Borja Cardelús
América hispánica
La obra de España en el Nuevo Mundo
© Borja Cardelús Muñoz-Seca, 2021
© Editorial Almuzara, s.l. , 2021
© de las ilustraciones: Bernardo Lara, Esther Merchán,
Juan Carlos Arbex, Borja Cardelús
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Editorial Almuzara • Colección Historia
Director editorial: Antonio Cues t a
Edición: Ana Cabello
Ebook: R. Joaquín Jiménez R.
Corrección: Rebeca Rueda
www.editorialalmuzara.com
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ISBN: 978-84-18757-77-8
Hecho en España - Made in Spain
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Arturo Cardelús y Muñoz-Seca
Conde de Amaya
Luis Basabe Díaz
ESCENAS ESTELARES DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA
Bajo Carlos III se llega hasta Alaska, y el Imperio español alcanza su máxima extensión geográfica.
INTRODUCCIÓN
El continente americano, desde la llegada de Cristóbal Colón, ha recorrido un camino de cinco siglos. Un plazo suficientemente dilatado como para que ocurran muchas cosas, para que los acontecimientos se sucedan, estancándose a veces, precipitándose otras.
Algunos de estos hechos son harto conocidos. Otros, no lo son tanto. Pero famosos o no, los que en este libro se describen tienen algo en común: fueron todos ellos decisivos a la hora de conformar la América de hoy. Bien porque influyeran en todo o parte de su territorio; bien porque condicionaran la sociedad, la economía o la política del continente. Algunos de los sucesos rebasaron incluso sus fronteras, para trascender sobre el resto del mundo, alcanzando dimensión planetaria.
El continente americano podría haberse encaminado por unos derroteros distintos, pero lo hizo por los que fueron, y los factores desencadenantes de ese particular devenir son precisamente los que aparecen en este libro. Merecen por tanto definirse como las escenas cruciales de su historia, los momentos estelares del Descubrimiento de América.
Primera parte
EL DESCUBRIMIENTO
Al calcular un perímetro menor al planeta,
Colón logró la aprobación de su proyecto.
UN JINETE EN SANTA FE
(Las capitulaciones de Cristóbal Colón)
Un hombre camina con su caballería por tierras de Granada, el reino recién conquistado a los moros. En la cercana Santa Fe ha dejado morir sus sueños. Cuando a punto estaba de tocar la gloria, todo se ha venido abajo y ahora vuelve a ser alguien abatido, condenado al anonimato, que marcha cavilando sobre todo lo que ha pasado.
Ya no puede seguir luchando, al menos aquí, en España, donde ha dejado los años de su última juventud, y con ellos lo mejor de sus fuerzas. Lo intentará en otra parte, pero intuye que nunca habrá estado tan cerca como ahora, y que las grandes oportunidades pasan una sola vez.
Cuán fácil es pasar de la gloria al fracaso en un momento. Sabe que esta vez el proyecto por el que lleva luchando siete años ha sido desechado por sus propias exigencias. Demasiada ambición por su parte, sin duda, y demasiado orgullosos los reyes como para admitir las altísimas pretensiones de quien no es más que un aventurero advenedizo. Quizá si hubiera cedido, si hubiera rebajado sus aspiraciones… Ya es tarde, y su destino es, si fuerzas le quedan, volver a emprender el proyecto en un país distinto.
A sus espaldas oye un galope lejano. Se acerca presuroso, y detiene la carrera al llegar junto al hombre. Desciende el jinete y le entrega un pliego. Con temblorosas manos lo abre y a punto está de desvanecerse por la emoción. Es una orden para que regrese cuanto antes. Sus condiciones han sido aceptadas por los Reyes Católicos.
El hombre mira al cielo y reza una oración. Ahora monta sobre su caballo y acompaña al mensajero, de regreso a Santa Fe. El hombre se llama Cristóbal Colón, y va a descubrir un mundo nuevo.
El misterio envuelve la figura de Cristóbal Colón, desde el propio lugar de su nacimiento. Los enigmas colombinos , tan traídos y llevados por los historiadores, nunca han conocido una solución satisfactoria, y en lo único que hay acuerdo es en que el Almirante es una de las figuras más importantes de la historia de la humanidad, pues fue él, con su decisión y su tenacidad, quien logró despejar las tinieblas del mundo antiguo, poniendo en contacto a dos continentes hasta entonces inexplicablemente ignorantes uno de otro. Colón fue el cordón umbilical entre ambas tierras y su gesta vino a revolver hasta lo más hondo los cimientos de Occidente, abriendo las puertas a una nueva era.
La idea de que era posible llegar al Oriente desde Occidente era antigua, pues ya Eratóstenes, dos siglos a. C., esbozaba la esfericidad de la tierra y apuntaba la posibilidad de llegar a Oriente desde Iberia, si no fuera por el obstáculo infranqueable del océano Atlántico. Resulta más que sorprendente que lo que no era más que una hipótesis no tuviera aplicación en alguna de las expediciones de cabotaje que acometieron los navegantes portugueses y, a su estela, los inquietos marinos andaluces, a lo largo del siglo XV, costeando África por su fachada atlántica. El retorno de estas travesías se producía trazando un amplio arco que penetraba muy profundamente en el océano, y teniendo en cuenta que se estima en más de 4000 el número de estos tornaviajes, resulta poco menos que insólito que vientos contrarios sostenidos o virulentas tempestades no arrastraran alguna vez una de estas naves hasta las costas americanas.
Más admirable aún fue que el continente americano permaneciera ignoto para el Imperio chino de comienzos del siglo XV, cuando el emperador de la dinastía Ming, Zhu Di, encargó a su antiguo sirviente, Zheng He, la construcción de una gran flota. Este cumplió cabalmente su cometido, pues en poco tiempo logró situar en disposición de marcha a la Flota del Tesoro , impresionante escuadra de 1500 juncos, algunos de 150 metros de eslora y ocho veces mayores que las carabelas colombinas. Con ella, Zheng He se lanzó a la exploración de los mares, con fines no de conquista, sino diplomáticos, comerciales y científicos. Que la Flota del Tesoro , con sus inmensas capacidades marineras, no arribara al continente de América es un misterio, pero sin duda hubiera acabado por descubrirlo, si no es por la muerte del emperador. Sus descendientes, obedientes a los mandatos de Confucio, replegaron a China al interior, cancelándose las aventuras expedicionarias y liquidándose la Flota del Tesoro . América seguiría envuelta en la nebulosa, oculta en el espacio oceánico hasta las postrimerías del siglo.
Fue la necesidad comercial lo que hizo que Europa volviera sus ojos al Atlántico. Desde muy antiguo se conocía la existencia del «Oriente», tierra fabulosa con la que se mantenían regulares contactos comerciales. Bizancio fue el puente del tráfico entre ambos espacios, hasta que cedió el puesto a las florecientes ciudades-Estado italianas de Génova y Venecia. Ellas fueron, además de comerciantes catalanes, las que se encargaron de abastecer Europa de los exóticos productos orientales, mientras aventureros y escritores adornaban esas lejanas tierras con los relatos fantásticos de sus narraciones. La más popular, la del veneciano Marco Polo, que permaneció en misiones comerciales en Oriente durante veinte años. En su libro Il Millione dibujó una visión quimérica de Oriente, que encendió la imaginación del Medievo europeo.
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