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Konrad Lorenz - Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada

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Konrad Lorenz Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada
  • Libro:
    Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1973
  • Índice:
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Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada: resumen, descripción y anotación

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PRÓLOGO OPTIMISTA

El presente ensayo ha sido escrito y publicado como homenaje a mi amigo Eduard Baumgarten en su septuagésimo aniversario. Verdaderamente su esencia no armoniza con ninguna circunstancia regocijante ni con la naturaleza festiva de tal celebración, pues hasta cierto punto es una lamentación, una exhortación a la Humanidad entera pidiéndole contrición y enmienda; casi cabría conceptuarlo como un sermón penitencial más propio del famoso agustino vienés Abraham Santa Clara que de un naturalista. Pero en estos tiempos que vivimos es el naturalista quien puede percibir con singular claridad ciertos peligros. Como resultado, el dar conferencias representa un deber para él.

Mi conferencia, divulgada por la Radiodifusión, tuvo tal resonancia que quedé completamente asombrado. Recibí innumerables cartas en las que me solicitaban el texto impreso, y, por último, uno de mis mejores amigos me exigió categóricamente que hiciera circular el ensayo en una amplia esfera de lectores.

Todo ello tiende por sí mismo a desmentir el pesimismo que parece emanar del escrito: ¡El hombre que creyera ciertamente predicar en el desierto estaba hablando —según se ha comprobado— ante un auditorio nutrido y excepcionalmente juicioso! Es más, al releer mis propias palabras me han extrañado algunas manifestaciones que fueron ya algo exageradas cuando las escribí y que hoy día carecen de fundamento. Por ejemplo, en la página 106 se dice que la Ecología es una ciencia cuyo significado no encuentra todavía suficiente aceptación. Realmente, hoy día no se puede afirmar tal cosa, pues nuestra organización bávara Gruppe Okologie está hallando una comprensión y una acogida muy satisfactoria por parte de las autoridades competentes. Un número siempre creciente de personas razonables y juiciosas valora acertadamente los peligros inherentes a la superpoblación y la ideología del crecimiento. En todas partes se adoptan medidas contra la devastación del espacio vital; hasta ahora no han resultado suficientes ni mucho menos, pero tal iniciativa basta para hacernos concebir la esperanza de que pronto lo serán.

En otro aspecto debo corregir también ciertas declaraciones con objeto de darles una orientación más satisfactoria. Por aquellos días, al comentar el conductismo, escribí que esta doctrina es «sin duda culpable, en muy amplia medida, de la amenazadora desintegración moral y cultural sufrida por los Estados Unidos». Desde entonces hasta hoy se han elevado numerosas voces en los propios Estados Unidos para refutar de forma sumamente enérgica ese concepto erróneo; y aunque se les ofrezca todavía mucha resistencia con todos los medios disponibles, también se les escucha, porque es imposible aherrojar la verdad a menos que se le haga enmudecer totalmente. Las enfermedades espirituales epidémicas del presente, procedentes de América, suelen llegar con cierto retraso a Europa. Así pues, mientras el conductismo decae en América, sigue haciendo estragos entre los psicólogos y sociólogos europeos. Sin embargo, cabe pronosticar que aquí la epidemia remitirá pronto.

Por último, me gustaría agregar una breve apostilla rectificadora acerca del antagonismo reinante entre las generaciones. Pues los jóvenes contemporáneos suelen aguzar el oído ante las verdades biológicas fundamentales mientras no sean objeto de instigaciones políticas o simplemente se resistan a creer todo cuanto les diga una persona mayor. No sería muy difícil hacer ver a esa juventud revolucionaria la veracidad de lo que se expone en el capítulo VIl de esta obra.

Pecaría de presuntuoso suponer por anticipado que todo cuanto uno sabe con absoluta certeza no pueda hacerse también inteligible para la mayoría de los seres humanos. Ahora bien, el contenido de este libro es mucho más comprensible que, por ejemplo los cálculos diferencial e integral, el aprendizaje de los cuales es obligatorio para cualquier estudiante de enseñanza superior. Todo peligro pierde mucho del temor que inspira cuando se desentrañan las causas. Por consiguiente, creo y espero que este manual contribuya un poco a aminorar los peligros que se ciernen sobre la Humanidad.

Seewiesen, 1972

KONRAD LORENZ

I. PROPIEDADES ESTRUCTURALES Y PERTURBACIONES FUNCIONALES DE LOS SISTEMAS VIVIENTES

La Etología se define como una rama de la ciencia que surgió cuando, en tiempos de Charles Darwin, se aplicaron también los métodos y planteamientos empleados con carácter obligatorio y axiomático por las restantes disciplinas biológicas a la investigación del comportamiento animal y humano. Desde luego, resulta sorprendente una incorporación tan tardía, pero esto tiene sus orígenes en la investigación histórica del comportamiento, a lo que nos referiremos de nuevo en el capítulo sobre formación indoctrinada. Así pues, la Etología estudia tanto el comportamiento animal y humano como la función de un sistema que debe su existencia y su peculiar forma a una génesis histórica, la cual ha tenido lugar en la historia genealógica, en el desarrollo del individuo y —respecto a los seres humanos— en la historia de la civilización. ¿Por qué se ha creado así un sistema determinado y no de otra forma? Esta pregunta causal genuina sólo puede encontrar una respuesta legítima en la elucidación natural de esa génesis.

Entre las causas de toda constitución orgánica la selección natural desempeña un papel primordial junto con los fenómenos de la mutación y la combinación original de genes. Esto origina lo que denominamos adaptación, es decir un proceso auténticamente cognoscitivo, por conducto del cual el organismo asimila la información existente en el medio ambiente —información sumamente importante para su supervivencia— y por medio del que adquiere conocimientos sobre el medio ambiente.

El ser viviente se caracteriza por la existencia asegurada mediante esa adaptación de estructuras y funciones incipientes; en el mundo inorgánico no existe nada semejante. Por consiguiente, el investigador debe afrontar una pregunta a la que no puede responder el físico ni el químico. La pregunta es ésta: ¿para qué? Al interrogarse así, el biólogo no busca una interpretación biológica, sino solamente —y con más modestia— el funcionalismo específico de un atributo. Cuando nos preguntamos por qué tienen los gatos unas garras curvadas y respondemos «para cazar ratones», nos reducimos a plantear someramente esta cuestión: ¿Qué funcionalismo específico de los gatos ha originado esa forma peculiar de garras?

Cuando se ha formulado innumerables veces dicha pregunta durante toda una vida de investigación, relacionándola con las estructuras y conductas diversas, y cuando se ha recibido un ilimitado número de respuestas convincentes, uno se siente inclinado a opinar que las formaciones complejas —e improbables genéricamente— de la constitución física y del comportamiento nunca tienen lugar como no sea mediante la selección y la adaptación. Ahora bien, este criterio podría desorientarnos cuando abordamos con la pregunta «¿para qué?» determinados comportamientos del hombre civilizado expuestos regularmente a la observación. Pues ¿para qué le sirve a la Humanidad su multiplicación desmedida, su espíritu de competencia que se acrecienta sin límite hasta rayar en lo demencial, el incremento del rearme, cada vez más horripilante, la progresiva enervación del hombre apresado por un urbanismo absorbente, y así sucesivamente? No obstante, si afinamos un poco nuestra observación nos percatamos de que todos esos adelantos erróneos son perturbaciones de unos mecanismos muy concretos del comportamiento, en cuyos comienzos se desarrollaría, con toda probabilidad, como un valor inalterable, la conservación de la especie. Para expresarlo con otras palabras, se les debe conceptuar como rasgos patológicos.

El análisis del sistema orgánico, en que se funda el comportamiento social del hombre, es la tarea más difícil y codiciada de todas cuantas puedan proponerse las ciencias naturales, pues este sistema es, con mucho, el más complejo sobre la Tierra. Aquí cabría aducir que una empresa tan espinosa en sí puede terminar siendo una imposibilidad absoluta, puesto que las manifestaciones patológicas se sobreponen al comportamiento humano y lo transforman de maneras múltiples e imprevisibles. Afortunadamente no ocurre así. Las perturbaciones patológicas no representan ni mucho menos un obstáculo insuperable en el análisis de un sistema orgánico, sino más bien, y muy a menudo, la clave para comprenderlo. Por la historia de la Fisiología conocemos numerosos casos en los cuales el investigador no percibe la existencia de un sistema orgánico importante hasta que alguna perturbación patológica provoca la enfermedad. Cuando Emil T. Kocher intentó curar la denominada enfermedad de Basedow extirpando la glándula tiroides, al principio ocasionó tetania y espasmos, porque había eliminado también las paratiroides que regulan el metabolismo del calcio. Una vez rectificado este error, Kocher adoptó medidas demasiado radicales todavía en la extirpación del tiroides y provocó un síndrome que él denominó

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