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Elisabeth Roudinesco - El yo soberano: Ensayo sobre las derivas identitarias

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Elisabeth Roudinesco El yo soberano: Ensayo sobre las derivas identitarias
  • Libro:
    El yo soberano: Ensayo sobre las derivas identitarias
  • Autor:
  • Editor:
    Penguin Random House Grupo Editorial España
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  • Año:
    2023
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El yo soberano: Ensayo sobre las derivas identitarias: resumen, descripción y anotación

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Una reflexión valiente y audaz sobre las trampas de la política de la identidad, clave para entender el estado el mundo de hoy.

El fenómeno de la «asignación de identidad» ha ido tomando fuerza en los últimos veinte años, hasta el punto de involucrar a la sociedad en su conjunto. Así lo atestiguan la evolución de la noción de género y las metamorfosis de la idea de raza. ¿Qué ha pasado para que los compromisos emancipatorios del pasado, en particular las luchas anticoloniales y feministas, hayan se hayan replegado sobre sí mismos de tal manera? El derribo de estatuas en nombre del antirracismo es desconcertante, y la violencia con la que se manifiesta el odio a los hombres en el seno de la lucha feminista plantea interrogantes.

En décadas recientes, se han reinterpretado hasta el exceso instrumentos de pensamiento ricos y de gran fineza —de las obras de Sartre, Beauvoir, Lacan, Césaire, Foucault, Deleuze o Derrida— para sostener unos ideales nuevos cuya prioridad no es alcanzar una sociedad más justa. En paralelo, la noción de identidad nacional regresa en los discursos de la extrema derecha, habitados por el terror. Estos valoran lo que los identitarios del otro lado rechazan: la identidad blanca, masculina, viril, colonialista, occidental. Identidad contra identidad, por tanto.

En esta reflexión valiente y audaz sobre las trampas de las políticas identitarias, clave para entender el mundo de hoy, Élisabeth Roudinesco ofrece algunas pistas para huir del laberinto de la esencialización de la diferencia y de lo universal.

La crítica ha dicho:
«Una investigación inspirada en la obsesión contemporánea de asignar una identidad a cada persona: un manual de progresismo pragmático».
Le Monde

«Una obra notablemente investigada que analiza, con talento y meticulosidad, la naturaleza y los peligros de las derivas identitarias, dondequiera que surjan. No era fácil entrelazar los hilos que unen los debates sobre la identidad, el Islam, la República, el colonialismo, etc., para dar sentido a los cambios contemporáneos en la relación con la alteridad. Como historiadora, pero con todos los recursos de las ciencias sociales, la autora consigue el tour de force de arrojar luz sobre el asunto con una coherencia que sorprenderá a la mayoría de los lectores».
Nonfiction

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Luz

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Índice

Cuanto más clara es la luz, más negra es la oscuridad... Es imposible apreciar correctamente la luz sin conocer las tinieblas.

J EAN- P AUL S ARTRE

Prólogo

Desde hace unos veinte años parece que los movimientos de emancipación han variado el rumbo. Ya no se preguntan cómo cambiar el mundo para que sea mejor, sino que se dedican a proteger a las poblaciones de lo que las amenaza: desigualdades crecientes, invisibilidad social, miseria moral.

Por consiguiente las reivindicaciones son lo contrario de lo que habían sido durante un siglo. Se lucha menos por el progreso, y a veces, incluso, se rechazan sus logros. Se exhiben los sufrimientos, se denuncia la ofensa, se da rienda suelta a los afectos, señas de identidad que expresan un afán de visibilidad, en ocasiones para expresar indignación y en otras para reclamar el reconocimiento. o incluso a la abyección, de modo que el autor puede desdoblarse indefinidamente afirmando que todo es verdad porque todo está inventado. De ahí el síndrome del camaleón: «Se le coloca sobre algo verde y se vuelve verde, se le tiende sobre algo azul y se vuelve azul, se le sitúa sobre una manta escocesa y se vuelve loco, estalla, muere».

Hace poco Gérard Noiriel, historiador de movimientos sociales, señalaba que a los archivos de las bibliotecas acudían menos historiadores profesionales y más «aficionados a la historia», que muchas veces se dedicaban a reconstruir su árbol genealógico para «contar la historia de su aldea, de sus antepasados, de su comunidad, etc.». a cuál más melancólica, que obedecen a un afán de acabar con la alteridad, reduciendo al ser humano a una experiencia específica. En el segundo analizaré las variantes que han afectado a la noción de «género». A fuerza de derivados, esta ya no se utiliza como una herramienta conceptual destinada a aquilatar un enfoque emancipador de la historia de las mujeres —como ocurrió hasta el año 2000—, sino para sostener, en la vida social y política, una ideología de la pertenencia normativa que llega a anular las fronteras entre el sexo y el género.

Los tres capítulos siguientes se ocuparán de las distintas metamorfosis de la idea de «raza». Después de que en 1945 se erradicara de las ciencias y las humanidades, hoy la han desempolvado los estudios llamados «poscoloniales», «subalternistas» y «descoloniales», inspirados en varias grandes obras de pensadores de la modernidad: Aimé Césaire, Edward Said, Frantz Fanon o Jacques Derrida. También en este caso, unas herramientas conceptuales creadas con suma sutileza se han reinterpretado y retorcido a ultranza para defender los ideales de un nuevo conformismo de la norma, del que son buenos ejemplos ciertos adeptos del transgenerismo queer, los Indígenas de la República y otros movimientos que andan en busca de una quimérica política identitaria.

En cada etapa de este ensayo analizaré los abundantes neologismos que jalonan el «habla oscura» de todas estas derivas.

En el último capítulo del libro estudiaré el modo en que la noción de «identidad nacional» ha reaparecido en los discursos de los polemistas de la extrema derecha francesa, asustados ante la amenaza del «gran reemplazo» de la identidad propia por una alteridad demonizada: el migrante, el musulmán, Mayo del 68, la gestación subrogada, la revolución francesa, etc. Este planteamiento mitifica un pasado imaginario para maldecir el presente. Con ello, ensalza lo que los identitarios del otro bando rechazan: la identidad blanca, masculina, viril, colonialista, occidental, etc. Para estos otros —que, de hecho, se llaman a sí mismos «Identitarios» (con «i» mayúscula)—, nuestras aldeas de antaño, nuestras escuelas, nuestras iglesias, nuestros valores estarían amenazados por los nuevos bárbaros: Eurodisney, los vientres de alquiler indios, los que tienen nombres impronunciables, las comunidades polígamas, etc.

En conclusión, y al final de esta inmersión en las tinieblas del pensamiento sobre la identidad, donde a menudo se mezclan el delirio, la conspiranoia, el rechazo al otro, la incitación al asesinato y la racialización de las subjetividades, daré algunas pistas que nos ayuden a salir de la desesperanza y a concebir un mundo posible donde cada cual se guíe por el principio del «Yo soy yo y eso es todo», sin negar la diversidad de las comunidades humanas ni esencializar lo universal o la diferencia. «Ni demasiado cerca, ni demasiado lejos», decía Claude Lévi-Strauss para dar a entender que la uniformidad puede llevar al mundo a su extinción tanto como la fragmentación de las culturas. He ahí el significado profundo de este trabajo.

1
La asignación de identidad
B EIRUT 2005 : ¿QUIÉN SOY?

En la velada posterior a un simposio sobre psicoanálisis en el mundo árabe e islámico, celebrado en Beirut en mayo de 2005, Francia, ni más ni menos, es la Francia que describe Michelet: varias Francias «cosidas juntas», es decir, la Francia construida alrededor de París que acabó imponiéndose a las distintas Francias. Esa es, pues, la Francia francesa, formada por todos los aportes migratorios llegados del mundo entero con sus tradiciones, su lengua y su bagaje intelectual. La civilización francesa no existiría sin el acceso de los extranjeros a la identidad de Francia:

Lo digo de una vez por todas —señalaba Braudel en 1985—, amo a Francia con la misma pasión, exigente y complicada, que Jules Michelet. Sin distinguir entre sus virtudes y sus defectos, entre lo que prefiero y lo que me cuesta más aceptar [...]. Desearía hablar de Francia como si se tratara de otro país, de otra patria, de otra nación.

Durante este diálogo —que me recordaba a esas bromas judías del tipo: «dices que vas a Cracovia para que crea que vas a Lodz»—, por primera vez en mi vida me vi obligada a explicarle a un hombre de gran cultura, lector de Paul Valéry y admirador del viejo humanismo europeo, que yo era simplemente francesa: ciudadana francesa, de nacionalidad francesa, nacida en París, o sea, en Francia, y que no hablaba ni una palabra de rumano, idioma que mi padre solo usaba cuando se enfadaba con su hermana, mi vieja tía. Me resultaba mucho más sencillo reivindicar esa «francidad» que someter mi identidad a contorsiones como: «soy judeo-rumano-alsaciana-medio-germánica» y, ya puestos, un cuarto de vienesa por mi antepasado materno Julius Popper, conquistador de Patagonia, o incluso marcada con el sello de la «blanquedad». Carcajada: «¡Claro, cómo no! Y yo soy libanés. Pero digamos que usted, de entrada, es ortodoxa, porque tiene un apellido rumano. Por lo tanto ambos estamos vinculados a las iglesias ortodoxas canónicas autocéfalas. A todo esto, le voy a presentar a mi segunda esposa, Chadia, también ortodoxa, librera y apasionada por el psicoanálisis».

Viniendo de un libanés acostumbrado a vivir en un país en guerra y adepto de una de las diecisiete religiones reconocidas por el Estado, no había en esas palabras nada que pudiera sorprenderme. Por otro lado, él solo podía tener una conversación así con un extranjero, ya que poner en duda la identidad de un compatriota suyo libanés habría sido una gran incongruencia en un mundo donde se supone que todos pertenecen a una comunidad confesional. Mientras que la fe es un asunto privado, la identidad es otra cosa, que se define, para cada individuo, con respecto a una obligación, la de pertenecer a una de las diecisiete comunidades, cada una de las cuales posee su propia legislación y sus jurisdicciones en materia de estatuto personal. No puede haber ninguna identidad subjetiva, política, nacional, sexual o social sin esa marca. En esta configuración, la identidad no depende de la religión ni de una fe cualquiera, sino de una dependencia: una tribu, un clan, una etnia. Se supone que este sistema comunitario, creado por la Francia mandataria con la mejor intención del mundo, debe garantizar el respeto a los equilibrios seculares transmitidos de generación en generación; la única manera, dicen, de no borrar o cosificar las identidades. Con todo, durante la conversación, los interlocutores libaneses —y el propio Ghassan Tueni— aprovecharon para decir que no aprobaban este sistema y preferían la Ilustración francesa, la laicidad y el concepto ciudadano de democracia, muy alejados de todas las formas de organización confesionales, de las que eran, al mismo tiempo, víctimas, herederos y protagonistas.

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