Esperanza en la historia
Idea cristiana del tiempo
©Fredy Parra Carrasco
©Ediciones Universidad Alberto Hurtado
Alameda 1869 · piso 4 · Santiago de Chile
· 56-02-6920344
www.uahurtado.cl
ISBN 978-956-8421-57-1
eISBN 978-956-9320-57-6
Registro de propiedad intelectual N° 208.358
Colección Teología de los tiempos
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CONTENIDO
A la memoria de
Mario Parra Vinet, mi padre,
y de Marta Carrasco Gavilán, mi madre.
A Constanza, mi esposa.
A Sofía, Santiago Agustín y Bethania, mis hijos.
A la señora Maggie.
PRÓLOGO
El libro que tengo el honor de prologar lleva un título que expresa muy adecuadamente los objetivos planteados por su autor. Esperanza en la historia se refiere en primer lugar a un diagnóstico sobre la realidad de la época que nos toca vivir, y la orientación práctica que se desprende de ese diagnóstico. Pero también remite a una concepción de la historia que busca corregir la desfigurada interpretación del tiempo que aquel diagnóstico revela. Estas cuestiones son abordadas por Fredy Parra a la luz de una reflexión sobre la ‘idea cristiana del tiempo’ a la que alude la segunda parte del título, y que ha sido un tema constante en su pensamiento, como lo revelan, por ejemplo, los artículos y capítulos de libros anteriores de los que se nutre, con algunas modificaciones, este libro.
No quisiera repetir en este prólogo las ideas principales que el autor expone con gran claridad y conocimiento de fuentes primarias y secundarias acerca del tema, y que él mismo resume muy bien en su introducción y en su reflexión final. En lugar de ello me propongo abordar, con el mismo espíritu que lo anima, los conflictos que amenazan nuestro tiempo justamente como una crisis de la esperanza.
Según el psiquiatra chileno Armando Roa, “se entiende por crisis personal, cultural o histórica toda situación imprevista de peligro que afecta a algo estimado hasta entonces perdurable, sólido, recio; para hablar de crisis dicho peligro debe tener dos supuestos desenlaces: o la desaparición irremisible de aquello, o su posibilidad remota de restauración, aunque sea bajo otros aspectos”. En este sentido, la crisis no se debe confundir con lo que es mero cambio o término de un proceso. Además, puede ser considerada como tal por algunos y por otros no. No siempre se trata de una verdadera crisis, o al menos no para todos los hombres.
¿Se justifica hablar hoy de una crisis de la esperanza? Para contestar esta pregunta habría que partir por caracterizar aquellos aspectos esenciales de la esperanza que podrían estar eventualmente amenazados o en peligro de perderse. Según mi modo de ver estos aspectos son al menos cuatro:
En primer lugar, la esperanza se refiere al hombre en tanto que constitutivamente temporal, es decir, en tanto que es un advenir, un despliegue, una distensión hacia su ser, al que no tiene nunca como posesión actual, pues está siempre por llegar, en unidad inseparable con lo que ha sido en el pasado y su ocuparse presente con las cosas.
En segundo lugar, la esperanza se refiere al futuro no solo con el deseo sino con la confianza fundada de una vida mejor, más plena y luminosa. La confianza es el lazo que une la esperanza con la fe. “La fe es la garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”.
En tercer lugar la plenitud de la vida que se desea y en la que se confía no se refiere solamente a la propia vida individual, sino a la vida en comunión con los demás seres humanos, y también con la naturaleza y con Dios. La vida plena que se espera es unitiva, integradora, armonizadora de los contrarios.
En cuarto lugar, el deseo confiado de una vida de comunión plena implica la inquietud, la disconformidad, en suma, la conciencia desdichada de un vacío de la vida presente. En este sentido decía Rimbaud que ‘la vida está en otra parte’. Lo que no significa una renuncia al mundo, sino justamente lo contrario: hacerse cargo de los desafíos que plantea para contribuir, desde la posición y las posibilidades que tiene cada uno, a su elevación, en el entendido de que quien realiza esta elevación finalmente no es el hombre, sino Dios.
Siguiendo el hilo conductor de los cuatro elementos señalados, podemos abordar las amenazas a la esperanza en la forma de cuatro aspectos críticos.
La primera amenaza se presenta como una crisis de futuro. Ha caído en descrédito la definición del hombre moderno como un ser histórico abierto a un progreso infinito. Ese descrédito se debe a múltiples factores, entre los que destacan la conciencia de que los recursos humanos son finitos y están en proceso de agotarse; también el hecho de que los instrumentos de progreso —la ciencia y la técnica— han mostrado que pueden convertirse fácilmente en agentes de destrucción; por otra parte los sufrimientos del hombre como consecuencia de las guerras y los despotismos han alcanzado extremos de crueldad nunca antes vistos; además, la reaparición en el dominio de la ciencia de los conceptos de accidente, catástrofe, azar, caos, parecen desmentir la supuesta racionalidad de la historia; y finalmente la caída de las construcciones filosóficas e históricas que pretendían dar cuenta de las leyes del desarrollo histórico hacen que por primera vez en la historia el hombre se encuentre en una suerte de orfandad o desamparo espiritual, puesto que los absolutos religiosos, éticos o estéticos ya no son colectivos, sino privados.
Las transformaciones que el hombre ha realizado en el planeta traen consecuencias que en buena medida son imposibles de predecir, especialmente en el terreno de la ecología, y que pueden cobrar —y en varios casos ya están cobrando— un precio muy alto para la supervivencia de especies vegetales, animales y para la propia especie humana. Los cambios climáticos son cada vez más sorprendentes y difíciles de explicar por causas puramente naturales. Por otra parte, el futuro está desterrado de todas aquellas formas asociadas al desarrollo económico que procuran fomentar el consumo y la satisfacción inmediata de las necesidades y deseos humanos con el objetivo declarado de estimular la actividad productiva y el crecimiento material de los países.
La segunda amenaza puede calificarse como crisis del sentido y de la confianza. En la misma medida que aumenta la disponibilidad de medios tecnológicos a su alcance, el ser humano está amenazado por la pérdida de claridad respecto a la finalidad de su vida. Con ello pierde el sentido del trabajo, del ocio, de la sexualidad. La experiencia del tiempo del hombre actual es la de una enorme velocidad en los cambios de toda índole: los descubrimientos científicos, la innovación tecnológica, las relaciones económico-sociales, etc. Ello trae consigo una pérdida de las referencias permanentes en el orden del saber y del actuar, y la consiguiente pérdida de confianza respecto de la aprehensión de la realidad.