Título:
El africano de Groenlandia
© 1981, 2015, Flammarion, París
Edición original en francés: L’Africain du Groenland
Traducido de la edición revisada en 2015
De esta edición:
© Turner Publicaciones S.L., 2016
Rafael Calvo, 42
28010 Madrid
www.turnerlibros.com
Primera edición: febrero de 2016
De la traducción del francés: © Manuel Arranz, 2016
Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está
permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su
tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin
la autorización por escrito de la editorial.
ISBN: 978-84-16714-62-9
Diseño de la colección:
Enric Satué
Ilustración de cubierta:
Enric Jardí
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:
ÍNDICE
PREFACIO A ESTA EDICIÓN
E l itinerario a lo Julio Verne de Tété-Michel Kpomassie invita a la reflexión.
África no solo ha entrado en la historia de occidente, sino que además debería de hacer reflexionar a Francia, cuya identidad está ligada a su lengua. En diez años, esta descubrirá que la academia de la francofonía ya no está a las orillas del Sena, sino en Dakar. En 2025 habrá cien millones de francófonos en Europa y trescientos millones en África. En 2050, el 85% de los francófonos vivirá en África.
En el Centro de Estudios Árticos que dirijo, el CNRS/EHESS de París, con la voluntad férrea y muy liberal de la pluridisciplinariedad y de una apertura intelectual internacional, nos impresionó mucho la participación en nuestros seminarios de un antropólogo africano de la universidad de Cotonú (Benín), Claude Assaba. Puedo decir, pues fui su amigo y estuve a su lado en sus últimos instantes, que fue una de las inteligencias más sorprendentes con que me haya encontrado en mi larga vida: pertenecía a la clase de un Claude Lévi-Strauss o de un Roger Bastide. Teníamos, él y yo, un gran proyecto para la colección “Terre Humaine” que dirijo y fundé en Éditions Plon. La opinión pública no es del todo consciente del gran nivel de las universidades africanas. Claude Assaba, antes de ser profesor de antropología en la universidad de Abomey-Calavi en Cotonú, cursó en Benín la totalidad de su brillante carrera.
En los seminarios del Centro de Estudios Árticos también se encontraba presente, dialogando con Claude Assaba, una de nuestros especialistas de Togo, Dominique Sewane, antropóloga de las religiones Quiero dejar constancia del honor que las autoridades togolesas han hecho a Francia y a su investigación antropológica al confiar a una francesa, Dominique Sewane, la responsabilidad científica de la cátedra Unesco “Influencia del pensamiento africano – Preservación del patrimonio cultural africano”, cuya sede está en la universidad de Lomé. En su espíritu, su programa, sus ambiciones, esta cátedra es la única en el mundo centrada en cuestiones hoy en día decisivas para el patrimonio cultural, tanto de África como de la humanidad. El libro de Dominique Sewane, Le Souffle du mort, publicado en la colección “Terre Humaine” (Plon, 2003), ha contribuido a que se reconozca la profundidad del pensamiento de los batammariba de Togo-Benín, cuyo territorio forma parte del patrimonio mundial de la Unesco. Es decir, a la notoriedad de Togo en el aspecto tanto cultural como científico, como ha puesto de manifiesto la reciente reunión científica internacional que tuvo lugar en la universidad de Kara, con motivo de su décimo aniversario, en la que intervinieron investigadores de gran nivel –en química, física, geología, economía, medicina, etc.–, originarios de Togo, de Benín, de Costa de Marfil, de Senegal, de Ghana, de Burkina Faso, etc. África se enfrenta hoy en día a desafíos que exigen que los propios africanos tomen la iniciativa. Este continente se presenta, con sus riquezas minerales pero también con su potencial económico (especialmente rural y humano), como un actor mayor en el escenario mundial. A este respecto recuerdo el capital extraordinario del pensamiento africano que albergan, junto con sus sabios, los panteones del imaginario del hombre que seguimos descubriendo todavía maravillados.
Me gustaría recordar también el nombre de otra personalidad togolesa que tuvo un destino singular: el doctor N’Baah Santy. Cuando era el único entre los batammariba del norte de Togo que tenía título universitario y se disponía a ir a Ucrania para continuar sus estudios en medicina, introdujo en 1979 a Dominique Sewane en Warengo: el pueblo en el que, siendo niño, guardaba el rebaño de vacas de su padre en un medio de extrema precariedad. Su determinación, la energía desplegada para conseguir su objetivo rodeado de una soledad casi completa, son un ejemplo para las nuevas generaciones. ¿Qué estudiante o profesor europeos podrían compararse a este joven togolés que recorrió en unos pocos años varios siglos de nuestra historia? Ejerciendo como médico especialista en Burdeos, y luego en Cayena, participó también en el seminario del Centro de Estudios Árticos en sus viajes a París. Hablando con soltura cinco idiomas, como otros muchos africanos –francés, ruso, inglés, mina, ewe– y siendo un escritor nato, la profundidad de su mente y su capacidad de análisis nos dejaban admirados. No dudaba en dirigir una mirada crítica tanto a occidente como a una determinada África que, según él, no conseguía librarse de la fascinación mezclada de despecho por sus antiguos colonizadores: “¡Estamos perdidos de antemano si decidimos seguir el mismo camino que Europa reproduciendo hasta lo que ha provocado su fracaso!”. N’Baah Santy era uno de mis mejores amigos. Por desgracia, murió prematuramente. Fue enterrado en su país de acuerdo con los ritos católicos y en la tradición de su pueblo.
Descubrir el mundo. ¿Acaso no es este uno de los signos distintivos de la fuerza de África?
Tété-Michel Kpomassie, que pertenece a la etnia de los mina, al sur de Togo, nos hace descubrir el ansia irresistible de correr aventuras a través del mundo que puede experimentar un joven africano. Ha sido un guía para la juventud. Tiene una mirada objetiva y cálida, de una humanidad modesta, pero de una apasionada curiosidad por todo lo que es nuevo y extraño. Su afición irresistible por lo desconocido es uno de los secretos del éxito mundial de este autor que participó algo en los trabajos del Centro de Estudios Árticos y al que, más adelante, tuve el honor de apoyar prologando la primera edición de su libro, en 1980.
Esta reedición nos da a conocer, después de su vida de joven togolés, su segunda vida de explorador en Groenlandia, donde vivió más de un año, y su tercera de franco-togolés en Borgoña después de repetidas visitas a Europa, al Nuevo Mundo, y de nuevo a Groenlandia acompañado de la familia francesa que ha formado. El testimonio de este africano de Groenlandia nos descubre a un hombre curioso por todo lo que ve y de una libertad gozosa. Su personalidad, entre lo mágico y el realismo épico, suscita simpatía. Hay en este agrimensor del África negra, descubridor del Viejo y del Nuevo Mundo, un narrador que recuerda a los hermanos Grimm o, en sus relatos sobre África y sus costumbres, un narrador cuyas palabras suenan como un eco lejano de las fábulas de Charles Perrault.
Sin embargo, los auténticos narradores son sin duda todavía más aquellos que le escucharon y que, en sus relatos africanos, construyen en su inconsciente un imaginario legendario. Con toda seguridad debieron de sorprender al autor, en sus viajes posteriores a Groenlandia, la fuerza y el poder del sueño en los relatos fabulosos de los autóctonos sobre África. En el norte de Groenlandia, esta fuerza del imaginario inuit se pudo comprobar cuando dos esquimales polares, invitados a Nueva York por el explorador americano Robert Peary en la década de 1890, evocaron su estancia en América a su vuelta ante los cazadores de focas y de osos. Uno de ellos, el gran cazador Uisakaseq, contó que los iglús superpuestos unos sobre otros tocaban el cielo, que los trineos unidos entre sí iban tirados por uno de ellos, que el trineo de cabeza tenía una especie de chimenea que escupía un humo negro, y Uisakaseq dejó estupefacta a la población afirmando que se había atrevido a subir a aquel extraño trineo. Nadie creyó a este hombre y fue llamado “el Gran Mentiroso”. Murió con ese cruel apodo. El otro viajero, una mujer joven, fue más prudente.
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