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JUANITA SAMPER OSPINA Y MARIO JARAMILLO - Sinatra, de aquí a la eternidad

Aquí puedes leer online JUANITA SAMPER OSPINA Y MARIO JARAMILLO - Sinatra, de aquí a la eternidad texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2022, Editor: Intermedio Editores S.A.S, Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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JUANITA SAMPER OSPINA Y MARIO JARAMILLO Sinatra, de aquí a la eternidad

Sinatra, de aquí a la eternidad: resumen, descripción y anotación

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La 'sinatramanía', fenómeno frenético entre las mujeres de la época de la posguerra, es relatado con chispa e ingenio en este libro escrito a cuatro manos por la periodista Juanita Samper Ospina y el escritor Mario Jaramillo. Hábil y detalladamente asumieron el reto de resumir este movimiento cultural, que comenzó hace exactamente 80 años, sin dejar por fuera un solo resquicio de la vida y la influencia artística de una de las figuras más importantes de la escena musical de todos los tiempos, Frank Sinatra. Desde su debut en la industria del disco, pasando por su trayectoria cinematográfica, hasta su supuesto vínculo con la Cosa Nostra (la mafia norteamericana) y sus dotes de donjuán son reconstruidos en este relato que sumerge al lector en una acompasada biografía del más legendario artista de Estados Unidos.

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Sinatra, de aquí a la eternidad

© 2022, Juanita Samper Ospina

Mario Jaramillo

© 2022, Intermedio Editores S.A.S.

Primera edición, julio de 2022

Edición

Pilar Bolívar Carreño

Equipo editorial Intermedio Editores

Concepto gráfico, diseño y diagramación

Alexánder Cuéllar Burgos

Equipo editorial Intermedio Editores

Imagen de portada

iStockphoto

Intermedio Editores S.A.S.

Avenida Calle 26 No. 68B-70

www.eltiempo.com/intermedio

Bogotá, Colombia

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.

ISBN:

ISBN: 978-958-504-076-2

Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

F rank Sinatra vivió en los tiempos en que los aplausos eran de carne y hueso. Lejos de un celular por donde hoy se cuelan los youtubers, influencers o los videos de cantantes fugaces, la tarima era el lugar donde se probaba el talento y se jugaba la suerte. El espectáculo en vivo permitía errores incorregibles e improvisaciones temerarias. El público castigaba: al de turno no le quedaba más remedio que abandonar el escenario. Pero, si se lo ganaba, tocaba la gloria.

Fue lo que le sucedió a Frank Sinatra en aquel diciembre de 1942, hace ochenta años, cuando su vida cambió. Se disponía a presentarse en el teatro Paramount, tras salirse de la orquesta de Tommy Dorsey, de la que hacía parte. Iba a cantar en el imponente teatro de Nueva York. “Asomé la cabeza y un pie por las cortinas de organdí y… ¡me congelé! Las chicas soltaron el alarido más alto que usted se imagine. No podía mover ni un músculo; estaba más nervioso que quién sabe qué”, recordó después.

Sinatra ni siquiera era la estrella de la noche. Lo habían contratado como una atracción añadida a la inauguración del espectáculo de Benny Goodman, un músico consagrado que ya llevaba una hora de concierto. “Benny, que tampoco había oído un griterío igual, se congeló también y levantó luego los brazos al ritmo de la música” contó Sinatra. “Se volteó por encima del hombro y preguntó: ‘¿Qué diablos fue eso?’. De alguna manera así rompió la tensión y yo no pude parar de reírme durante los tres primeros números”. Sin dejar la sonrisa, corrió hasta el micrófono y empezó a cantar For Me and My Gal (Por mi chica y por mí).

No era para menos: había nacido la Sinatramanía.

Las miles de adolescentes que estaban enloquecidas dentro del recinto resultaron un espectáculo paralelo. Ellas contaron con suerte porque pudieron entrar al teatro durante las semanas que duró la temporada, pero otras tantas que no lograron acceder se encargaron de delirar por las calles de la ciudad. Eran las bobby-soxers —denominadas de tal manera por llevar medias hasta los tobillos y zapatos planos bicolor, según dictaba la moda—, que se desmelenaban ante el atractivo de Sinatra.

Empezaron a aparecer frases escritas con pintalabios de todos los colores sobre paredes: “Te amo, Frankie”. Mujeres de diversos lugares del mundo no dejaron de repetirle lo mismo. Para ellas, el joven de sensuales ojos azules, de mirada directa, que cantaba melodiosamente, dejó de ser ese día Frank para convertirse en Frankie. Treinta años después, en un concierto en el Madison Square Garden, esas mismas seguidoras, ya de mediana edad, seguirían confesando su amor con las mismas palabras.

El espectáculo, que continuó durante dos meses, reunió cada vez más fanáticas que se mostraban aún más enloquecidas. Muchas bailaban, todas gritaban y algunas se desmayaban: eran las conocidas como swooners, algo así como “desmayadoras”. El término viene del nombre que se daba a ciertos intérpretes de baladas populares (crooners), como Bing Crosby, mezclado con el verbo to swoon, desmayar, y aludía al efecto emocional tan fuerte que provocaban algunos cantantes y que conducían al desvanecimiento de sus seguidoras. Y Sinatra demostró provocar ese choque contundente en decenas de ellas. Tampoco faltaban las que lo perseguían con la esperanza de conseguir fragmentos de su ropa: una camisa, un corbatín, una mancorna, un botón… lo que fuera. Ellas, por su parte, eran desprendidas: le tiraban brasieres y besos, y le dejaban todo tipo de mensajes de amor escritos con pintalabios en las paredes, los espejos y los corredores. Hacían cola durante horas; llegaban a pasar la noche junto a la puerta a la espera de que abrieran. Frank, agradecido con tanto aguante, les enviaba sánduches que a ellas les sabían a gloria.

El desenfreno que causó Sinatra sin la orquesta llevó a un cambio de agente: George Evans pasó a encargarse de la imagen y las relaciones públicas del cantante. Una rosa le indicó lo que debía hacer. Fue una rosa que una seguidora de Sinatra le tiró al cantante, mientras otra suspiraba a su lado. “Pensé que si metía en el teatro a un grupo de niñas que suspiraran y dijeran ‘Oh, Frankie’, habría conseguido algo importante”, contaría Evans después. Contrató, pues, a una docena para que, camufladas, se mostraran eufóricas dentro del público e incluso se desmayaran.

Evans era un hombre audaz, de unos cuarenta años, que bautizó a Sinatra como “La Voz”, un mote que se hizo conocido en todo el mundo. También le dio indicaciones para ser aún más atractivo ante las chicas. Le dijo que cogiera el micrófono como si lo acariciara y montó una escena en la que cuando él cantaba “I’m not much to look at, nothing to see” (No soy mucho para ver, nada para mirar) de She´s Funny that Way (Ella es graciosa de esa manera), una de las niñas contratadas gritaba “Sí, Frankie, sí lo eres”. De la misma manera, en Embraceable You (Abrazable tú) debía extender los brazos al pronunciar la frase “Ven a donde papá, ven a donde papá”. Las chicas contestarían algo como “Oh, papi” y él murmuraría “¡Caramba, son muchas niñas para una sola persona!”.

Lo cierto es que doce jóvenes estaban contratadas, pero se desmayaron treinta. Y de ahí en adelante el fenómeno crecería. Las presentaciones de Sinatra en el Paramount se extendieron y la prensa registró el éxito.

La revista Life habló de la “proclamación de una nueva era” y la publicación Variety aseguró que era “la cosa más sexi de la industria del entretenimiento”. Metronome lo nombró como mejor vocalista masculino del país. Time dijo que “desde los días de Rodolfo Valentino las mujeres norteamericanas no mostraban de manera tan desvergonzada su amor hacia un artista”.

Martha Weinman Lear lo vivió en carne propia y lo recordó años después, en 1974, en The New York Times: “ ‘¡Frankie!’, le gritaba desde el balcón porque para conseguir sitio más cerca de la orquesta había que hacer fila desde el amanecer, y ¿quién podía explicarle a la mamá que se iba al colegio antes del amanecer?. ‘¡Frankie, te amo!’. Y ese glorioso espagueti con hombros allá abajo, alumbrado por los focos, nos hacía un gesto, nos dirigía una sonrisa o, como bono extra, un pequeño temblor del labio inferior. Yo llevaba binóculos para alcanzar a verlo. Y también estaba otra cosa: la voz tenía un truquito, ya sabes, una especie de deslizamiento que arrastraba al final de la nota. Nos volvía locas. Era una invitación a la histeria. Arrastraba la voz: ‘All... or nothing at all’ (“todo o nada”) y empezábamos a desmayarnos en todas partes: en los corredores, en los hombros de las demás, en los brazos de los policías, pobres hombres de azul. Adorábamos desmayarnos. Nos encerrábamos en cuartos cuyos papeles de colgadura de rosas cubríamos con fotos de La Voz para practicar los desmayos. Nos quitábamos los zapatos planos bicolores, poníamos sus discos y suspirábamos durante un rato. Cuando terminaba la canción nos tirábamos al suelo. Hacíamos eso a lo largo de una hora más o menos y después, antes de ir a comer a casa, falsificábamos notas de nuestros padres: ‘Por favor disculpen la ausencia de Martha ayer, que no pudo ir al colegio porque estaba enferma’ ”.

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