ASALTO A GRANADA
Crónica de una conquista (1482-1492)
José Antonio Quesada Montilla
© José Antonio Quesada Montilla
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I. El reino nazarí: último bastión musulmán de la España medieval
De los cinco reinos que existen a mediados del siglo XV en la Península Ibérica, cuatro son cristianos. Solo el reino nazarí de Granada, con una extensión aproximada de 30.000 km2 en el extremo sur peninsular y una población de unos 300.000 habitantes es de confesión musulmana. Está dividido en tres curas o provincias: la de Elvira (Granada), la de Rayya (Málaga), y la de Peyyna (Almería). Ciudades como Guadix, Loja, Alhama o Ronda rozan los 10.000 habitantes. Es todo lo que queda en Al-Andalus del antiguo esplendor de los hijos de Mahoma.
Mediado el cuatrocientos la dinastía fundada por Zawi ibn Zirí es una entidad política debilitada e inestable, carcomida por la corrupción y las intrigas palatinas. Los reyes castellanos la toleran a cambio de cobrar jugosas parias. Es el juego del ratón y el gato. El oro llega a las arcas del rey de Castilla y este no quiere matar la gallina de los huevos de oro. Los tesoros vuelven pacientes a los hombres. Y a los reyes.
Y aunque las escaramuzas militares son constantes a lo largo de toda la frontera, con la toma y reconquista de plazas y castillos, los cristianos no se atreven todavía a yugular definitivamente el último rescoldo del islam. Tampoco las condiciones son todavía óptimas.
Castilla, que era apenas un condado a finales del siglo X, ha ido engullendo a todos los reinos del centro-norte peninsular y, a estas alturas de la historia, es el reino más poderoso de la vieja Hispania. Portugal y Aragón no son rivales. Y Navarra nunca ha sido una amenaza. Los guerreros castellanos han llevado el peso de la Reconquista ampliando las tierras de la cristiandad hasta el Mediterráneo y el Atlántico sur. Son los forjadores de la España moderna. Son la cruz y son la espada.
Pero no están en su mejor momento. Bajo la égida de un rey impotente, la nobleza, belicosa y levantisca, campa a sus anchas por el reino. Banderías y guerras civiles asolan los campos de Castilla. Apenas hay autoridad.
Y eso les da un respiro a los granadinos. Que no va a durar mucho.
II. Muley Hacem entra en escena
En septiembre de 1464 accede al trono Muley Hacem tras derrocar a su padre Sa’d y a quien previamente había ayudado a deshacerse, no con las mejores formas, de El Chiquito, rey anterior. La historia de la taifa granadina es una sucesión de cruentos asesinatos poco ejemplarizantes. Y Abül-Hasan Ali, que este es su verdadero nombre, no es una excepción en cuanto a crueldad, ambición y falta de escrúpulos.
Había llegado a casarse con la viuda de El Chiquito, a quien había dado muerte con sus propias manos. Parece comprensible que su nueva esposa, Aixa la Horra, de nombre Fátima en realidad, no le tuviera en muy alto aprecio y le negara habitualmente, según las leyendas, el acceso a sus aposentos. Asimismo desterró a su padre a Málaga tras arrebatarle el trono.
Pero el jalón más reseñable de su carrera de asesino es la matanza de los Abencerrajes.
El origen de este baño de sangre comienza cuando a un señor de la guerra nazarí, por su cuenta y riesgo –y como era habitual-, se le ocurre atacar el castillo de Solera. Es el pretexto que Enrique IV necesita para romper la tregua y atacar la costa malacitana y tomar Fuengirola, para los musulmanes Sohail o Suhayl. El rey castellano acepta después una nueva tregua a cambio de recibir de Sa’d, que aún no ha sido destronado, importantes tributos como reparación de guerra. Para satisfacer las exigencias del impotente, el granadino se ve obligado a deshacerse de buena parte del patrimonio real. Y no solo eso. Al agareno no le queda otra que aplicar impuestos desorbitados a los súbditos de su reino, desestabilizando con ello la economía y la vida de los hacendosos granadinos.
Y esta vez son los Abencerrajes unos de los grupos sociales más perjudicados por la exacción.
Los Abencerrajes son un antiguo clan guerrero de acrisolada tradición militar. Suelen patrullar la fértil vega granadina y las tierras de frontera para garantizar la seguridad del reino. Tienen fama de ser valientes y audaces. Y es una fama merecida.
Descontentos con la política de Sa’d encabezan un movimiento de protesta que cuenta con un amplio apoyo popular. Y las cosas toman un tinte de auténtica revuelta. Los partidarios de la dinastía se ven obligados a solicitar acogida tras los muros de palacio.
En la Alhambra, la corte controlada por Muley Hacem entra en pánico. Pero el hijo del desnortado rey y verdadero hombre fuerte del reino tiene un plan. Comunica que su padre ha decidido abdicar y convoca a los insurrectos en palacio para ese acto oficial. Los principales caudillos Abencerrajes acuden confiados.
Les espera la muerte.
Son recibidos amablemente por el propio Muley Hacem y su hermano, el Zagal, que está al tanto de la situación. De común acuerdo, y con la más que probable aquiescencia del rey, han colocado a la guardia real en posiciones estratégicas. Reunidos en el Patio de los Leones les hacen pasar seguidamente a una sala donde debe hacerse el anuncio de la abdicación. Pero allí, los esclavos negros de Sa’d los apresan, los amordazan y los arrastran hasta la taza de mármol que hay en el centro de la estancia donde los degüellan tras indignas humillaciones.
Con aquella acción Muley Hacem no solo descabeza la flor y nata de su ejército, sino que abre una nueva brecha que no tardan en aprovechar los cristianos. Muchos de los Abencerrajes huyen al trascender la matanza de los suyos. Unos se dirigen a Málaga y otros a Castilla, donde buscan refugio al amparo del rey Enrique. Aliatar, uno de los nombres a tener en cuenta de cara al futuro, es uno de los exiliados. Allí organizan la resistencia y encuentran en Ismail, príncipe de sangre real, el candidato a rey que necesitan con el beneplácito del monarca castellano que, naturalmente, aprovecha la ocasión para meter cizaña y debilitar el reino nazarí. Granada, una vez más, se encuentra en estado de abierta guerra civil.
Y mientras los granadinos se despedazan, las fronteras quedan prácticamente desguarnecidas.
Y Castilla lo aprovecha.
D. Pedro Girón, uno de los nobles más poderosos de Castilla, capitán general de la frontera y maestre de la orden de Calatrava organiza un ejército y marcha hacia Archidona. Es un asedio en toda regla, con artillería de grueso calibre. Y aunque Ibrahim, comandante musulmán de la plaza, opone una resistencia encarnizada, la ciudad cae en manos cristianas.
Cuando en Granada se conoce la suerte de Archidona se produce una revuelta de imponentes proporciones contra el viejo rey Sa’d. Con el condestable Iranzo llevando sus incursiones hasta la misma vega de Granada y con Ismail controlando grandes extensiones de la parte occidental del reino, a Sa’ad no le queda otra que exiliarse en Íllora.
Con el apoyo del rey de Castilla, Ismail IV es proclamado rey de Granada. Pero apenas va a poder sostener el cetro entre sus manos unos cuantos meses. El reino está dislocado por completo.
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