
En la sala de juntas del reclusorio, aguardaba junto con la directora y algunas otras personas la presencia de la mujer tan famosa, de antemano convencido de su espectacularidad. Mientras hablábamos sin conversar y bebíamos café para distraernos, la directora fue informada:
—Me dicen que se está acicalando, que no tarda.
Vestida con el obsesivo color de las internas en proceso, café claro, se adentró en el salón, pausada, los pasos cortos. Tomó la iniciativa y nos saludó de mano, uno a uno. La miré a los ojos oscuros, brillantes, suave la avellana de su rostro. Me miró a la vez, directa, sus ojos en los míos. Con el tiempo llegamos a bromear:
—El que pestañee, pierde.
El cabello, carbón por el artificio de la tintura, descendía libremente hasta media espalda y los labios subrayaban su diferencia natural: delgado el superior, sensual el de abajo. Observada de perfil, la cara se mantenía fiel a sí misma. De frente y a costa de la armonía del conjunto, un cirujano plástico había operado la nariz y errado levemente en la punta, hacia arriba.
De estatura media, apenas morena, sus grandes pechos sugerían un cuerpo impetuoso. Desde su cintura, las líneas de Sandra Ávila correspondían a la imagen de una mujer en plenitud. La señora calzaba sandalias, de rojo absoluto las uñas de los pies.