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Esteban Levin - Discapacidad: clínica y educación: Los niños del otro espejo

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    Discapacidad: clínica y educación: Los niños del otro espejo
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    Noveduc
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    2019
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Discapacidad: clínica y educación: Los niños del otro espejo: resumen, descripción y anotación

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¿Qué papel juegan las imágenes, el cuerpo, las fantasías, el tiempo, los sueños, las ficciones y la discapacidad en la infancia? A los niños del otro espejo generalmente se los clasifica, tipifica, selecciona e institucionaliza en prácticas terapéuticas, clínicas y educativas especiales de acuerdo con pautas, pronósticos y diagnósticos que estigmatizan la estructuración subjetiva y el desarrollo. Este escrito propone la inclusión en el otro espejo, apartándose de lo que supuestamente estos niños no pueden hacer, crear, decir, representar, simbolizar ni jugar, para ubicarse fervientemente a partir de lo que sí pueden construir, pensar, imaginar, hacer, decir y realizar, aunque parezca extraño, desmedido, intraducible, caótico o imposible. Los niños de la otra infancia no dejan de interrogar y cuestionar los presupuestos teóricos, prejuicios clínicos e ideales prácticos, lo que constantemente impulsa a recorrer nuevos trayectos inexplorados en los ámbitos clínicos, educativos e interdisciplinarios.

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Discapacidad: clínica y educación
Los niños del otro espejo

Discapacidad: clínica y educación
Los niños del otro espejo

Esteban Levin

ESTEBAN LEVIN. Licenciado en psicología, psicomotricista, psicoanalista, profesor de educación física, profesor invitado en universidades nacionales y extranjeras, director de la “Escuela de Formación en clínica psicomotriz y problemas de la infancia”, www.lainfancia.net. Visitante distinguido de la Universidad Católica de Córdoba. Profesor
Honorario del Instituto Universitario Gran Rosario. Autor de numerosos artículos en diversas publicaciones especializadas nacionales e internacionales, y de los libros:
La clínica psicomotriz. El cuerpo en el lenguaje (Nueva Visión, 1991); La infancia en escena. Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor (Nueva Visión, 1995); La función del hijo. Espejos y laberintos de la infancia (Nueva Visión, 2000); Discapacidad. Clínica y educación. Los niños del otro espejo (Nueva Visión, 2003); ¿Hacia una infancia virtual? La imagen corporal sin cuerpo (Nueva Visión, 2006); La experiencia de ser niño. Plasticidad simbólica (Nueva Visión, 2010); Pinochos: ¿Marionetas o niños de verdad? (Nueva Visión, 2014). Este último libro ha sido presentado en Italia, Estados Unidos, Uruguay, Colombia y México. Todas las obras han sido traducidas y reeditadas al idioma portugués por la editorial Vozes. Ha reeditado con la editorial Noveduc el libro Constitución del sujeto y desarrollo psicomotor. La infancia en escena (2017).

A Ali, en la complicidad e invención del tiempo compartido, imaginario como la realidad, real como la fantasía.

Agradecimientos

Agradezco a todos los compañeros que me abrieron las puertas de sus alumnos, pacientes e instituciones para compartir en esa intimidad mutua las angustias, los interrogantes, las alegrías, los fracasos, las estrategias, las utopías, las parodias y los disparates. Sin ellos, este libro no sería posible.

Escribir implica siempre desvelarse por una pasión que, en su esencia misteriosa, no se puede explicar. Sostener este misterio trama el origen de la invención; a su vez, ella nos vuelve a inscribir, a crear e inventar. En esta intensidad, lo incalculable de la transmisión jugará en lo plural su sensible destino secreto.

A jugarlo, entonces...

Introducción

¿Quién eres?” dijo la Oruga. “Yo... apenas sé... Temo que no pueda explicarme... porque yo no soy yo” replicó Alicia. “Sabes muy bien que no eres real”, dijeron Tweedledum y Tweedledee. “¡Soy real!” protestó Alicia y se echó a llorar. Humpty, Dumpty le reprochó: “Deberías significar... ¿Para qué supones que sirve una niña sin significado?

Lewis Caroll

Para comenzar, cabría preguntarnos quiénes son los niños del otro espejo.

Darío con sus seis años deambula sin otro interés más que golpearse. Camina golpeando las cosas (paredes, ventanas, estufas, muebles, vidrios...) y su cuerpo, en especial el rostro: no se lo puede detener. No registra al otro, no habla, permanece inalterable, escéptico. Vive en un cuerpo sin dolor, indescifrable.

Al verlo por primera vez, me conmueve: me duele su falta de dolor.

A los seis años María no puede sostenerse de pie. No camina ni habla, los temblores le repercuten en todo el cuerpo, tornándolo inestable. Al moverse se cae, babea, tiembla, gesticula en la tristeza. Su mirada vivaz alumbra y alienta el contacto con ella. Mirándonos en silencio, en la demora registro la vibración de mi cuerpo.

¿Sería posible conectarse con ella sin vibrar frente al desamparo?

Cristina tiene 12 años, no se mueve, está parada en el cuerpo, endurecida, sin gestualidad, se balancea inclinando el peso del cuerpo en una y otra pierna. Da la imagen de una estatua pétrea, inexpugnable e inconmovible.

Frente a ella me inmovilizo, registro el profundo exceso de la letanía que dura sin pausa. Desde esa opacidad consistente busco una fisura, una variable, una intuición para encontrar lo diferente.

Martín, a los 10 años, no se comunica; gira objetos y realiza movimientos estereotipados. Cuando lo veo por primera vez está tirado en el piso, la mirada se dirige al suelo. Totalmente hipotónico, aplastado, se queda profundamente dormido. El rostro en el suelo, el cuerpo desvencijado, aplanado en el suelo, tal vez su único sostén.

Procuro moverlo, hablarle, hacerle algo, pero no hay respuesta. Por unos instantes, quedo perplejo, desolado, comparto con él la caída, la agonía de un dormir sin sueño...

¿Será eso lo imposible de representar? Y entonces... me angustio. ¿Qué hacer, cómo actuar?

A sus 6 años, Ariel se presenta estereotipando todo el tiempo, con una soga, con sus manos y aleteando. El rostro asustado y triste delimita el exceso de sufrimiento que se enuncia porque habla escuetamente, tenuemente, en tercera persona. No sonríe, continuamente (con la cabeza agachada) mueve la soga, la agita, tengo la sensación de que habla con ella.

Decido comenzar a dialogar con la soga. ¿Será éste un modo de armar una relación con él y la tristeza?

Alberto es un niño que tiene 4 años, temeroso, atento a todo lo que pasa, tenso en la postura corporal; está muy angustiado, repite palabras y frases que parecen no tener sentido ni ilación una con otra. No entra en el juego, se queda mirando objetos o se aísla en ellos. Reproduce cuentos de memoria, los narra con todos los detalles, sin emocionarse ni conmoverse. Siento que no puede entrar en el cuento, lo bordea sin salida, pero ¿cómo entrar y salir del cuento para que un acontecimiento se inscriba?

Necesito encontrar la respuesta en la misma escena del cuento que no cuenta, salvo el hastío de lo mismo, siempre. ¿Podré entrar en la irrepresentable escena para contar otro cuento?

Carla, una niña de 11 años, se autoagrede, golpea puertas, tira del pelo, pellizca, no habla. A veces grita, no se comunica con sus compañeros, no esgrime ninguna demanda. El sonido inmóvil del dolor se hace presente drásticamente en sus gritos anónimos.

¿Cómo abrir un eco distinto si Carla no demanda? ¿Podré encontrarme con ella respondiendo a su grito?

Juan a los 10 años dice algunas palabras y pellizca. El pellizco de él es siempre idéntico a lo que es, pellizca encerrándose. La dureza del pellizcar extenúa la perpetuidad sin cambio. Es un pellizco irreversible que no miente; certero, destruye. Cuando lo conozco no deja de pellizcarme, pellizca descontrolado... En el límite, retiro su mano-garra de mi brazo y vuelve a agarrarme. En ese vértigo desgarrante, mi cuerpo queda marcado: lleva la huella de una marca sin piel, sin sombra; indivisible, se pierde, despojada de imagen.

La escena del pellizco se reproduce inmóvil, persistente; coagulándose insiste en la solidez de la garra, en la desazón y desesperación sensible. En la parodia del equilibrio estallado, turbulento, Juan existe.

El pellizcar, ¿es un símbolo de Juan?

¿Es la negación de sí mismo?

¿Será la morada inconclusa de un recuerdo devenido pellizco?

¿El pellizcar cuida a Juan de desaparecer?

¿Pellizcando se defiende antes de que lo ataquen?

¿Podrá ser una búsqueda de lo que, como imposible, marcó su cuerpo?

¿Se produce, en el pellizcar inalterable, la plenitud de un dolor sin pena?

Pellizco sobre pellizco, grito en la marca, tristeza detenida, ¿cómo encontrar a Juan en el otro espejo?

A los niños del otro espejo generalmente se los clasifica, tipifica, selecciona e institucionaliza en prácticas terapéuticas, clínicas y educativas especiales de acuerdo con pautas, pronósticos y diagnósticos que estigmatizan la estructuración subjetiva y el desarrollo.

En este escrito pretendemos incluirnos en el otro espejo, apartándonos de lo que supuestamente estos niños no pueden hacer, ni crear, ni decir, ni representar, ni simbolizar, ni jugar, para ubicarnos fervientemente a partir de lo que sí pueden construir, pensar, imaginar, hacer, decir y realizar, aunque parezca extraño, desmedido, intraducible, caótico o imposible.

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