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Primera edición electrónica, 2020
© Rosa María Spinoso Arcocha,
ISBN 978-607-571-044-0
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INTRODUCCIÓN
No es la primera vez que voy tras los pasos de la Llorona, en un sentido figurado, claro, ya que ella no camina, se desliza flotando cuando aparece. Y en esta tarea me fui encontrando con una serie de prodigios inesperados, como podemos llamar a los presagios, a las diosas, más precisamente a Cihuacóatl, a Medea y al final, a la Malinche, siempre ella. Las tres perfectamente historiables como representaciones femeninas y las tres tan vigentes y oportunas como nunca …o como siempre. Pero también hubo prodigios que, si bien eran esperados, no por eso dejaron de traer algunas sorpresas, me refiero a la reinvención de la Llorona al otro lado de la frontera norte, a partir de una lectura alternativa de sus apariciones y su llanto entre la población chicana. ¿Cuándo podrá parar de llorar la Llorona?, ¿hasta cuándo tendrá ella que seguir haciéndolo?, se pregunta y nos pregunta la poeta Vicki Vertiz
Les puedo asegurar que las dificultades para seguirlas en este trabajo continuaron como la primera vez, así como el desafío de resolver la problemática que lo mueve. En primer lugar, está el desafío de historiar dos mitos, la Llorona y la Malinche, de los que me interesa más su trayectoria histórica, como construcciones sociales que sus estructuras o actores causales, lo que no significa que los desprecie. Son necesarios, una vez que trato de reconstruir el proceso que originó que esas mujeres, una imaginaria, llorosa, de túnica blanca y cabellera revuelta, y la otra real y muy “parlante”, pero de quien nunca hemos sabido lo que dijo, hayan sido condenadas a vagar eternamente en busca de sus hijos. Dos “fantasmas de cabecera” que rondan el imaginario de los mexicanos y a través de los cuales han articulado sus miedos, sus carencias y sus obsesiones. Como imaginario me refiero a “una fuerza reguladora de la vida colectiva”; el conjunto de tradiciones, creencias y comportamientos que establecen deberes y derechos como elementos decisivos de control, incluido el ejercicio del poder.
En el caso de la Llorona, tenía yo el problema de las fuentes documentales, como de inmediato me advirtió un conocido historiador cuando le comenté sobre mi proyecto; o por lo menos, las directamente relacionadas con el fenómeno y sus posibles actores. De hecho, no he encontrado fuentes primarias fidedignas o directamente relacionadas con algún evento o personaje que hubiera podido generar el mito y sus subsecuentes leyendas. Las mismas crónicas y profecías de la Conquista citadas como fuentes tendrían que pasar primero por un proceso de revisión, no tanto para validarlas como tales, sino para establecer los motivos por los que así fueron consideradas.
En el caso de la Malinche, tenía yo el personaje real y las circunstancias que generaron el mito, pero no datos biográficos fidedignos, como lo pudo verificar la historiadora Fernanda Núñez, autora de la mejor y más lograda obra de las que se han hecho sobre ella. Y aunque se han gastado ríos de tinta, seguimos sin conocer gran cosa a su respecto. En esta historia retomo a la Malinche desde el punto y momento de la historiografía en que la dejó esta autora, más precisamente en la obra del historiador inglés William Prescott, para seguirle los pasos en la literatura. Es por eso que sólo la vamos a encontrar a partir del siglo XIX, cuando los nacionalistas mexicanos la asimilaron a la Llorona y ambas nos condujeron hasta el siglo de la Conquista. En realidad, mis objetivos se dirigían a establecer la construcción de sus mitos y la función social que han desempeñado, pero en el caso de la Llorona, ante la insistencia de los expertos de relacionar sus orígenes con las antiguas diosas mesoamericanas, considere necesario remitirme a ellas para buscar los motivos.
Pero aún tengo que explicar los retrocesos y proyecciones temporales a que me obligó la larga duración de ambas, a veces hasta el siglo XVI y otras hacia el presente, pasando por la Colonia, ésta realmente un hiato imposible de llenar. Imposible porque durante los trescientos años coloniales, tanto una como la otra parecen haber sobrevivido sólo en la memoria, individual o colectiva, sin dejar aparentes rastros materiales escritos. O por lo menos sin que haya logrado localizar ninguno. Los relatos debieron repetirse y trasmitirse de forma oral, ya que no fue sino hasta el siglo XIX que la literatura estuvo apta para apropiarse de ellos y registrarlos.
¿Cuál sería entonces la solución para llenar ese vacío documental y literario sin que eso implicara una quiebra en la secuencia histórica idealizada para el texto?
La solución — espero que satisfactoria — fue ignorar la cronología lineal convencional y establecer “la base de operaciones” en el siglo XIX, a partir de los intelectuales de la época que escribieron sobre ambas, para remitirme al pasado, pero recurriendo para ello a los “especialistas” del siglo XX.
Fue desde la mirada de estos que dirigí la mía hacia el período prehispánico, no tanto por la información que pudieran darnos, sino para entender las bases en las que apoyaron su discurso sobre los orígenes prehispánicos de la Llorona, en lo que estaban repitiendo a los intelectuales decimonónicos. Esto porque, tanto los especialistas contemporáneos como aquellos intelectuales que aquí menciono tuvieron en común la lectura de las crónicas de la Conquista y, principalmente, la Historia Antigua de México de Francisco Javier Clavijero, en las que tanto unos como otros se apoyaron para hurgar en el pasado prehispánico.
Como se podrá ver en el capítulo correspondiente, fue una buena oportunidad la de reencontrar a esas diosas “madres”, en una relectura desde el mito aquí historiado, así como de repensar las profecías de la Conquista y el papel que pudieron jugar en el mismo.
Por otro lado, durante la organización de la variada información recogida a lo largo de la investigación, la Llorona me fue revelando sus diferentes facetas, de las que cito por lo menos tres, que se entrelazan histórica, social y culturalmente de forma más o menos visible: la Llorona simbólica; la Llorona histórica y la Llorona memoria.