En las dos últimas décadas, los usos del término «nacionalismo» han aumentado vertiginosamente con la creciente marea de partidos nacionalistas. En esta recopilación de los escritos de Hobsbawm sobre el nacionalismo, vemos algunas de las consideraciones históricas críticas que aplicó a este asunto tan controvertido, lo cual es más relevante que nunca, ya que nos encontramos en el umbral de una era en la que internet y la globalización del capital amenazan con borrar muchas fronteras nacionales mientras que, en parte como reacción, el nacionalismo parece resurgir con renovadas fuerzas.
Más que cualquier otro historiador de nuestro tiempo, Hobsbawm tuvo mucho cuidado de considerar seriamente estos movimientos y nunca condenar el nacionalismo y el patriotismo como algo simplemente absurdo. La claridad de su intuición es tan vital hoy como lo fue en su vida: Sobre el nacionalismo es un trabajo esencial para cualquiera que quiera comprender este fenómeno.
ERIC HOBSBAWM
Edición e introducción a cargo de Donald Sassoon
Introducción
Donald Sassoon
A Eric Hobsbawm no le gustaba el nacionalismo. Como escribió en 1988 en una carta dirigida a un historiador nacionalista de izquierdas: «Sigo estando en la curiosa posición de rechazar, desconfiar, desaprobar y temer al nacionalismo allá donde exista, quizá aún más que en la década de 1970, si bien reconozco su enorme fuerza, que se debe aprovechar para progresar, si ello es posible. Y a veces lo es. No podemos dejar que la derecha monopolice la bandera. Pueden lograrse algunas cosas movilizando los sentimientos nacionalistas… Sin embargo, yo no puedo ser nacionalista ni tampoco, en teoría, ningún marxista lo puede ser».
Su antinacionalismo no resulta sorprendente. Era un judío que se oponía al sionismo; un británico que nació en Egipto en el año de la Revolución rusa. Su abuelo era polaco. Su madre, vienesa. Su padre nació en Inglaterra. Sus padres se casaron en Suiza. Su esposa, Marlene, nació en Viena y creció en Mánchester. Él se crio en Viena y Berlín, y era un muchacho cuando los nazis llegaron al poder, una experiencia que le produjo una impresión imperecedera. En su autobiografía escribió que Berlín hizo de él un marxista y comunista de por vida, un proyecto político que, admitió, había fracasado totalmente. «El sueño de la Revolución de Octubre —escribió— sigue habitando en algún lugar dentro de mí… Lo he abandonado, o mejor dicho rechazado, pero no lo he borrado.»La suya no fue una infancia feliz: su padre falleció cuando él tenía doce años, y su madre, cuando tenía catorce.
Es casi como si el término «cosmopolita desarraigado» hubiera sido acuñado para él, de no ser por el hecho de que era muy inglés en sus maneras, aunque un inglés que dominaba cinco idiomas. Con estos antecedentes, no es de extrañar que se acercase al saber convencional —incluyendo la historiografía convencional—, con una buena dosis de escepticismo.
En esta recopilación de los escritos de Hobsbawm sobre el nacionalismo, vemos algunas de sus consideraciones históricas críticas sobre este asunto tan controvertido, lo cual es más relevante que nunca, ya que nos encontramos en el umbral de una era en la que internet y la globalización del capital amenazan con borrar muchas fronteras nacionales mientras que, en parte como reacción, el nacionalismo parece resurgir con renovadas fuerzas.
Los historiadores, explicaba Hobsbawm, «tienen una responsabilidad para con los hechos históricos en general, y a la hora de criticar el abuso político-ideológico de la historia en particular».Si se me permite la expresión, él poseía un poderoso detector de «disparates»; una herramienta esencial en una profesión en la que una inteligencia crítica es tan importante como el buen juicio y la erudición. Hobsbawm reunía todas estas características.
No cabe duda de que le producía cierto placer —aún puedo ver su sonrisa traviesa— señalar que esto del nacionalismo, al que por lo general se considera un asunto antiguo, es, en realidad, algo bastante reciente: ya se trate del certamen de los Jocs Florals (Juegos Florales), reinstaurados en Cataluña en 1859, bajo el lema Patria, Fides, Amor (Patria, Fe, Amor), en una época en la que el nacionalismo catalán no se centraba en la cuestión lingüística, o bien de su equivalente galés, el Eisteddfodau, recuperado ese mismo año, aunque el galés no se normativizó hasta el siglo XX . (Véase «¿Todas las lenguas son iguales?», en esta compilación.)
La historia cuestiona las creencias hasta un punto que no tiene parangón en otras disciplinas. Sostener que la Tierra no está en el centro del universo y que el Sol no gira a su alrededor, o que nuestros ancestros eran monos, puede resultar desestabilizador para las religiones abrahámicas, pues la ciencia parece invalidar las historias aceptadas relativas a la creación, pero, en nuestros tiempos, la mayoría de las religiones han aprendido a soportar la ciencia. Sea como fuere, para la mayoría de la gente —no toda—, que el Sol gire alrededor de la Tierra o al contrario no tiene mayor importancia. La vida sigue. La propia identidad no se ve amenazada. Pero que en la era moderna —es decir, desde el siglo XIX — se nos diga que Italia o Alemania son naciones recientemente «inventadas»; que Clodoveo, «el primer rey cristiano de Francia», nació en Bélgica —que por aquel entonces no existía—, y que no hablaba francés, como tampoco lo hacía Carlomagno; que Pakistán fue «inventado» en la década de 1930 —Hobsbawm menciona irónicamente, y más de una vez, un popular libro titulado Five Thousand Years of Pakistan, escrito por el arqueólogo británico Mortimer Wheeler—, puede resultar inquietante para quienes aprendieron todas estas cosas en la escuela y para quienes la identidad nacional es importante. Y hoy las identidades, y no solo las identidades nacionales, son más importantes que nunca.
Hobsbawm es igualmente cáustico con los sionistas que «pasan de puntillas sobre los últimos 1.800 años para volver a los últimos habitantes combatientes de Palestina». Las personas pueden identificarse como judías aunque no vivan en el mismo territorio, no hablen la misma lengua, no sigan los mismos rituales religiosos —o ninguno—, no tengan los mismos antecedentes históricos ni la misma cultura, etc. Para él, «ningún historiador serio de las naciones y el nacionalismo puede ser un nacionalista político comprometido». Y, por ejemplo, dudaba de que un sionista pudiera escribir «una historia de los judíos verdaderamente seria».Los nacionalistas creen que las naciones han existido desde tiempo inmemorial. El cometido de los historiadores consiste en refutar tales afirmaciones.