Eric Hobsbawm - La era del imperio, 1875-1914
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- Libro:La era del imperio, 1875-1914
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- Año:1987
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La era del imperio, 1875-1914: resumen, descripción y anotación
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La era del imperio, 1875-1914 — leer online gratis el libro completo
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ERIC J. HOBSBAWM (1917-2012) fue educado en el Prinz-Heinrich-Gymnasium en Berlín, en el St Marylebone Grammar School (ahora desaparecido) y en el King’s College, Cambridge, donde se doctoró y participó en la Sociedad Fabiana. Formó parte de una sociedad secreta de la élite intelectual llamada los Apóstoles de Cambridge. Durante la Segunda Guerra Mundial, sirvió en el cuerpo de Ingenieros y el Royal Army Educational Corps. Se casó en dos ocasiones, primero con Muriel Seaman en 1943 (se divorció en 1951) y luego con Marlene Schwarz. Con esta última tuvo dos hijos, Julia Hobsbawm y Andy Hobsbawm, y un hijo llamado Joshua de una relación anterior.
Se unió al Socialist Schoolboys en 1931 y al Partido Comunista en 1936. Fue miembro del Grupo de Historiadores del Partido Comunista de Gran Bretaña de 1946 a 1956. En 1956 cuando acaeció la invasión soviética de Hungría Hobsbawm no abandonó el Partido Comunista de Gran Bretaña, a diferencia de sus colegas historiadores, haciendo este hecho posible la especulación sobre si Hobsbawm la apoyó en su momento. Sin embargo, no se debe confundir su obra con el marxismo ortodoxo soviético que dictaba la URSS, sino con dentro del marxismo revisionista europeo. Trabajó con la publicación Marxism Today durante la década de 1980 y colaboró con la modernización de Neil Kinnock del Partido Laborista.
En 1947 obtuvo una plaza de profesor de Historia en el Birkbeck College, de la Universidad de Londres. Fue profesor visitante en Stanford en los años 60. En 1978 entró a formar parte de la Academia Británica. Se retiró en 1982, pero continuó como profesor visitante, durante algunos meses al año, en The New School for Social Research en Manhattan hasta 1997. Fue profesor emérito del departamento de ciencias políticas de The New School for Social Research hasta su muerte.
Hobsbawm, uno de los más importantes historiadores británicos, escribió extensamente sobre una gran variedad de temas. Como historiador marxista se centró en el análisis de la «revolución dual» (la Revolución francesa y la Revolución industrial británica). En ellas vio la fuerza impulsora de la tendencia predominante hacia el capitalismo liberal de hoy en día. Otro tema recurrente en su obra fue el de los bandidos sociales, un fenómeno que Hobsbawm intentó situar en el terreno del contexto social e histórico relevante, al enfrentarse con la visión tradicional de considerarlo como una espontánea e impredecible forma de rebelión. Uno de los intereses de Hobsbawm fue el desarrollo de las tradiciones. Su trabajo es un estudio de su construcción en el contexto del estado nación. Argumenta que muchas tradiciones son inventadas por élites nacionales para justificar la existencia e importancia de sus respectivas naciones.
Al margen de su obra histórica, Hobsbawm escribió (bajo el seudónimo de Frankie Newton, tomado del nombre del trompetista comunista de Billie Holiday) para el New Statesman como crítico de jazz y en diversas revistas intelectuales sobre temas diversos, como el barbarismo en la edad moderna, los problemas del movimiento obrero y el conflicto entre anarquismo y comunismo.
CUADROS Y MAPAS
EPÍLOGO
Wirklich, ich lebe in finsteren Zeiten!
Das arglose Wort is töricht. Eine glatte Stirn
Deutet auf Unempfindlichkeit hin. Der Lachende
Hat die furchtbare Nachricht
Nur noch nicht empfangen.
BERTOLT BRECHT, 1937-1938
Por primera vez las décadas precedentes fueron consideradas como un período largo y casi de oro de avance constante e ininterrumpido. Así como según Hegel sólo comenzamos a comprender un período cuando se baja el telón («la lechuza de Minerva sólo despliega sus alas a la caída de la tarde»), aparentemente sólo podemos reconocer los rasgos positivos cuando iniciamos un período posterior, cuyos aspectos problemáticos deseamos subrayar estableciendo un fuerte contraste con lo que ocurrió antes.
ALBERT O. HIRSCHMAN, 1986
I
Si se hubiera mencionado la palabra catástrofe entre los miembros de las clases medias europeas antes de 1913, lo habría sido casi con toda seguridad en relación con uno de los pocos acontecimientos dramáticos en los que se vieron implicados los hombres y mujeres en el curso de una vida larga y en general tranquila: por ejemplo, el incendio del Karltheater en Viena en 1881 durante la representación de los Cuentos de Hofjmann de Offenbach en el que murieron casi 1500 personas, o el hundimiento del Titanic, con un número de víctimas similar. Las catástrofes mucho más graves que afectan a las vidas de los pobres —como el terremoto de Messina de 1908, mucho más grave y al que se ha prestado menos atención que a los movimientos sísmicos de San Francisco (1905)— y los riesgos permanentes para la vida y la salud que siempre han rodeado la existencia de las clases trabajadoras todavía llaman menos la atención de la opinión pública.
Podemos afirmar con toda seguridad que después de 1914 esa palabra sugería otras calamidades más graves incluso para aquellos que menos las sufrieron en su vida personal. La primera guerra mundial no resultó ser Los últimos días de la humanidad, como afirmó Karl Kraus en su cuasidrama de denuncia, pero nadie que viviera una vida adulta antes y después de 1914-1918 en cualquier lugar de Europa, y en muchas zonas del mundo no europeo, podía dejar de darse cuenta de que los tiempos habían cambiado de forma decisiva.
El cambio más evidente e inmediato era que ahora la historia del mundo parecía proceder mediante una serie de sacudidas sísmicas y cataclismos humanos. A nadie podía haberle parecido menos real la idea de progreso y de cambio continuo que a los que vivieron dos guerras mundiales; dos estallidos revolucionarios globales después de cada una de las guerras; un período de descolonización general, en cierta medida revolucionaria; dos episodios de expulsiones de pueblos que culminaron en genocidio, y como mínimo una crisis económica tan dura como para despertar serias dudas sobre el futuro de aquellos sectores del capitalismo que no habían desaparecido por efecto de la revolución. Fueron unas sacudidas que afectaron a continentes y países muy alejados de la zona de guerra y de conflicto político europeo. Una persona nacida en 1900 habría experimentado todos esos acontecimientos directamente o a través de los medios de comunicación de masas que los hacían accesibles de forma inmediata, antes de que hubiera llegado a la edad de jubilación. Y, desde luego, la historia iba a seguir desarrollándose a través de un proceso de sacudidas violentas.
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