He preferido un golpe así, de vez en cuando, porque la inmunidad me carcome los huesos.
Aquel que lucha con monstruos debe cuidar de no convertirse él mismo en un monstruo. Cuando miras largo tiempo dentro del abismo, el abismo mira dentro de ti.
PRÓLOGO:
EL FONDO
No me costó escribir este libro. Fue orgánico, como vomitar. No me costó, lo que no quiere decir que lo disfruté, pero me alegro de haberlo hecho.
En las siguientes páginas encontrarán una historia vertebral hilvanada con otras historias secundarias. Todas ellas son desesperanzadoras en esencia: son fondos que supe. El relato central va más allá, es rotundo en el fracaso; pesado para hundirse hasta donde pude llegar y sin duda con perspectivas de descender más abajo de donde estas letras alcanzaron.
Hay vidas en este libro que ocurren en profundidades a las que cuesta creer que sea posible acostumbrarse. A mí me cuesta creerlo aun después de haberlo escrito durante un año. No hay héroes realizados ni víctimas reivindicadas; no es una realidad con elegancia noir, donde hay bienhechores de moral cuestionable, con clase y misterio, imperfectos y atractivos; hay deformación, salvajismo y crueldad.
Pero tampoco hay malos sin matices. No hay malos, de hecho, ni buenos tampoco, ni antípodas contundentes. Hay otro mundo con otras reglas, con otros límites, y principios y certezas y odios y amores que no cumplen los cánones aceptados por quienes aceptamos las cosas y las subimos a internet y damos discursos y conferencias y nos tomamos unas copas en Nueva York y también en Medellín.
«Contame un recuerdo feliz», pedí una vez al personaje principal. «¿Cómo así?», me preguntó. Y nunca nos logramos entender.
Hay gente que sobrevivió hasta donde pudo. Y en ese bregar contra todo destilaron esencias que permiten reflexionar sobre la vida, la valentía real, el amor comprometido, los privilegios, la injusticia, la trivialidad de estas sociedades de pose, la cotidianidad asesina e inhumana a la que condenamos a la mayoría que, en el intercambio tan moderno y bajero de likes y corazones, parece la minoría muda.
Este es un libro sobre gente que abunda.
En la región violenta que he cubierto durante trece años, abunda.
En algunas otras, me imagino que también.
En las siguientes páginas encontrarán lo que sé sobre cubrir violencia. Lo que sé son estos errores, estas abundantes dudas y escasas certezas.
No es un libro para periodistas, pero sí es uno donde un periodista –yo– cuenta la historia incluyéndose en ella.
Reflexiono sobre mi oficio porque fue el método con el que me adentré voluntariamente en esos abismos. Desde ahí vi, conté, descarté, elegí. Este libro está contado desde mis ojos como ningún otro que escribí, aunque todos los escribí desde esa inevitable perspectiva. Es solo que la reflexión de cómo vi nunca fue materia primordial y sostenida en ningún otro libro. Hasta este.
En este libro hay pandilleros, pero no es sobre pandillas; hay narcos y no va de narcos; hay El Salvador, Honduras, Guatemala, México, Estados Unidos, pero no va sobre esos países; también hay policías y jueces y presidentes y políticos corruptos, pero no pretende profundizar en ese mal endémico de la región; hay migrantes y no es sobre migración; y hay reflexiones de periodismo y frases de periodistas célebres, pero no va sobre eso.
Este libro es lo que sé del fondo del mundo que cubrí. Todo lo anterior lo ocupé para intentar explicarlo. Este libro dice además cómo cubrí ese mundo. Y también es lo que no sé, lo que no pude explicar, ante lo que solo puedo dudar.
Estas letras se guiaron por preguntas más que por respuestas. Responden cuando pueden. Preguntan siempre.
¿Cómo es no tener oportunidades?
¿Cómo se ve ser miserable?
¿Cómo viven los últimos de la fila?
¿Qué piensan de nosotros?
¿Qué es violencia extrema?
¿Por qué no se rinden?
¿Por qué siguen?
¿Por qué matan?
¿Por qué no matan más?
¿Qué es justicia para esa gente, y democracia y gobierno y leyes?
¿Qué son ellos según ellos?
¿Qué somos nosotros?
¿Cuándo se hartarán por fin?
¿Comen, cagan, ríen, aman, ven tele, quieren a sus madres, celebran Navidad, atesoran los primeros dientes desprendidos de sus hijos?
Contame un recuerdo feliz.
¿Cómo así?
¿Cómo se cuenta todo eso?
¿Cómo lo conté?
Y las dudas del libro también se reducen a este que escribe.
¿Por qué lo hice?
¿Qué pretendía contando esa masacre?
¿Valió la pena exponer a esa sobreviviente?
¿Cambié cosas?
¿Cuándo hay que parar?
¿Qué quise saber?
¿Qué hice para contar?
¿Qué prometí?
¿A qué renuncié?
¿Me importó?
¿Por qué conté?
Empecé este libro como un impulso orgánico: una necesidad primero. Lo transité como un túnel tenue: con miedo y voluntad.
La primera semana de marzo de 2020, decretada la cuarentena en mi país chiquito, supe que necesitaba escapar de la coyuntura mezquina de esta nación: sus plazos cortos, su memoria de memento, su escándalo de hoy, su partido de fútbol de mañana. Escribí todas las noches.
Escogí garabatear una historia que nunca supe contar y que seguí por años. Escogí escribir una historia que por oscura y falta de perspectivas siempre restringí, como quien encierra al perro que solo muerde.
El jueves 26 de marzo de 2020, a las 8.42 de la noche, envié un correo a mis agentes y anexé diez páginas. Escribí:
Queridas: espero estén bien. Vaya tiempos. Vaya panorama futuro. Aunque sigo reporteando en las calles, he tenido algún tiempo para escribir antes de desquiciarme. Les envío diez páginas de mi proyecto de libro-ensayo sobre el oficio. La idea es hilvanar el asesinato de tres de mis fuentes con el oficio periodístico y las lecciones que he aprendido tras más de diez años de no retirar los ojos de la violencia en uno de los lugares más violentos. No es un libro que pretenda explicar a una pandilla ni a un país, sino rasgos humanos generales y el oficio ejercido en el abismo moderno. El tono se volverá íntimo cuando sea necesario. La estructura, de momento, es el relato continuo del caso, tejido con reflexiones, y las interrupciones por recuerdos concretos, de los que dejo uno. No hagan caso a lo amarillo al final, soy yo hablándome.
Se lo mando para que me digan: pará, déjate de tonterías; o seguí, pero no por ahí; o seguí. Me conozco, si escribo más ya no querré parar. Ahora, aún estoy en el recodo.
Abrazos.
Yo confío en ellas porque son honestas conmigo y me quieren. Y nadie es honesto y quiere si desaprovecha la oportunidad de librar del ridículo a quien quiere. Me dijeron que escribiera. Y condenaron toda mi cuarentena y mucho más. Se lo agradezco, Andrea y Paula, no desde la pose, sino desde la sinceridad. Le vaya como le vaya, gracias.
Descubrí el ejercicio más retador de los que hice. No el más metódico, ni de cerca el más concluyente, jamás el más investigativo, pero sí el más retador: intenté responder qué, cómo y por qué. Paré en el camino, me senté entre 28 libretas repletas hasta los bordes, atesoradas durante trece años, desnudo y sin plan, las ordené, descarté otras tantas, etiqueté, las leí varias veces y recordé lo que hice, lo que vi y escribí, lo que resultó, lo que no, y me pregunté por qué. Y, de nuevo, escribí.
Es lo que hice.
Es lo que sé.