Ocho pecados por los que la Iglesia no irá al cielo
Ocho pecados por los que la Iglesia no irá al cielo
N I PEDIRÁ PERDÓN
A NA M ARTOS R UBIO
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Título: Ocho pecados por los que la Iglesia no irá al cielo
Autor: © Ana Martos Rubio
Copyright de la presente edición: © 2012 Ediciones Nowtilus, S.L.
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ISBN Papel: 978-84-9967-377-6
ISBN Digital: 978-84-9967-378-3
Fecha de publicación: Mayo 2012
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Capítulo I
La Iglesia y las culpas del pasado
La Iglesia católica ha reconocido sus errores y ha pedido perdón en diferentes ocasiones. Ha pedido perdón al mundo por sus pecados históricos. Ha pedido perdón al pueblo judío por sus injusticias. Ha pedido perdón a las iglesias cismáticas por su alejamiento. Ha pedido perdón a los no católicos por su intolerancia.
En 1523, a raíz de la reforma de Lutero, el papa Adriano VI envió un mensaje a la Dieta Imperial de Núremberg reconociendo los abusos, prevaricaciones y abominaciones de los miembros de la corte romana, a quienes exhortaba a examinar su conciencia con mayor rigor que el que emplearía Dios para juzgarles.
En 1963, el papa Juan XXIII pronunció una oración de arrepentimiento lamentando la marca de Caín que la Iglesia llevó durante siglos sobre su frente por los crímenes cometidos contra el pueblo judío y pidió perdón por la injusta maldición que pronunció en su día contra los judíos, así como por haber vuelto a crucificar, en la carne del hermano, al vástago por excelencia del pueblo elegido, Jesucristo, hijo del Dios de los judíos y judío según la carne.
En 1965, el concilio Vaticano II pidió perdón «a Dios y a los hermanos separados», deploró ciertas actitudes mentales que han podido hacer pensar en una oposición entre la ciencia y la fe y asumió la responsabilidad cristiana en el origen del ateísmo, por haber «velado más que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión».
En 1994, el papa Juan Pablo II pronunció una oración de perdón por los pecados históricos cometidos por la Iglesia y aprovechó la oportunidad de expiación que propiciaba la celebración del jubileo para purificar la memoria de la Iglesia de «todas las formas de contratestimonio y escándalo» y para dar ejemplo de arrepentimiento al mundo civil.
En 2000, siendo presidente de la Comisión Teológica Internacional, el cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI, impulsó la redacción del documento Memoria y reconciliación. La Iglesia y las culpas del pasado , invitando a la Iglesia a «asumir con conciencia más viva el pecado de sus hijos» y pidiendo perdón en nombre de todos los católicos «por los comportamientos ofensivos para con los no católicos en el transcurso de la historia».
Con seguridad, el siglo XXI verá también a la Iglesia pedir perdón por los pecados de paidofilia cometidos por sus miembros y encubiertos o silenciados durante siglos.
La Iglesia lleva en pie veinte siglos. Surgió para administrar la religión cristiana, una religión de misterios que se nutre de fe, no de ciencia, a la que el ser humano, por científico e intelectual que sea, puede acogerse como a un recurso contra la angustia de lo incognoscible. La fe ocupa los espacios que la inteligencia no alcanza, porque la inteligencia es limitada y la fe es ilimitada.
El cordero místico. Hubert y Van Dick pintaron el panel central de la iglesia de San Bavón de Gante con esta representación del cordero celestial, la víctima propiciatoria que se ofrece en sacrificio a Dios para redimir al mundo del pecado original.
Pero la religión cristiana está basada en el pecado original de Adán y Eva y en la posterior redención. El pecado original cerró para siempre para el ser humano las puertas del cielo y solamente la muerte de Cristo pudo abrirlas de nuevo, porque el hijo de Dios no había de quedar fuera del Edén. A eso vino al mundo y por eso se dejó crucificar.
Con el tiempo, hemos reemplazado la Creación por el big bang y hemos sustituido a Adán y Eva por el homo sapiens . Antes de desobedecer, puede que Adán y Eva fueran el homo erectus y, después de la trasgresión, puede que se convirtieran en el homo sapiens sapiens , porque el resultado de comer el fruto prohibido fue la adquisición de las estructuras cerebrales que alojan la conciencia. También sabemos que el cielo y el infierno no existen, al menos como lugares, ya que, según la misma la Iglesia, son «estados». Parece que también el diablo desapareció hace algún tiempo del panteón cristiano. Freud lo reemplazó en su día por el principio del placer, el ello.
Entonces, ¿qué pecado vino Cristo a purgar? ¿Qué puertas vino a abrir? ¿Qué monstruosidad vino a redimir? Y, si aceptamos una explicación adecuada al siglo XXI , ¿en qué han estado creyendo los cristianos de veinte siglos atrás? ¿Cómo ha podido equivocarse la revelación divina?
Dejemos la revelación, la fe y la religión al lado que corresponde y emprendamos el camino del conocimiento para intentar esclarecer el más admirable de los misterios: ¿cómo ha podido la Iglesia católica persistir a través del tiempo? A pesar de las reformas, de las contrarreformas, a pesar de las escisiones, de los cismas, de los escándalos, de la caída en picado de la fe reemplazada por la razón, a pesar de que la ciencia y la filosofía hace tiempo que desbancaron a la teología, a pesar de la merma de su poder temporal y místico ¿cómo ha podido la Iglesia no solamente sustentarse a través de los siglos, sino mantener su fuerza en nuestro tiempo?
La respuesta no está en la petición de perdón por los pecados cometidos, sino en aquellos pecados por los que la Iglesia no ha pedido ni pedirá jamás perdón, porque, si lo hiciera, dejaría de ser la institución que es, dejaría de llamarse como se llama y dejaría de existir según los pilares que la sustentan. Ocho pilares sin los cuales no habría tenido la expansión, la envergadura, la importancia ni la duración de que goza. Ocho pilares imprescindibles para su subsistencia, que la han sostenido desde su aparición hasta nuestros días; y que, si ninguno de ellos se resquebraja, la mantendrán hasta la consumación de los tiempos.
Son los siete pecados que la misma Iglesia califica de capitales porque generan otros vicios. Sus nombres son: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. Todos ellos son representativos del carácter de la institución, todos ellos contribuyen a su estabilidad y todos ellos le han sido criticados, uno a uno, por sus propios miembros, sin que esas críticas hayan conseguido modificar un ápice su actitud, que se basa precisamente en esos pilares imprescindibles para su sostenimiento.