PRESENTACIÓN
La historia, en cuanto investigación e interpretación del pasado, es presente pues se realiza desde un momento y un lugar precisos, aquellos que son propios del historiador y que no obstante las dificultades, trabajará buscando comprender el pasado evocando y remontando el tiempo y la distancia. Este es el ejercicio que realiza el historiador Rafael Gaune quien, en los inicios del siglo XXI y viviendo y trabajando entre Chile e Italia, con “campañas” de pesquisa en archivos y bibliotecas en varios otros lugares del mundo, nos propone un viaje al siglo XVII de lo que fue el llamado “orbe cristiano”, dándonos la posibilidad de dialogar con los seres humanos que habitaron esa época, que vivieron en espacios distantes y variados que comprenden desde Roma, la “urbe” por excelencia, hasta los límites de ese “orbe” donde los misioneros jesuitas se entregaban a la “salvación del mundo” entre las nieblas de los bosques y selvas del sur de Chile. Se trata de un ejercicio que supone la disposición a considerar la distancia en el tiempo y el espacio no como un obstáculo y una expresión de extranjerismo sino como una oportunidad de aprender de la aventura humana, de comprender a otros, de valorar diversos contextos y enriquecer nuestra capacidad de empatizar con quienes nos han precedido en la vida en la tierra. Michel De Certeau, el historiador jesuita muerto hace treinta años, se había planteado estas preguntas que Rafael Gaune asume como parte de su actividad: “¿Qué fabrica el historiador cuando ‘hace historia’? ¿En qué trabaja? ¿Qué produce?”, entendiendo la historia como historiografía, para desarrollar luego una idea central para quienes se dedican al “oficio de historiador” pues añade: “¿Qué oficio es es te? Me interrogo sobre la relación enigmática que sostengo con la sociedad presente y con la muerte gracias a la mediación de unas actividades técnicas”.
El devolver vida a quienes viven en los documentos y en los libros de historia es uno de los desafíos mayores de quienes se dedican al cultivo de la historia, del conocimiento y comprensión de los actos humanos en el tiempo y el espacio, de las circunstancias en que las condiciones espaciales y las circunstancias temporales en que vivieron nuestros antepasados que, merced a esas “actividades técnicas”, vuelven a la vida .
“La reconstrucción de mundos pasados es una de las tareas más importantes del historiador. Y la emprende no por un extraño afán de rescatar archivos u hojear viejos escritos, sino porque quiere conversar con los muertos”, nos propone un historiador de las ideas y la lectura como Robert Darnton. Este añade que “preguntando a los documentos y escuchando sus respuestas puede sondear las almas de los que ya han pasado de este mundo y dar forma a las sociedades que ellos habitaron”, haciéndonos próximos a quienes en términos cronológicos y muchas veces espaciales aparecen como distantes.
Rafael Gaune realiza, en mi opinión, un extraordinario recorrido espacio-temporal para devolver la vida a personas que han quedado más o menos presentes en nuestra memoria y cuya imagen y legado se busca preservar, como ocurre con hombres como Alonso de Ovalle o Luis de Valdivia, pero también a quienes la historiografía ha descuidado y cuya existencia no había sido puesta en valor, aquellos que, según sostiene Michelet, “habían aparecido solo un momento para desaparecer”, como sucede con Anganamón, figura central en esta nueva forma de comprender la evangelización, la búsqueda de la salvación de las almas promovida por los jesuitas en los inicios del siglo XVII. Con sensibilidad muy viva y con una gran capacidad de empatizar, con el desafío de comprender un mundo en ciertos aspectos extraño que se hace próximo por el estudio y el interés por la humanidad, Rafael Gaune hace a Anganamón nuestro contemporáneo, lo trae de vuelta a la vida en momentos en que en Chile se habla continuamente del conflicto mapuche.
También en esto la historia, la representación de la experiencia de los hombres y mujeres en el tiempo y espacio, puede hacer una contribución significativa a nuestra vida en sociedad, entregándonos datos y noticias que nos permitan mirar el presente y el futuro mejor informados, que contribuyan a hacer que las personas puedan actuar y decidir con más libertad. Para ello no se deben rehuir o esconder aquellos aspectos de la vida en sociedad que nos atraen poco, que nos avergüenzan o nos atemorizan. Uno de los méritos mayores que veo en el libro de Rafael Gaune es el de haber querido enfrentar las dimensiones conflictivas de nuestra historia, la voluntad de hacerse cargo de comprender el comportamiento de los hombres y mujeres que aparecen en este viaje a un pasado que no pasa enteramente, buscando conocer las raíces de esos conflictos, comprender sus razones y dimensiones y reflexionar sobre las experiencias vividas. Esta inmersión en la dimensión conflictual de la historia la realiza el autor con una gran amplitud de mirada, con una voluntad de entender aspectos más o menos recónditos de las posiciones enfrentadas, de conocer lo que sintieron e imaginaron las cabezas y los corazones de aquellos habitantes del siglo XVII que vuelven a nuestro tiempo para explicarnos sus motivos, sus causas y también sus azares, aquellas dimensiones de la existencia que, sin poder controlarlos, determinan nuestras vidas. En intenso diálogo crítico con la historiografía que se ha ocupado de la época de “la guerra de Arauco” —de aquel “Flandes indiano” según la expresión utilizada por Diego de Rosales para expresar aquella dimensión interminable de la guerra más allá de la frontera establecida en el Biobío—, Gaune considera con una perspectiva amplia, de carácter global el fenómeno de guerra y sociedad, un problema epocal que caracteriza de manera muy significativa la edad moderna. Esta aproximación original y dialogante con otros escenarios de conflictos y guerras distingue al trabajo de este autor que vincula los escenarios bélicos europeos y los dilemas que allí surgen con los conflictos y las cuestiones que estos despiertan en este extremo occidente del Imperio español. Esta voluntad de reconocer, enfrentar y buscar comprender los conflictos, elemento propio de toda vida en sociedad, es una contribución importante que desde la historia se hace a la mejor comprensión de nuestro presente y la construcción del futuro nuestro y de los otros. Como planteara Marc Bloch en un momento dramático, en medio de la guerra y la existencia clandestina se puede aspirar a comprender el presente por el pasado y el pasado por el presente, y la obra de Rafael Gaune me parece una expresión viva e imaginativa de esa forma de servicio de la historia a la sociedad que la acoge y cobija.
El escapar de la tendencia a rendir culto a la idea de una cierta condición insular de la vida y la historia de Chile es otro de los méritos que deseo destacar en este breve texto. Parafraseando a Carlo Ginzburg, podemos decir que “ninguna isla es una isla” y el arduo y extenso trabajo de Rafael Gaune lo confirma con su exposición de diversos niveles de comunicación y vínculos entre el territorio marginal de Chile y los centros de poder político y religioso representados por la corte de la monarqu í a hispánica y por Roma. En particular resulta importante la forma como comprende y estudia a la Compañía de Jesús, con sus rasgos distintivos, con sus sensibilidades y opiniones, con sus normas y sus constituciones. Se hace visible una mirada global del trabajo de los discípulos de San Ignacio, que tiene en las Constituciones un referente determinante para definir una identidad fuerte y común para miles de religiosos capaces a su vez de asumir la práctica de la accommodatio con singular importancia y centralidad en las zonas de misión más difíciles y desafiantes. El autor de este texto no solo se ha preocupado por devolver vida a las personas, por traer a nosotros algunas que podrían ser historias mínimas, sino que también las ha contextualizado con imaginación, estudio y dedicación a la construcción de una mirada amplia, capaz de poner en relieve aspectos generales que hablan de problemas y temas de una época, con alcance y expresión global al tiempo que sabe situar la habitual historia insular en un marco que hace que dicha insularidad se atenúe y adquiera una nueva luz.