CONTENIDO
Para Edith Orlean, mi pasado
Para Austin Gillespie, mi futuro
La memoria cree antes de que el conocimiento recuerde.
Luz de agosto ,
W ILLIAM F AULKNET
Y cuando nos pregunten lo que hacemos, podemos decir: Estamos recordando.
Fahrenheit 451 ,
R AY B RADBURY
Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca.
El hacedor ,
J ORGE L UIS B ORGES
Stories to Begin On (1940)
Bacmeister, Rhoda W.
X808 B127
Begin Now – To Enjoy Tomorrow (1951)
Giles, Ray
362.6 G472
A Good Place to Begin (1987)
Powell, Lawrence Clark
027.47949 P884
To Begin at the Beginning (1994)
Copenhaver, Martin B.
230 C782
Incluso en una ciudad como Los Ángeles, donde no escasean los peinados estrambóticos, Harry Peak llamaba la atención. «Era muy rubio. Muy muy rubio», me dijo su abogada mientras se pasaba la mano por la frente intentando hacer una ridícula imitación del fleco en forma de cascada de Peak. «Tenía mucho pelo. Y de lo que no cabe duda es de que era muy rubio». Uno de los investigadores de incendios a quienes entrevisté describió a Peak entrando en la sala del juzgado «con aquella cabellera suya», como si su pelo tuviese vida propia.
Para Harry Peak Jr., que notasen su presencia era un asunto de vital importancia. Nació en 1959 y creció en Santa Fe Springs, un pueblo en la zona más llana del valle, a una hora de distancia de Los Ángeles, hacia el sudeste, incrustado entre los cerros parduscos de Santa Rosa Hills y envuelto por una amenazante sensación de monotonía. Santa Fe Springs era entonces un lugar asentado en la comodidad y la calma que conlleva la resignación; Harry, sin embargo, anhelaba destacar. Siendo niño había sido medio maleante, había cometido delitos menores y llevado a cabo algunas trastadas que, por lo visto, habían hecho las delicias de la gente que lo conocía. Le gustaba a las chicas. Era encantador, divertido, temerario y tenía hoyuelos en las mejillas. Podía hablar con cualquier persona de cualquier cosa. Se le daba muy bien inventarse historias. Era un cuentero, sabía mantener la atención de sus oyentes y sus mentiras eran siempre de primera; tenía especial habilidad a la hora de maquillar los acontecimientos para que su vida pareciese menos simple y mezquina. En opinión de su hermana, era el más grande mentiroso del mundo, tan dado a contar embustes y a inventarse cosas que ni siquiera en su familia le creían.
Si al hecho de vivir cerca de Hollywood y al constante canto de sirenas que ello suponía, le sumamos su tendencia a fantasear, era casi predecible que Harry Peak decidiese ser actor. Tras acabar el bachillerato y cumplir el servicio militar, Harry se trasladó a Los Ángeles y empezó a perseguir sus sueños. En sus conversaciones solía dejar caer la frase: «Cuando sea una estrella de cine». Decía siempre «cuando», no «si llego a ser». Para él se trataba de un hecho consumado más que de una especulación.
Aunque nadie llegó a verlo nunca en ninguna película ni serie de televisión, su familia estaba convencida de que, durante el tiempo que pasó en Hollywood, Harry dio la impresión de tener un futuro prometedor. Su padre me dijo que estaba convencido de que Harry había trabajado en una serie de médicos, tal vez en Hospital General , y que consiguió un papel en la película El juicio de Billy Jack . En IMDb, la mayor base de datos de cine y televisión del mundo, es posible encontrar a un Barry Peak, a un Parry Peak, a un Harry Peacock, a un Barry Pearl, incluso a un Harry Peak de Plymouth, Inglaterra, pero no hay nadie que aparezca como Harry Peak Jr. de Los Ángeles. Por lo que yo he llegado a saber, la única ocasión en la que Harry Peak apareció en la televisión fue en el noticiario de una cadena local en 1987, cuando lo arrestaron acusado de haber provocado el incendio de la Biblioteca Central de Los Ángeles, en la que ardieron casi medio millón de libros y otros setecientos mil resultaron dañados. Fue uno de los mayores incendios en la historia de la ciudad, y sin duda el mayor incendio de una biblioteca en la historia de Estados Unidos.
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La Biblioteca Central, diseñada por el arquitecto Bertram Goodhue e inaugurada en 1926, está situada en el centro de Los Ángeles, en la esquina de la calle Quinta con Flower, aprovechando la pendiente de un cerro conocido antaño como Normal Hill. Dicho cerro era originariamente más alto, pero cuando se decidió que iba a ser allí donde se ubicaría la biblioteca, la cima fue allanada para que resultara más fácil su construcción. En la época en la que se abrió la biblioteca, esa parte del centro de Los Ángeles era un ajetreado vecindario plagado de macizas casas de madera estilo victoriano que pendían de los flancos de Normal Hill. Hoy en día esas casas ya no existen y el vecindario está conformado por adustas y oscuras torres de oficinas, pegadas unas a otras, que vierten sus franjas de sombra sobre lo que queda del cerro. La Biblioteca Central ocupa toda una manzana, pero solo tiene ocho pisos de altura, lo cual la hace parecer la suela del zapato de todas esas alargadas torres de oficinas. Aunque la horizontalidad que transmite hoy en día no debía apreciarse en absoluto en 1926, pues en aquel entonces era el punto más alto del barrio, habida cuenta de que en el centro de la ciudad imperaban los edificios de cuatro plantas de altura.
La biblioteca abre a las diez de la mañana, pero en cuanto sale el sol siempre puede encontrarse a gente merodeando por los alrededores. Se apoyan en todos los rincones del edificio, o bien se sientan a horcajadas sobre el murete de piedra que rodea el perímetro, o se preparan para salir corriendo desde el jardín noroeste, junto a la entrada principal, pues desde allí se tiene una perspectiva diáfana de la puerta. Vigilan la entrada aunque saben que no va a servirles de nada hacerlo, pues no hay posibilidad alguna de que la biblioteca abra antes de la hora prevista. Una cálida mañana, no hace mucho tiempo, la gente que estaba en el jardín se había agrupado bajo las copas de los árboles y también junto al canal de agua, que daba la impresión de generar una leve corriente de aire fresco. Había maletas con ruedas y mochilas y bolsas de libros amontonadas aquí y allá. Palomas de color cemento desfilaban al ritmo de un disciplinado staccato alrededor de las maletas. Una mujer joven y delgada, vestida con una blusa blanca manchada con unos pequeños cercos de sudor bajo las axilas, se tambaleó sobre un solo pie, sosteniendo una carpeta bajo el brazo, al tiempo que intentaba sacar el teléfono celular del bolsillo trasero de su pantalón. A su espalda, una mujer con una bamboleante mochila amarilla se había sentado en el extremo de un banco, inclinada hacia delante, con los ojos cerrados y las manos juntas; me resultó imposible saber si estaba rezando o echando una cabezadita. Cerca de donde se encontraba, había un hombre con un bombín y una camiseta un tanto levantada que dejaba a la vista la medialuna rosada y brillante que formaba su vientre. Dos mujeres con sendos portafolios conducían tras ellas un pequeño y revuelto grupo de niños en dirección a la puerta principal de la biblioteca. Yo deambulaba por una de las esquinas del parque, donde dos hombres sentados junto a una de las Campanas de la Paz de bronce hablaban de una comida a la que, al parecer, habían acudido juntos.
—Tienes que admitir que el aliño de ajo estaba rico —dijo uno de los hombres.
—No como ensalada.
—¡Por favor! ¡Todo el mundo come ensalada!
—Yo no. —Pausa— . Me encantan los refrescos Dr. Pepper.