Para mi marido, Dan Morgan, y nuestro hijo, Andrew Shannon Morgan, mi tierra y mi cielo; para mi hermano Edward Hogan Shannon, fuerza de la naturaleza; y para mi hermano Michael Willard Shannon y mi sobrino Michael Willard Shannon II, que están en el firmamento.
Citas
He asistido al misterio inconcebible de un alma que no conocía la mesura ni la fe ni el miedo y que sin embargo luchaba a ciegas consigo misma.
Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas
Debes hacer del horror tu amigo. El horror y el terror moral son tus aliados. De lo contrario, se convierten en enemigos temibles. (…) Hay que ser capaz de matar sin sentimentalismos… sin pasión… sin juzgar… ¡sin juzgar! Porque es el juzgar lo que nos derrota.
John Milius y Francis Ford Coppola, Apocalypse Now
Todas las entidades no gubernamentales, tanto las malignas como las benéficas, se están beneficiando enormemente de dos fenómenos interconectados. El primero es el crecimiento asombroso a escala global del libre flujo de información, bienes, servicios y personas. Cada vez es más común, aunque parezca increíble, que puedas estar en cualquier parte del mundo, comprar algo y que te lo entreguen en un plazo de tres días. El segundo fenómeno es el advenimiento de la llamada Era Digital, que te permite, teniendo un superordenador, disponer de acceso inmediato a información sobre prácticamente cualquier cosa desde el punto del mundo donde te encuentres. Las posibilidades que esto está generando han sido tremendamente beneficiosas para la mayoría de la humanidad, pero las entidades dañinas pueden aprovecharse de ello en la misma medida.
Uno de los resultados que estamos viendo desplegarse ante nosotros en la actualidad es que las entidades no gubernamentales, tanto las benéficas como las malignas, pueden acumular poder, influencia y capacidad de actuación, y llegar adonde antes solo llegaban los estados nacionales.
Teniente general Michael K. Nagata, jefe del Directorio de Planificación de Operaciones Estratégicas del Centro Nacional de Lucha Antiterrorista y veterano de las Fuerzas Especiales del ejército de Estados Unidos.
PRÓLOGO
de Michael Mann
SENTADOS EN UN GULFSTREAM II , MIRAMOS FIJAMENTE A UN ANTIGUO FRANCOTIRADOR de la OTAN, musculoso y atiborrado de esteroides. Va esposado y mira por la ventanilla mientras el avión despega de Monrovia, Liberia. Su cara de hastío se desdibuja hasta convertirse en una mueca de autocompasión porque sabe que su destino es una prisión de Estados Unidos en la que va a pasar una larguísima temporada. Resulta paradójico, aunque él no haya comentado nada al respecto. Él y su compañero, Tim Vamvakias, expolicía militar del ejército estadounidense, llegaron en avión desde Phuket, Tailandia, con intención de matar a un capitán de barco libio, traficante de drogas y confidente de la policía, y al agente de la DEA para el que trabajaba. El «confidente libio» acababa de detenerle. Los objetivos formaban parte de una celada para atraparlos, igual que los coordinadores que les habían facilitado las fotografías de vigilancia ficticias de los objetivos, el registro diario de sus movimientos y el lugar más idóneo para llevar a cabo el ataque, y que el mercenario francés a cargo del transporte en África Occidental y el individuo que les había proporcionado las pistolas del calibre 22 con silenciador y los subfusiles Heckler & Kock MP7.
El hombre sentado frente a Dennis Gögel, el asesino a sueldo, en ese avión Gulfstream es Taj, un superagente encubierto del Grupo 960, la hermética élite de la DEA. Taj y el jefe del grupo, Lou Milione, han actuado como señuelos. Otros dos mercenarios igual de peligrosos que Gögel y Vamvakias han sido detenidos al mismo tiempo en Tallin, Estonia, y otro equipo de sicarios —entre ellos su cabecilla, Joseph Rambo Hunter, un instructor de tiro del ejército americano, ya retirado— está siendo detenido en ese mismo momento en Phuket. Nos hallamos inmersos en una compleja operación que ha sincronizado cinco emboscadas, con la participación de cuerpos policiales de tres países, para efectuar las detenciones simultáneamente a fin de que los equipos de LeRoux no pudieran alertarse entre sí.
El libro de Elaine Shannon Hunting LeRoux nos traslada a algunas de las zonas más conflictivas del planeta en compañía de individuos peligrosos. El suspense latido a latido, segundo a segundo, de las cinco redadas impregna numerosos pasajes del libro. Pocas obras de ficción ofrecen el grado de tensión, realismo y conocimiento de las nuevas facetas del crimen organizado que nos presenta Shannon. No hay nada que se le parezca. Su autenticidad se basa en el conocimiento que tiene la autora de las organizaciones delictivas y de la actuación policial tanto en el ámbito federal como en el internacional, así como en la confianza de sus fuentes, a las que tiene acceso en exclusiva.
Es, sencillamente, mejor que la mayoría de las novelas policiacas de ficción. Shannon tiene la habilidad mágica de escribir inmersa en el caudal de acontecimientos reales y de hacerles cobrar vida. El lector sabe que todo lo que cuenta es verídico, y que está ahí.
Al leer parte del manuscrito hace casi dos años, sentí que nunca nadie me había trasladado con esa inmediatez y esa minuciosidad al interior de un imperio delictivo y al día a día de su mortífero e inteligentísimo capo. La atmósfera de peligro y alerta constante es palpable. Es como si estuviéramos atrapados en una serie documental titulada Vida de los ricos y los malvados .
El libro nos sumerge asimismo en el día a día de Tom Cindric y Eric Stouch, los dos agentes del Grupo 960 de la DEA que pusieron en marcha y protagonizaron la investigación principal contra LeRoux. A través de sus páginas, acompañamos a esos dos grandes cazadores de la élite policial en su tránsito por continentes y zonas horarias, países peligrosos y moteles de mala muerte.
La principal revelación de esta saga policiaca apegada a la realidad es Paul Calder LeRoux, y la transformación que él propició. LeRoux es un genio de la informática que mutó en capo del crimen organizado y cometió, de paso, numerosos asesinatos a sangre fría. Revolucionó el funcionamiento de la delincuencia organizada internacional al deconstruir los mecanismos convencionales sobre los que operaban incluso los carteles de tráfico de drogas y armas más sofisticados. Estos seguían aún modelos de negocio verticales, «sobre el terreno», lo que a menudo limitaba su capacidad de actuación a lugares físicos bien acotados. A ojos de LeRoux, su infraestructura y sus jerarquías de personal los hacían vulnerables, visibles y obsoletos. LeRoux desmontó este modelo y creó algo completamente distinto. Sus empresas delictivas —unidas por una red oscura de su propia invención— se asemejaban mucho a una start up puntera de Silicon Valley: utilizaban la gig economy (la economía del trabajo esporádico deslocalizado), se deshacían sin miramientos de cualquier idea fallida, demostraban una capacidad de ascenso vertiginosa y presentaban una curva de crecimiento semejante a un palo de hockey .