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Miguel Ángel Bargueño - Las chicas son rockeras

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Miguel Ángel Bargueño Las chicas son rockeras

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AGRADECIMIENTOS

Este libro no habría sido posible sin la confianza, el aliento y el consejo de unas cuantas personas. Estoy en deuda, en primer lugar, con Lydia Díaz y Leticia Sánchez Jiménez-Pajarero, directora editorial y editora, respectivamente, de Libros Cúpula. Ambas acogieron con entusiasmo mi idea, le dieron el enfoque correcto y me acompañaron en su puesta en práctica brindándome su calor, experiencia y paciencia. Mi gratitud también a Claudia Bermejo. Gracias a todo el equipo de Cúpula que ha contribuido a que la edición sea tan bonita, desde la cubierta a las fotos. Gracias a José Manuel Bargueño, mi hermano, por sus opiniones editoriales. Gracias efusivas a amigos, amigos/periodistas musicales, compañeros, jefes que se han tirado el rollo y me han concedido una tregua de unos meses para preparar este volumen y, en general, a todos a quienes he sentido cerca en este tiempo: Luis Enrique González, José Manuel Sebastián, Luis Miguel Flores («¡Kim Gordon y PJ Harvey son diosas!»), David Carvajal, Carlos Rioyo, Carlos Marcos, Cristina Bisbal, Gabriela Verdú, Miguel Cuadrado, Miguel Ángel Calonge, David Martínez, Alberto Estevez y Lorenzo Alcaide. Pero, sobre todo, gracias a las mujeres que me han hecho amar el rock: Courtney Love, Doro Pesch, Joan Jett, Lita Ford, Vixen, Björk, Stevie Nicks, Françoise Hardy, Luz Casal, Eva Amaral, Azucena Dorado (cantante de Santa y seguramente la única vocalista de heavy en España, que por desgracia falleció)… Y de manera muy especial a Girlschool, cuyo «C’mon, let’s go» ha sonado mil veces en mi coche, inoculando en mi hija Maya el veneno del rock. Como era todavía muy pequeña cuando las conoció, y le costaba pronunciar el nombre, las llamó —y sigue llamándolas— «Las Chicas Rockeras». Casi igual que este libro.

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EPÍLOGO: FUTURO DE COLOR VIOLETA

Suena casi como un eslogan de manifestación, pero el caso es que es así: el futuro es de las mujeres. Esto no quiere decir que no sea también de los hombres, pero estamos en un momento de la historia de la humanidad en que una amplia mayoría vislumbra los años venideros como una custodia compartida. Actualmente, en el mundo hay mujeres que mandan mucho, como Angela Merkel, canciller de Alemania, Theresa May, primera ministra británica, o Christine Ladarde, directora gerente del FMI. Aunque aún quedan infinidad de techos de cristal por romper, hay mujeres en el sillón de mando de grandes compañías como General Motors (Mary Barra), YouTube (Susan Wojcicki), IBM (Ginnin Rometty), PepsiCo (Indra Nooyi), Hewlett-Packard (Meg Whitman), Nasdaq (Adena Friedman), Grupo Santander (Ana Botín)… Es un panorama sin precedentes. Podríamos decir que el futuro pinta del color de rosa, pero seguramente es más apropiado afirmar que es de color violeta.

Por supuesto, esto no va de lanzar las campanas al vuelo, asegurando ingenuamente que las mujeres están, por fin, en igualdad. No ocurre en ningún ámbito; tampoco en el de la música. Pero hay signos que invitan al optimismo. Estas páginas están salpicadas de datos que demuestran que algo está cambiando en la industria discográfica, y que la relevancia de las chicas en el rock y el pop está en un punto bastante alto de una curva ascendente que ya no puede, sino seguir creciendo.

El machismo tendría que emplearse muy a fondo para frenar la apisonadora que conducen Dua Lipa, Rihanna, Beyoncé, Taylor Swift, Katy Perry, Miley Cyrus, Lorde, Ariana Grande o Camila Cabello. Es más, el negocio de la música está construido de tal modo que lo más probable es que en los próximos años se multipliquen las Dua Lipas. Esto no solo quiere decir que en los meses venideros asistamos a una nueva avalancha de solistas femeninas, sino, también, que su música va a venir acompañada de un mensaje de empoderamiento.

La actual oleada feminista ha tenido su eco en la música. En el ejercicio 2018 se publicaron canciones como «God is a woman», de Ariana Grande; «Woman», de Kesha; «I do», de Cardi B con SZA; «Cry pretty», de Carrie Underwood; «Fall in line», de Christina Aguilera y Demi Lovato; «Queen», de Jessie J; «Girls», de Rita Ora, Cardi B y Bebe Rexha; «Lo malo», de Aitana Ocaña y Ana Guerra… Todas, articuladas a través de sentimientos de empoderamiento, desde el orgullo a la protesta. (Un tema de referencia, como «New rules», de Dua Lipa, no está en esa lista porque se publicó en verano de 2017). El concepto al completo del álbum El mal querer (2018), de Rosalía, reflejaba cómo las mujeres, incluso en una situación de opresión, tienen la fuerza suficiente como para salir victoriosas («A ningún hombre consiento que dicte mi sentencia», era la inspiradora frase con la que empezaba la última canción del disco, «A ningún hombre»). El poder femenino se ha convertido en una nueva temática para el rock y el pop. Donde antes solo había canciones que expresaban amor, hacia el hombre, hacia un hijo o hacia la naturaleza, ahora también hay (más que en el pasado) canciones de amor de la mujer hacia la propia mujer. Esto abre una excitante línea argumental para compositoras consagradas y jóvenes. La música va a utilizarse cada vez más como altavoz para expresar las inquietudes femeninas.

Eso es buenísimo, porque los principales consumidores de música rock y pop son los jóvenes. Así, la música no solo va a reflejar el sentir de la sociedad, sino que va a influir en ella. El papel educacional de las canciones será importante, incluso más que las noticias que salen en los periódicos o las protestas en las calles: el rock habla directamente a los jóvenes, y les está diciendo lo que está bien y lo que está mal. Para muchos adolescentes, las estrellas de la música son sus referentes, y estos se están pronunciando, no subidos a un estrado (a veces, también), sino a través de los códigos que manejan con sus fanes, de sus canciones, hablándoles directamente al oído (literalmente). La música se consume hoy principalmente a través del móvil, un artilugio no siempre bien utilizado por los chavales, por pura desinformación. El rock y todas sus vertientes pueden ejercer de saludable contrapeso frente a influencias menos benignas.

No, no hay que olvidarse del reggaetón. Las letras de esta música latina urbana también acceden al cerebro de los jóvenes, y hasta ahora no puede decirse que, en general, hayan sido respetuosas con las mujeres. Pero hasta aquí hemos llegado con el reggaetón tal y como lo conocíamos: no le queda más remedio que cambiar. Obstinarse en mostrar a las mujeres como objetos es un suicidio comercial, en un momento en que la sociedad va en dirección opuesta. Aunque solo sea para poder seguir haciendo caja, los reggeatoneros van a modificar su propuesta: es evidente que no es un ansia creativa el principal motor de su música. La transformación ha comenzado: a finales de 2018, uno de los reyes del género, J Balvin, publicaba «Reggaetón», una canción en la que se mostraba a la defensiva, defendiendo el género ante los ataques, pero sin meterse con nadie. Entre líneas se capta la idea de que si te gusta el reggaetón que denigra a la mujer, debes defenderte. Ya no estás arriba, estás abajo. Eres un señalado. Es el primer paso para que, después, te avergüences. «Lo malo», el gran éxito de 2018 de Aitana Ocaña y Ana Guerra (canción del verano en España), era un reggaetón feminista. La letra la había escrito Brisa Fenoy, que ya en 2017 había hecho una declaración de intenciones con un tema titulado «Ella». De esta canción explicó: «Es un mensaje en contra de la mujer objeto y de la sumisión. (…) El objetivo es defender la igualdad de género, la libertad, el respeto y que cada persona sea quien quiere ser. En el siglo XXI es lo que toca». Por otra parte, hoy la música se promociona fundamentalmente a través de las redes sociales, y allí las mujeres son las que mandan. Las cifras de seguidores de las artistas femeninas en Instagram y Twitter superan con creces a las de los hombres, y eso supone una ventaja sustancial a la hora de difundir sus canciones.

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