Director de colección: Luis E. Íñigo Fernández
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En los últimos años algunos autores han negado la existencia de la invasión islámica y, por tanto, la necesidad de la recuperación militar de ese territorio perdido, es decir, niegan también la Reconquista. Para poder explicar la polémica, debemos en primer lugar entender qué significa y qué se entiende por reconquista. Es cierto que el tema ha sido objeto de gran controversia y debate ya desde el siglo XIX , cuando surge el término como una palabra cómoda para referirse a la lucha entre cristianos y musulmanes por el control de la península ibérica durante la Edad Media. La palabra en sí también parte de la base de una ocupación musulmana violenta anterior que justifica a los cristianos, justos y verdaderos posesores del territorio, para recuperarlo o reconquistarlo.
Con el tiempo, bajo el paraguas de la Reconquista, se ha acabado englobando todo el período medieval, variándose las fechas de su inicio y final respecto a lo que sucede con los restantes territorios occidentales (476-1453), para hacerlas coincidir con el inicio y final de la presencia islámica en la península, dejando en una especie de tierra de nadie el período visigodo. En resumidas cuentas, se han interconectado los términos Reconquista y Edad Media como equivalentes, no hay Edad Media sin la Reconquista ni se entiende la Reconquista sin el período medieval.
Ahora bien, que el término en sí sea decimonónico y no original de la Edad Media, no significa que haya que invalidarlo. A falta de otro término mejor, sigue siendo suficientemente adecuado como para explicar el sentimiento de los cristianos peninsulares durante el medievo, aunque ellos no lo explicasen con esa palabra.
No disponemos de fuentes contemporáneas a la invasión musulmana, la más antigua, la Crónica mozárabe de 754 , escrita probablemente en Córdoba, ni cuenta ni explica lo sucedido cuarenta años atrás, tan solo se limita a referir varias veces que los musulmanes efectivamente sí vencieron a don Rodrigo y ocuparon con violencia la península, habla incluso de que quedó devastada, pero en ningún momento menciona puntos de resistencia cristiana en el norte ni a Pelayo ni a Covadonga. Tampoco habla de expulsar a los invasores, pues en ese momento del año 754, la fuerza de los cristianos refugiados en el norte era nula y las tropas musulmanas campaban por la península sin ninguna oposición, aunque ya habían tenido algunos reveses como en Covadonga (722) y Poitiers (732).
La primera fuente que intenta explicarnos lo que sucedió hay que buscarla casi doscientos años después de los hechos. La Crónica profética de 883, en tiempos de Alfonso III, profetiza, de ahí su nombre, la expulsión de los musulmanes, su castigo y la unidad del reino bajo dicho rey, heredero por derecho de sangre —como se encarga de demostrar la Crónica de Alfonso III con unas genealogías dudosas— de la desaparecida monarquía visigoda. Alfonso III, así como todo su linaje, lo que harán al combatir a los musulmanes será recuperar aquello que habían perdido, una propuesta de estado de guerra continuo que tan solo podría acabar con la expulsión total de los invasores, fuese cuando fuese. La idea de la pérdida de Hispania:
Nuestra esperanza es en ti ¡oh Cristo! para que cumplido este tiempo de 270 años desde que entraron los enemigos en Spania, sean reducidos a la nada y restablecida la paz de su santa Iglesia (porque los tiempos se reputan por años). Permítalo así Dios omnipotente para que humillada la soberbia de sus enemigos, se acreciente y prospere la Iglesia Católica. Amén.
Crónica albeldense
Esta idea de pérdida y recuperación, que a finales del siglo IX era puramente retórica y cargada de muchas más intenciones que de realidades, se fue repitiendo y consolidando, de modo que la podemos rastrear sin muchos problemas en la cronística a lo largo de los siglos, hasta la Crónica de Hernando del Pulgar , en tiempos de los Reyes Católicos.
En la difusión y mantenimiento de esta idea no hay que olvidar el componente religioso. La Iglesia añadió al argumento jurídico del derecho real, el concepto del choque de religiones entre el islam invasor y la religión cristiana, la propia de las gentes del país. De esta forma cristianismo y Reconquista se fundieron en una única idea. La recuperación por derecho de linaje de las tierras perdidas en 711, imponía la vuelta del cristianismo y la desaparición, o por lo menos sometimiento, de la religión islámica.
Todo este aparato teórico creó dos bloques antagónicos, por un lado, el cristianismo representado y representante de los resistentes arrinconados en el norte y, por otro, el islam, la religión de los invasores instalados en al-Ándalus. Unos invasores musulmanes cuyo número se ha estimado en unos cincuenta mil individuos, mayormente varones, que habrían entrado en la península hasta finales del siglo VIII . Sin embargo, a mediados del siglo IX ya casi no quedaban cristianos dentro de al-Ándalus y la explicación es simple: la islamización de la península vendría con la conversión de los nativos hispanos. Sin entrar en los motivos de su conversión, lo interesante es que, al aceptar el islam, se transformaron en invasores, uno de aquellos a los que había que expulsar de territorio hispano, no tanto por aceptar como propia otra religión, sino por acatar la autoridad de los emires y califas y combatir a sus hermanos cristianos. Religión y poder político siempre unidos.
La guerra contra el islam peninsular era una guerra justa y obligatoria. Según Santo Tomás de Aquino en su Summa Theologiae se necesitan tres condiciones para que sea justa:
Primera: la autoridad del príncipe bajo cuyo mandato se hace la guerra. No incumbe a la persona particular declarar la Guerra, […]. Se requiere, en segundo lugar, causa justa. Es decir, que quienes son atacados lo merezcan por alguna causa. […] Se requiere, finalmente, que sea recta la intención de los contendientes; es decir, una intención encaminada a promover el bien o a evitar el mal.
El hispano Raimundo de Peñafort, comtemporáneo y conocido de Santo Tomás, nos dice:
Se exigen cinco condiciones para que se pueda considerar justa una guerra, esto es, persona, objetivo, causa, intención y autoridad. La persona que sea secular, a quien le es lícito derramar sangre, no eclesiástica, a quienes les está prohibido […] salvo necesidad inevitable […]. El objetivo, que sea para la recuperación de bienes y por defensa de la patria […]. La causa, que se luche por necesidad, para alcanzar la paz […] El ánimo, que no se haga por odio o venganza […] La autoridad, que sea eclesiástica, principalmente cuando se lucha por la fe, o que sea por la autoridad del príncipe […]. Si algunos de estos criterios faltara en la guerra, será considerada injusta.