Este libro es el resultado de una investigación realizada en el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México.
PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN
La primera edición de El siglo de las drogas fue publicada en 1996. La reedición de 2005 incluyó otro capítulo que abarcó los últimos años de la década de los noventa del siglo XX y los primeros del nuevo milenio. Es un texto basado en gran medida en fuentes periodísticas consultadas en la Hemeroteca Nacional. Es una mirada rápida y sintética, desde finales del siglo XIX, de la manera en que se usaban y percibían —según lo consignado por periódicos de la Ciudad de México, Sinaloa, una revista médica, médicos de renombre y políticos de diferentes épocas— ciertas plantas como la marihuana, la amapola y la hoja de coca, sus derivados y quienes comerciaban con esos productos antes y después de la promulgación de leyes para prohibirlos. De ese modo, el libro muestra parte de un proceso histórico de construcción y transformación de un campo de actividades, de sus agentes sociales y del lenguaje para designarlos. Es producto de un proyecto académico, pero pensado y escrito para ser difundido entre un público más amplio, el cual ha respondido de manera positiva y origina esta nueva edición de la obra.
Durante la administración del presidente Felipe Calderón (2006-2012), los medios nacionales y extranjeros, así como investigadores académicos, escritores y otros miembros individuales o colectivos de la sociedad civil se mostraron más interesados que en épocas anteriores en los temas de las sustancias psicoactivas ilegales, los traficantes —personajes centrales de lo que en México se empezó a llamar delincuencia organizada desde principios de los años noventa del siglo XX— y la seguridad. Los homicidios dolosos presuntamente relacionados con la delincuencia organizada, las desapariciones forzadas, las torturas, los desplazamientos de población a causa de la violencia, en fin, la violación a los derechos humanos, fueron temas recurrentes en discursos, escritos y manifestaciones. En gran parte de lo publicado y verbalizado en ese periodo se reflejó un desconocimiento, o desinterés, por la historia de un fenómeno que a muchos los tomó por sorpresa, como si hubiera surgido de manera espontánea, como si hubiera sido creado por un maquiavélico complot o hubiese sido culpa directa de un presidente, incapaz de controlar los demonios que había liberado con sus decisiones. Ese desconocimiento llevó a algunos a inventarse historias a modo sobre la historia del fenómeno, a reinventarla en dos o tres frases surgidas de su imaginación y a construir ficciones a la medida de su ignorancia, aderezadas con el empleo adictivo de fetiches lingüísticos predominantes, propios de una época, como “narco”, “cártel”, “ejecutado”, “levantado”, y un largo etcétera. Afortunadamente, también hubo una importante producción simbólica dentro y fuera de México, que a pesar de no mostrar todavía una clara ruptura epistemológica con un lenguaje donde predominan las etiquetas generadas por agencias gubernamentales, policías, periodistas y traficantes, ha avanzado en un conocimiento más profundo de la multiplicidad de variables que hay que tomar en cuenta para explicar de mejor manera un fenómeno de gran crecimiento, rápida expansión y diversificación global, y difícil control.
A 20 años de la primera edición de este libro, es todavía enorme el desconocimiento que tenemos sobre la sociohistoria del tráfico de drogas en distintas partes de México, acerca del proceso de articulación en el nivel local y nacional de diferentes tipos de relaciones entre traficantes, políticos, empresarios, fuerzas de seguridad y grupos de la sociedad civil. No sabemos qué modalidades, qué configuraciones particulares han resultado de esas relaciones, mucho menos cómo resolver los problemas de violencia que generan. El lenguaje mismo para hablar sobre el tema muestra las limitaciones del conocimiento, de ahí que se recurra de manera frecuente al uso y abuso de etiquetas, y a “explicaciones” y “soluciones” mágicas en las que individuos todopoderosos, siniestros e iluminados desempeñan un papel central. La detención, el encarcelamiento, o la muerte, de figuras míticas del campo delincuencial, y la ausencia de personajes que en su momento ocuparon posiciones importantes en el campo de la política y fueron considerados por algunos como causantes directos del incremento de la violencia debido a sus decisiones, no han modificado de manera cualitativa las actividades criminales ni las medidas diseñadas desde el poder político para contenerlas. Los individuos cambiaron, pero el negocio ilegal, la estructura, las relaciones y posiciones de poder llevan a quienes ingresan en el mundo criminal y en el político a formar parte de cierta jerarquía y reproducir lógicas propias de esos ámbitos. Qué hacer y cómo para modificar esas lógicas, contener a los criminales, aplicarles la ley y que la política responda al interés colectivo, son retos que como sociedad aún no hemos sabido resolver. Nadie lo hará por nosotros.
En 2016, más de un siglo después de la primera reunión internacional para discutir los asuntos de drogas, particularmente el opio (Comisión Internacional del Opio, Shanghái, 1909), se llevará a cabo una sesión especial sobre el problema mundial de las drogas en la Asamblea General de la ONU (UNGASS 2016). Veremos si las discusiones y decisiones en ese foro marcarán el principio del fin de la “guerra contra las drogas”, si habrá reformas sustantivas al esquema vigente basadas en evidencias científicas, o si ganará la inercia y la ortodoxia prohibicionista que lleve a los investigadores del futuro a hablar de los siglos de las drogas.
México, D. F., febrero de 2016
INTRODUCCIÓN
Las drogas prohibidas, quienes las consumen y los traficantes se han convertido desde hace algún tiempo en motivo de preocupación social en muchas partes del mundo. Los usos y las percepciones sociales, así como las razones para la proscripción de algunas drogas, han variado en el tiempo y en el espacio. El placer, la libertad individual, la salud, la moral y hasta las razones de Estado han sido invocadas. En algunos países es significativa la inclinación de grandes grupos sociales por el consumo de cierto tipo de drogas en determinados momentos históricos. En otros, lo que más llama la atención es el surgimiento, derivado de la prohibición, de agentes sociales dispuestos a satisfacer y diversificar la demanda del mercado, a tratar de crearla donde no la había y a consolidar su actividad. Hay países en los que se combinan de manera diferencial ambas situaciones, de ahí el mayor o menor énfasis en cada una de ellas.
En la actualidad, cuando se habla de drogas se percibe a éstas, a quienes comercian con ellas y a los usuarios desde la perspectiva de la prohibición. Se piensa erróneamente que la interdicción siempre ha existido en todo momento y en todo lugar y que los juicios de valor al respecto no han conocido cambios sustanciales a través del tiempo. Aún más, se tiende a confundir el esquema de percepción dominante en un momento determinado como el más razonable, objetivo, éticamente aceptable y efectivamente compartido por todos los agentes sociales. Nada más opaco a la comprensión histórica y social del fenómeno que la creencia ciega en el discurso de los funcionarios gubernamentales relacionados con las instituciones responsables de la llamada “lucha contra las drogas”, discurso cargado de juicios de valor, generador de informaciones a medias y desinformación, discurso con aspiraciones universalizantes. Por el lado de la prensa, la casi inexistencia de un periodismo de investigación e independiente del poder público ha provocado que ésta refleje y recree a su manera los esquemas de percepción que ha contribuido a imponer. Ante ese panorama de ocultamiento, de invención y de múltiples episodios sin continuidad ni explicación confiable —como se podrá observar a lo largo de este trabajo, que abarca poco más de un siglo, sobre acusaciones de la prensa a funcionarios, por ejemplo, o de éstos entre sí; acusaciones tal vez verdaderas o falsas, pero raras veces comprobadas o desmentidas; casos que casi nunca serán investigados y menos juzgados por las autoridades competentes, y otros que serán simplemente olvidados o ignorados—, se impone la necesidad de distanciamiento, de reserva, una actitud de duda metódica que el lector deberá hacer suya al adentrarse en esta historia y en las explicaciones dadas en las diferentes etapas.