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22. El problema con el príncipe azul, o aquel que se
propasó con nosotras
POLÍTICA, GÉNERO Y RAZA
E l mundo cambia más rápido de lo que somos capaces de comprender, y lo hace de manera complicada. Estas variaciones desconcertantes nos dejan en carne viva. El clima cultural también está cambiando, especialmente para las mujeres, que lidiamos con los recortes de la libertad reproductiva, la persistencia de la cultura de violación y los conceptos erróneos, cuando no dañinos, de la mujer que consumimos en música, cine y literatura.
Tenemos a un cómico que anima a sus seguidores a tocar a las mujeres suavemente en el estómago, porque eso de ignorar los límites personales es superdivertido. Tenemos todo tipo de música que ensalza la degradación de la mujer y además es pegajosa, maldita sea, así que a menudo me sorprendo a mí misma tarareándola y degradando a mi propia persona. Hay cantantes, como Robin Thicke, que saben que «lo queremos». Raperos como Jay-Z utilizan la palabra bitch como si se tratara de un signo de puntuación. Las películas, por lo común, cuentan historias de hombres, como si solo las historias de ellos importaran. Y cuando participan mujeres, lo hacen como acólitos, como objetivo amoroso, como un añadido. Casi nunca son el centro de atención. Casi nunca se le da importancia a historias.
¿Cómo llamar la atención hacia las historias de mujeres? ¿Cómo hacerlo de forma que en realidad se tomen en consideración? ¿Cómo dar con el lenguaje necesario para hablar de las desigualdades y las injusticias que afrontan las mujeres, sean grandes o pequeñas? Con el paso de los años, el feminismo ha contestado a estas preguntas, al menos en parte.
El feminismo no es perfecto, pero en su mejor versión ofrece una forma de navegar por este cambiante clima cultural. El feminismo me ha ayudado a encontrar mi voz, no me cabe duda. Me ha ayudado a creer que mi voz importa, incluso en este mundo donde tantas voces piden ser escuchadas.
¿Cómo conciliar las imperfecciones del feminismo con todo el bien que puede hacer? En verdad, el feminismo tiene sus fallas porque es un movimiento impulsado por personas y las personas son intrínsecamente imperfectas. Sea por la razón que sea, lo juzgamos con una vara de medir poco razonable, que le exige ser todo lo que queremos y tomar siempre la mejor decisión. Cuando el feminismo no cumple nuestras expectativas, sacamos la conclusión de que el problema es del feminismo en sí y no de las personas imperfectas que actúan en su nombre.
El problema de los movimientos es que a menudo se asocian solamente con sus figuras más visibles, las personas con una plataforma mayor, con una voz más fuerte y provocadora. Pero el feminismo no es una filosofía cualquiera que suelta la feminista de turno en el foco de los medios populares, al menos no del todo.
Últimamente el feminismo ha padecido cierta culpabilidad por asociación, ya que se le suele relacionar con mujeres que lo defienden como parte de su marca personal. Cuando esas figuras prominentes dicen lo que queremos oír, las ponemos en el pedestal feminista, y cuando hacen algo que no nos gusta, las derribamos y decimos que algo falla en el feminismo porque nuestras líderes feministas nos han fallado. Olvidamos la diferencia entre el feminismo y las feministas profesionales.
Acepto abiertamente la etiqueta de mala feminista. Y lo hago porque no soy perfecta, soy humana. No soy muy versada en su historia. No conozco textos clave del feminismo tan bien como quisiera. Tengo algunos... intereses, rasgos de personalidad y opiniones que quizá no se alineen con el feminismo dominante, pero soy feminista. Y es difícil expresar lo liberador que ha sido para mí aceptarlo.
Asumo la etiqueta de mala feminista porque soy humana. Soy complicada. No pretendo ser un ejemplo. No pretendo ser perfecta. No pretendo decir que poseo todas las respuestas. Tampoco que tengo razón. Solo pretendo defender aquello en lo que creo, hacer algo de bien en este mundo, hacer algo de ruido con lo que escribo siendo yo misma: una mujer a la que le gusta el rosa, que le gusta el sexo y que baila a muerte una música que trata fatal a las mujeres, porque lo sabe , y que a veces se hace la tonta con los técnicos porque es más fácil dejar que se sientan muy machos que dar lecciones de moral.
Soy mala feminista porque no quiero que me coloquen nunca en un pedestal feminista. La gente que se sube a un pedestal debe saber posar a la perfección. Y cuando la caga, se le hace caer. Yo la cago a menudo. Considérenme derribada a priori .
Cuando era más joven renegaba del feminismo con alarmante frecuencia. Entiendo por qué las mujeres reniegan y se distancian de él encantadas. Yo también renegaba, porque cuando me llamaban feminista la etiqueta me sonaba a insulto. De hecho, generalmente esa era la intención subyacente. Cuando me llamaban feminista en aquella época, lo primero que pensaba era: Pero si yo hago mamadas de buena gana . Llegué a pensar que no se podía ser feminista y sexualmente abierta a la vez. En mi adolescencia y a mis veinte años llegué a pensar muchas cosas.
Renegaba del feminismo porque no tenía un conocimiento racional del movimiento. Cuando me llamaban feminista, yo oía: «Eres una víctima rabiosa que odia el sexo y a los hombres». Esta caricatura es la imagen deformada de las feministas que han creado las personas que más temen al feminismo: las que más tienen que perder cuando el feminismo triunfa. Cada vez que recuerdo cómo renegaba del movimiento, me avergüenzo de mi ignorancia. Me avergüenzo de mi miedo, porque ese renegar se basaba ante todo en mi miedo a ser condenada al ostracismo, a ser vista como una persona problemática, a no ser aceptada nunca por la mayoría.
Me enfado cuando las mujeres reniegan del feminismo y rehúyen la etiqueta feminista, pero luego dicen que defienden todos los avances surgidos gracias al feminismo, porque veo una desconexión que no tiene razón de ser. Me enfado, pero lo entiendo, y espero que algún día vivamos en una cultura en la que no tengamos por qué distanciarnos de la etiqueta feminista, en la que la etiqueta no nos haga tener miedo de quedarnos solas, de ser demasiado diferentes o de querer demasiado.
Intento que mi feminismo sea sencillo, aunque sé que es complejo, evolutivo e imperfecto. Sé que no puede ni va a arreglarlo todo. Creo en la igualdad de oportunidades para mujeres y hombres. Creo que las mujeres deben tener libertad reproductiva y acceso ilimitado a la asistencia en salud que precisen. Creo que las mujeres deben tener la misma remuneración que los hombres si hacen el mismo trabajo. El feminismo es una elección, y si una mujer no quiere ser feminista, está en su derecho, pero aun así es mi responsabilidad luchar por sus derechos. Creo que el feminismo se fundamenta en defender las elecciones de las mujeres, aun cuando una misma no estuviera de acuerdo con ellas. Creo que las mujeres, no solo en Estados Unidos sino en todo el mundo, merecen igualdad y libertad, pero sé que no estoy en posición de decir a las mujeres de otras culturas cómo debe ser esa igualdad y esa libertad.
Al final de mi adolescencia y durante mi primera juventud, me resistía al feminismo porque me preocupaba que no me permitiera ser el desastre de mujer que sabía que era. Pero entonces empecé a aprender más sobre feminismo. Aprendí a separar el feminismo del Feminismo, de las Feministas y de la idea del Feminismo Esencial, un feminismo verdadero que domine todo el género femenino. Me resultó fácil abrazarlo cuando comprendí que defendía la igualdad de género en todos los campos al tiempo que trataba de ser interseccional, de tener en cuenta todos los factores que influyen en quiénes somos y cómo nos movemos en el mundo. El feminismo me ha dado paz. Me ha dado principios rectores para escribir, leer y vivir. Y sí, me desvío de esos principios, pero también sé que no pasa nada si no estoy a la altura de mi mejor yo feminista.