De falta .
1. Dicho de una cualidad o de una circunstancia: No existir en lo que debiera tenerla.
2. Consumirse, acabar, fallecer.
3. Fallar (no responder como se espera).
4. No acudir a una cita u obligación.
5. Dicho de una persona o de una cosa: Estar ausente del lugar en que suele estar.
6. Dicho de una persona o de una cosa: No estar donde debería.
7. Dicho de una persona: No corresponder a lo que es, o no cumplir con lo que debe.
8. Dejar de asistir a alguien.
9. Tratar con desconsideración o sin el debido respeto a alguien.
10. Tener que transcurrir el tiempo que se indica para que se realice algo.
11. Carecer.
Eso faltaba, o faltaría : Expresión para rechazar una proposición.
Faltar poco para algo : Estar a punto de suceder algo o de acabar una acción.
No faltaba más : Expresión para rechazar una proposición por absurda o inadmisible. Pero también expresión para manifestar la disposición favorable al cumplimiento de lo que se ha requerido.
No faltaba más sino que: Expresión para encarecer lo extremadamente desagradable, extraño o increíble que sería algo.
PRÓLOGO
MADRID , DE MARZO DE 2018
INVISIBLES
A finales del mes de agosto de 2016, durante las tranquilas y soleadas vacaciones de verano, saltó a la prensa una noticia que provocó que muchas mujeres —y unos cuantos hombres también— se revolvieran con inquietud en sus hamacas de la playa. Una conocida editorial preparaba un ambicioso coleccionable que vendería a comienzos de curso en quioscos y papelerías bajo el título «La aventura de la Historia». Lo compondrían sesenta figuritas, con sus correspondientes fascículos ilustrados, pensadas para que pequeños y mayores se divirtieran jugando y aprendiendo sobre las grandes etapas, lugares y civilizaciones de la historia humana. Los clicks de Marco Polo, Leonardo da Vinci o Mozart ya estaban listos en sus cajitas de plástico, al igual que muchos otros personajes anónimos, entre los que destacaban cazadores prehistóricos, druidas, centuriones, soldados encaramados a un fuerte o caballeros andantes. Entre todos ellos —ponía el grito en el cielo la prensa — no había ni una sola mujer. Efectivamente, todas las figuras que componían el coleccionable —las de personajes famosos y las que representaban profesiones o roles sociales— tenían el pelo corto, barbas pobladas y formas masculinas en sus pequeños cuerpos de juguete.
Al parecer, la historia del mundo se podía contar sin ellas .
La polémica corrió como la pólvora —en verano escasean las noticias— y se incendiaron las redes sociales. Un periodista firmó un acalorado artículo en uno de los periódicos de mayor tirada nacional advirtiendo que no pensaba consentir que sus hijos aprendieran una historia en la que faltaba la mitad de la población. Algunas mujeres alzaron la voz para quejarse de lo poco que hubiera costado sustituir algunos personajes genéricos, como «guardián del fuego», por sus versiones femeninas. ¿Quién había estado allí para ver con sus propios ojos lo que hacían nuestras antepasadas en las cavernas prehistóricas? Como era de esperar, un nutrido grupo de feministas bien organizadas capitanearon una campaña de recogida de firmas online para exigir airadamente la inmediata retirada del coleccionable. ¿Dónde estaban Cleopatra, Juana de Arco, Sofonisba Anguissola, Mary Wollstonecraft o Rosa Parks? ¿Dónde estaban las matronas, panaderas, princesas, monjas, activistas climáticas y astronautas de nuestra historia?
Con la llegada de septiembre, la polémica se fue apagando poco a poco, sobre todo después de que la editorial entonara el mea culpa , rectificara y prometiera crear también personajes femeninos influyentes para el coleccionable. Y, finalmente, todo se olvidó como se olvida una tormenta estival que nos sorprende en la calle sin paraguas a mano. Sin embargo, aquel pequeño escándalo veraniego fue bastante revelador de lo que, solo tres meses más tarde, acabaría ocurriendo. En el mes de noviembre Donald Trump ganó las elecciones de Estados Unidos con una campaña de gran agresividad y desprecio hacia las mujeres. Sin ir más lejos, pocas semanas antes de su victoria, se difundieron unas grabaciones de 2005 en las que el entonces magnate norteamericano aseguraba que los hombres poderosos como él podían hacer con las mujeres «lo que quisieran».
La respuesta no se hizo esperar mucho tiempo. El 21 de enero de 2017, solo veinticuatro horas después de su investidura como presidente, centenares de miles de mujeres llenaron las calles de Washington para exigir una política respetuosa no solo hacia ellas sino también hacia las minorías y los migrantes. Ese mismo año, en octubre, millones de mujeres de todo el mundo se sumaron a las actrices de Hollywood en la campaña #MeToo contra el acoso sexual y la prensa empezó a hablar de una «cuarta ola» feminista.
Era el comienzo de una nueva época. Nunca más, parecían prometerse las mujeres de los cinco continentes, volvería a contarse la historia del mundo sin ellas.
¿Es que acaso eran invisibles?, podemos preguntarnos. ¿Cómo es posible que quienes pensaron el coleccionable cometieran el desliz de no incluir a Jane Austen, a Malinche o a Marie Curie? ¿Se puede imaginar la historia de la humanidad sin la mitad de la población?
Lamentablemente, el ser humano lleva contando su historia oficial con una perspectiva androcéntrica desde que tenemos memoria. El coleccionable solo fue el último eslabón de una larga cadena de omisiones y silencios. Si tirásemos de ella llegaríamos nada menos que hasta Tucídides, uno de los primeros historiadores de nuestra cultura, quien en su célebre Historia de la Guerra del Peloponeso , escrita en el siglo v a. C., puso en boca de Pericles, el gran gobernador ateniense, un famoso consejo para las mujeres: «que entre los hombres se hable lo menos posible de vosotras, sea en tono de elogio o de crítica».
Y es que durante mucho tiempo —milenios— las vidas de las mujeres se consideraron irrelevantes para tomarle el pulso a la humanidad. O para servir como ejemplo e inspiración para los jóvenes. Si tirásemos de nuevo de la larga cadena de omisiones, esta vez llegaríamos hasta Aristóteles, quien, en su Poética , desaconsejaba a los aspirantes a escritores crear personajes femeninos inteligentes y valerosos. Para él, dichos modelos hubieran resultado inadecuados y, a la postre, inverosímiles. El mundo —y sus ficciones — era por aquel entonces cosa de hombres, pues eran ellos quienes lo hacían y deshacían a su antojo yendo a las guerras y empuñando el bastón de mando.