Agradecimientos
AGRADECIMIENTOS
No podría haber escrito este libro sin la ayuda de mucha gente. Debo empezar por dar las gracias a mi agente, Antony Topping, sin el que, literalmente, jamás lo habría escrito siquiera. Trabajar con Alex Clarke, Kate Stephenson, Ella Gordon, Becky Hunter, Robert Chilver y todo el equipo de Headline fue una delicia, y siento mucho lo de los plazos de entrega. También quisiera dar las gracias a Will Moy y a la maravillosa gente de Full Fact, entre otras cosas, por la paciencia que han tenido.
Mi familia —mis padres, Don y Colette, y mi hermano Ben, que es el auténtico historiador— me ha brindado su apoyo a lo largo de todo el proceso. Hannah Jewell me ha aportado libros de historia divertidos que han sido fuente de inspiración, su perspicacia y una visión de los fantasmas que compartimos. Kate Arkless-Gray me prestó su sabio consejo, su comprensiva atención y también, y sobre todo, la fantástica oportunidad de cuidar de su casa durante un tiempo. Maha Atal y Chris Applegate me brindaron estimulantes discusiones y múltiples sugerencias; Nicky Reeves, otro tanto. Debo dar gracias asimismo a los historiadores de Twitter por poder confiar siempre en ellos y en su apoyo; en especial a Greg Jenner (a quien he parafraseado libremente en el Prólogo) y a Fern Riddell; animo a los lectores a comprar también sus libros. Y ahora voy a seguir añadiendo nombres para dar la impresión de que tengo un montón de amigos. Damian y Holly Kahya, James Ball, Rose Buchanan, Amna Saleem y muchos otros me han obsequiado con palabras sabias y cerveza. Encontrarme repetidamente con Kelly Oakes durante las últimas fases de la escritura fue justamente la motivación que necesitaba para seguir adelante. También me gustaría dar las gracias a Tom Chivers por la comida para la que nunca llegamos a quedar, con mis disculpas. El grupo CHVRCHES sacó un disco potentísimo mientras yo escribía este libro; los incluyo en esta sección solo por si algunos la ojean distraídamente buscando los nombres sin reparar en el contexto y eso les lleva a pensar que mi vida es mucho más glamurosa de lo que parece. Por idénticas razones, vaya igualmente mi agradecimiento a Beyoncé, a Cate Blanchett y al fantasma de David Bowie.
No hace falta ni mencionar que cualquier error de este libro es únicamente mío, y no recae sobre ninguno de ellos. Salvo en el fantasma de David Bowie.
Capítulo 1. Por qué tu cerebro es idiota
CAPÍTULO
Por qué tu cerebro es idiota
Fue hace unos setenta mil años cuando los seres humanos empezaron realmente a fastidiarlo todo para todo el mundo.
En torno a esa época, nuestros ancestros iniciaron las migraciones desde África y se dispersaron por todo el mundo, primero por Asia y más adelante por Europa. La razón por la que esto disgustó un poco a mucha gente es que por aquel entonces nuestra especie, el Homo sapiens, no era ni mucho menos la única especie humana del planeta. Exactamente cuántas otras especies humanas andaban por ahí a la greña en aquel momento es motivo de cierta controversia. Todo el asunto de recoger fragmentos de esqueletos o muestras fragmentarias de ADN e intentar averiguar con precisión qué debe considerarse una especie diferenciada, una subespecie o solo una versión un poco rara de una misma especie es bastante peliagudo (también es una forma ideal de iniciar una discusión, si alguna vez te encuentras entre un grupo de paleontólogos y puedes matar el tiempo un rato). Pero, comoquiera que se los clasifique, por aquella época había en el planeta al menos otro par de tipos de humanos, de los que el más célebre es el Homo neanderthalensis, más conocido como neandertal. Era el resultado de migraciones humanas desde África anteriores, y llevaba más de cien mil años viviendo por casi toda Europa y extensas regiones de Asia. En líneas generales, le iba bastante bien.
Para su desgracia, apenas unas decenas de miles de años después de que nuestros ancestros entraran en escena (un abrir y cerrar de ojos, en términos evolutivos), los neandertales y el resto de nuestros parientes habían desaparecido de la faz de la Tierra. Conforme a una pauta que quedaría rápidamente establecida a lo largo de toda la historia humana, en cuanto llegamos nosotros, nuestros vecinos desaparecen. Transcurridos unos pocos miles de años desde que los humanos modernos se mudan a la zona, los neandertales empiezan a esfumarse del registro fósil, dejando tras de sí tan solo un puñado de genes fantasmales que aún rondan nuestro ADN (es evidente que hubo un cierto grado de mestizaje entre ellos y los intrusos que los iban a reemplazar; si tienes raíces europeas o asiáticas, por ejemplo, es bastante probable que entre el 1 y el 4 % de tu ADN sea de origen neandertal).
Las razones precisas por las que nosotros sobrevivimos mientras que nuestros primos tomaron la vía rápida a la extinción también son motivo de debate. De hecho, muchas de las explicaciones más probables tienen que ver con temas que surgirán repetidamente a lo largo de este libro. Puede que barriéramos a los neandertales por accidente, al traer con nosotros durante la migración enfermedades para las que no tenían defensas (la historia de la humanidad se reduce en buena medida a la de las enfermedades que fuimos pillando en nuestros viajes para luego contagiárselas a otros). Puede que tuviéramos la suerte de resultar más adaptables que ellos a un clima fluctuante; el rastro fósil sugiere que nuestros antepasados vivían en grupos sociales más grandes, y se comunicaban y comerciaban por un territorio mucho más extenso que los neandertales (más aislados y reacios a los cambios), lo que se traduciría en que tuvieran acceso a más recursos cuando sufrieran una ola de frío.
O puede que sencillamente los matáramos, porque, qué quieres, nos va la marcha.
Lo más probable es que no haya una explicación única y clara, porque las cosas rara vez funcionan así. Pero muchas de las explicaciones más verosímiles tienen dos cosas en común: nuestro cerebro y la forma en que lo usamos. No es tan sencillo como que «nosotros éramos listos y ellos tontos»; los neandertales no eran los torpes zopencos del estereotipo popular. Su cerebro era tan grande como el nuestro, y fabricaban herramientas, dominaban el fuego y creaban arte abstracto y joyas en Europa decenas de miles de años antes de que el Homo sapiens entrara en escena y empezara a gentrificarlo todo. Pero la mayoría de las ventajas con que pudimos razonablemente contar sobre nuestros primos neandertales tienen que ver con nuestra forma de pensar, ya se traduzca en una mayor adaptabilidad, en herramientas más avanzadas, en estructuras sociales más complejas o en el modo en que nos comunicábamos dentro del grupo o con otros grupos.
Hay algo en la forma de pensar del ser humano que nos distingue como especiales. O sea, es una obviedad; está en el nombre mismo de nuestra especie: Homo sapiens, que es «hombre sabio» en latín (la modestia, seamos sinceros, nunca ha sido realmente uno de nuestros rasgos definitorios).
Y, para hacer justicia a nuestro ego, el cerebro humano es una máquina en verdad extraordinaria. Somos capaces de detectar patrones en nuestro entorno y elaborar a partir de ellos previsiones fundadas de cómo podrían ir las cosas, construyendo así un modelo mental del mundo complejo, que incorpore más de lo que está a la vista. Luego podemos desarrollar ese modelo mental con avances imaginativos: tenemos la capacidad de concebir cambios en el mundo que mejorarían nuestra situación. Y podemos comunicar esas ideas a nuestros congéneres, para que otros puedan aportar mejoras que a nosotros no se nos habrían ocurrido, convirtiendo el conocimiento y la invención en un esfuerzo comunitario que se transmite de generación en generación. Después, podemos persuadir a otros para que trabajen colectivamente al servicio de un plan que solo existía previamente en nuestra imaginación, para conseguir romper barreras que ninguno hubiera logrado traspasar por su cuenta. Y a partir de ahí, repetimos el proceso muchas veces de cientos de formas distintas, una y otra vez, y lo que fueron en su día innovaciones drásticas se convierten en tradiciones, que a su vez generan nuevas innovaciones, hasta llegar finalmente a algo que podríamos llamar