Agradecimientos
Este libro debe su existencia en primer lugar a la Fundación Leverhulme, que ha apoyado con generosidad mi investigación con su programa de becas para estudios sobre Conspiración y Democracia, del que fui el investigador principal de 2013 a 2018. Me siento profundamente agradecido al consejo, a su personal administrativo, y al profesor director de la Fundación, Gordon Marshall, por haber depositado su confianza en el proyecto. Estoy en deuda con el personal de administración de las becas de investigación de la Universidad de Cambridge, y con el Centro para el Estudio de las Artes, las Humanidades y las Ciencias Sociales de Cambridge, en particular con quien era entonces su director, el profesor Simon Goldhill, por su inestimable ayuda en la organización y gestión del programa. Mis compañeros de investigación, los profesores David Runciman y John Naughton, los investigadores posdoctorales del programa, doctores Hugo Drochon, Tanya Filer, Rolf Fredheim, Rachel Hoffman, Hugo Leal, Nayanika Mathur, Andrew McKenzie-McHarg y Alfred Moore, han representado una fuente de estimulación constante; he aprendido mucho de sus aportaciones a nuestros talleres multidisciplinares de los miércoles por la mañana, que han supuesto momentos repetidos de una gran emoción intelectual. Les debo mucho a todos ellos y confío en que esta contribución al debate les resulte de interés. Los numerosos conferenciantes y profesores visitantes que han participado en el proyecto han aportado una enorme diversidad de ideas, muchas de las cuales se han podido aprovechar en este libro. He contraído una gran deuda de gratitud con todos ellos, pero en particular con Michael Hagemeister, Michael Butter y Claus Oberhauser. Hugo Drochon y Andrew McKenzie-McHarg leyeron un borrador del libro e hicieron muchas sugerencias de mejora. Roger Cook tuvo la amabilidad de mantenerme informado sobre Hunting Hitler. El personal del archivo de The Times (News UK) puso a mi disposición los documentos de Philip Graves y me guio en su consulta. La Biblioteca de la Universidad de Cambridge, como siempre, ha supuesto un auténtico tesoro bibliográfico, con referencias difíciles de encontrar sobre muchos de los temas tratados en el libro; la buena disposición de su personal es muy de agradecer. En las primeras fases de este libro, el Colegio Wolfson de Cambridge me concedió un espacio de redacción y facilitó el uso de sus instalaciones. Mi agente literario, Andrew Wylie, y el director de la oficina londinense, James Pullen, han sabido encontrar editores para este libro en múltiples países. Mi editor en Penguin, Simon Winder, ha sido generoso con sus ánimos y consejos. Sarah Day ha revisado el texto con meticulosidad y Cecilia Mackay ha ayudado con las ilustraciones. Ruth Pietroni ha supervisado el proceso de producción, con la aguda corrección de pruebas de Pat Rush y Kit Shepherd, y Marian Aird se ha encargado del índice. Christine Corton tuvo la amabilidad de leer las pruebas y detectó errores que se me habían pasado por alto, además de apoyarme durante el proceso de escritura y animarme hasta que crucé la línea de meta. Muchas gracias a todos.
La Biblioteca Bodleiana de Oxford me proporcionó un ejemplar de la obra de James Murphy, imposible de conseguir de otra manera. Algunas secciones del capítulo 3 aparecieron originalmente en la London Review of Books (vol. 36, n.º 9, 8 de mayo de 2014, pp. 3-9), y quiero agradecer que se me haya permitido reproducirlas aquí.
RICHARD J. EVANS
BARKWAY, HERTFORDSHIRE,
JUNIO DE 2020
1
¿Los protocolos sirvió como «justificación del genocidio»?
I
Los protocolos de los sabios de Sion, un breve tratado que vio la luz inicialmente en los primeros años del siglo XX, es quizá una de las publicaciones más infames de todos los tiempos. «Hasta nuestros días», sostiene Michael Butter, reputado estudioso de las teorías de la conspiración, sigue siendo «el texto esencial sobre la conspiración mundial de los judíos» porque «ayudó a crear una atmósfera que acabó desembocando en el genocidio de los judíos europeos». Klaus Fischer ha defendido y detallado la idea en su manual Nazi Germany: A New History. A su entender, Hitler
creía en la existencia de una conspiración mundial de los judíos, según se preveía en Los protocolos de los sabios de Sion. En su extenso repaso a las maquinaciones secretas de los judíos a lo largo de los siglos, Hitler puso de manifiesto que estaba firmemente convencido de la perspectiva histórica conspirativa según la cual los judíos son la auténtica fuerza causal de los acontecimientos […]. Así pues, la mente paranoide de Hitler desenmascara todo suceso destructivo como el fruto de la conjura de un judío intrigante.
En consecuencia, añade Fischer, Hitler creía que, al poner en marcha el exterminio de los judíos de Europa durante la guerra estaba emprendiendo una proeza de una relevancia histórica mundial. En esas fechas, según el psicólogo social Jovan Byford, Los protocolos ya se había convertido en «la piedra angular de la propaganda nazi».
Ante esta idea generalizada de que Los protocolos representó la expresión más influyente de la teoría según la cual los judíos habían emprendido una conspiración mundial con el fin de derribar la sociedad y sus instituciones —una teoría que desembocaría directamente en el Holocausto, en buena medida por la influencia que ejerció sobre Adolf Hitler—, no es de extrañar que historiadores y filólogos expertos en el análisis textual hayan dedicado una multitud de estudios al tratado. Además, en comparación con los tiempos de Cohn, ahora poseemos una documentación mucho más completa sobre los puntos de vista de Hitler, tanto de forma directa, por medio de ediciones de las obras hitlerianas, como indirecta, gracias a publicaciones nuevas como los diarios de Goebbels. Todo esto nos lleva a plantear la pregunta de si Hitler seguía de hecho Los protocolos. ¿Son en efecto la más peligrosa e influyente de todas las teorías de la conspiración? Para buscar una contestación tendremos que remontarnos al origen de Los protocolos y examinar su contenido real. ¿Quién redactó la obra, cómo lo hizo, y con qué fin? En muchos sentidos, las respuestas a estas preguntas resultan bastante sorprendentes.
II
El documento que suele conocerse con el nombre de Los protocolos de los sabios de Sion se titula, con mayor precisión, Informes de los «sabios de Sion» sobre los encuentros mantenidos en el Primer Congreso Sionista, celebrado en Basilea, en 1897, por «protocolos», esencialmente, debemos entender «actas». Tal congreso se celebró en realidad, pero el documento sugiere que además dio lugar a encuentros sumamente secretos, mantenidos entre bambalinas. En este período de su historia, el sionismo era un movimiento minúsculo, un recién nacido —apenas conocido siquiera entre los propios círculos judíos— que aspiraba a animar a los judíos a mudarse a Palestina, que por entonces era un feudo del imperio otomano. En la década de 1920 todavía no había adquirido relevancia entre la opinión pública en general. Era, pues, fácil que una mayoría de los lectores interpretara que el Primer Congreso Sionista era ni más ni menos que una asamblea colectiva de la comunidad judía mundial, aunque de hecho tal cosa no existía.
Los «protocolos» documentan un total de veinticuatro sesiones, resumidas mediante una serie extensa de párrafos muy breves. Empiezan afirmando que en todas partes los adeptos del mal son más numerosos que los del bien y que el mundo está regido por la fuerza y el dinero. Como «nosotros» —léase: «los judíos»— controlamos el dinero mundial, por lo tanto, controlamos el mundo. La ley que vale es la ley del más fuerte y para gobernar a las masas ciegas debemos actuar sin restricciones morales. Optaremos, pues, por los métodos del terror y el engaño y, para hacernos con el poder, destruiremos los privilegios de la aristocracia e impondremos en su lugar el gobierno de nuestros banqueros e intelectuales. Como también dominamos la prensa, podremos socavar las creencias que garantizan la estabilidad social; no en vano ya hemos triunfado en la propagación de las perniciosas doctrinas de Marx, Darwin y Nietzsche. Nuestros periódicos y libros actúan de un modo similar: dividen a la sociedad sembrando la discordia y minando la confianza en el gobierno, al enrolar a las masas en movimientos subversivos como el anarquismo, el comunismo y el socialismo. Al mismo tiempo, al fomentar una despiadada guerra económica de todos contra todos en el mercado libre, logramos que los gentiles no centren su atención en los auténticos señores de la economía (esto es: nosotros). Ejerceremos nuestra influencia para destruir la industria creando nuestros propios monopolios, animando a gastar sin mesura y especular sin prudencia, y aumentando la inflación. Crearemos una carrera armamentística y provocaremos guerras destructivas. A la postre, los gentiles se habrán empobrecido tanto que no podrán oponerse a nuestro asalto.