Robert Gerwarth - IMPERIOS EN GUERRA (HISTORIA - PRETÉRITA) (Spanish Edition)

R OBERT G ERWARTH y E REZ M ANELA

Oficialmente, la Primera Guerra Mundial acabó a finales del 1918 con la victoria de los Aliados. Tras ella, desaparecieron tres centenarios y vastos imperios, el otomano, el austro-húngaro y el Romanov. Un cuarto imperio, el Imperio de los Hohenzoller, que había llegado a ser un gran imperio territorial en el último año de la guerra, cuando ocupaba inmensos territorios de la Europa Centro-Oriental, quedó significativamente reducido en cuanto a su tamaño, privado de sus colonias de ultramar y transformado en una democracia parlamentaria. Los victoriosos imperios de Europa Occidental, a pesar de sus importantes beneficios territoriales gracias a la Conferencia de Paz de París, se vieron igualmente afectados por el cataclismo de la guerra: Irlanda obtuvo su independencia tras una sangrienta guerrilla contra las fuerzas británicas, mientras que en Egipto, India, Irak, Afganistán y Burma, Londres respondía con considerable fuerza a la agitación reinante. Francia contraatacaba a la resistencia a sus ambiciones imperialistas en Argelia, Siria, Indochina y Marruecos. Japón hizo otro tanto en Corea.

Benito Mussolini, hablando sobre la desintegración de los grandes imperios territoriales de Europa y de los nuevos desafíos a que se enfrentaban los imperios navales, hacía el siguiente inquietante comentario en un artículo de Il Popolo d'Italia: ni la caída de la antigua Roma ni la derrota de Napoleón pueden compararse por su impacto en la historia con la remodelación actual del mapa de Europa. «La tierra entera tiembla. Todos los continentes están desgarrados por la misma crisis. No hay una sola parte del planeta [...] que no haya sido sacudida por el ciclón. En la vieja Europa se extinguen los hombres, se quiebran los sistemas, se desmoronan las instituciones».

Por una vez, Mussolini tenía razón. Durante siglos, la historia de Europa, y, por tanto, la historia mundial, había sido una historia de imperios, tanto en el continente europeo como desde el punto de vista de la exploración, expansión y conquista de territorios de ultramar. Los actores imperiales como Estados Unidos, Japón y el Imperio otomano configuraron sus respectivas esferas de influencia y de dominación colonial. En la cima de esta expansión imperial, gran parte de los territorios terrestres del mundo habitado se dividieron en imperios oficiales o territorios económicamente dependientes. En el siglo XX , este mundo se desintegró radicalmente, cuando estos inmensos imperios se desmoronaron o se vieron sometidos a una gran presión con el cataclismo de la Primera Guerra Mundial.

Ni la Primera Guerra Mundial ni sus efectos sobre el paisaje político de Europa son temas que desdeñe la investigación histórica. Ahora bien —quizá comprensiblemente, dado el impacto que tuvo el enfrentamiento en Europa Occidental—, la mayoría de la literatura producida a partir de 1918 se ha centrado en los acontecimientos del Frente Occidental y en su impacto en las Alemania, Francia y Gran Bretaña metropolitanas. La mayoría de estas historias quedan enmarcadas entre dos supuestos «clásicos»: primero, que la guerra empezó con el sonido de las «pistolas de agosto» en 1914 y que finalizó con el armisticio del 11 de noviembre de 1918; segundo, que era principalmente un asunto europeo. Mientras que las minorías étnicas, las tropas imperiales y los escenarios de lucha, de reclutamiento y de revueltas de Europa Oriental o no europeos son, en el mejor de los casos, incidentes secundarios en las consideraciones de la historia general de guerra y paz del Frente Occidental.

Ambos supuestos han dominado y definido durante décadas la historiografía occidental de la Gran Guerra. Y, a pesar de que la literatura basada en estas hipótesis ha ofrecido conocimientos muy valiosos sobre las causas y las consecuencias de este conflicto, este libro pretende ampliar el marco en el que se ha escrito la historia de la Gran Guerra y partir de dos premisas que divergen de estos supuestos. La primera es que conviene examinar la guerra dentro de un marco más largo (temporalmente) y más ancho (espacialmente) que el habitual. Centrarse en el periodo entre agosto de 1914 y noviembre de 1918 tiene más sentido para las potencias vencedoras del Frente Occidental (especialmente Gran Bretaña y Francia) de lo que lo tiene para una gran parte de Europa Centro-Oriental y Suroriental o para esas tropas coloniales cuya desmovilización no empezó en noviembre de 1918. El paroxismo de 1914-1918 fue el epicentro de un ciclo de conflictos imperiales armados que en algunas partes de Europa comenzó en 1911, con el ataque italiano en territorios del norte de África y del Mediterráneo previamente controlados por el Imperio otomano, y las guerras Balcánicas, que estalló el año siguiente. El fin de la guerra civil irlandesa ese mismo año, la adopción de una medida de equilibrio en Alemania tras el final de la ocupación franco-belga del Ruhr, la estabilización del régimen bolchevique en Rusia con su decisiva victoria en aquella sangrienta guerra civil, así como la confirmación de la Nueva Política Económica a la muerte de Lenin en 1924, además de la reconfiguración de las relaciones de poder en Asia Oriental durante la Conferencia de Washington dos años antes, todo ello eran otros tantos indicios de que, de momento, se había roto el círculo de violencia.