Miguel Martorell
Es catedrático de Historia en la UNED . Ha publicado, entre otros libros, Historia de la peseta. La España contemporánea a través de su moneda (Planeta, 2001), José Sánchez Guerra. Un hombre de honor (1859-1935) (Marcial Pons, 2011) y Duelo a muerte en Sevilla (Ediciones del Viento, 2016). También es coautor, junto con Santos Juliá, de Manual de historia política y social de España (1808-2018) ( RBA - UNED , 2019).
Han pasado setenta y cinco años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y no hay semana que no aparezca alguna noticia sobre reclamaciones de las víctimas del expolio nazi o sus descendientes, a estados o museos de todo el planeta, para recobrar las obras de arte robadas durante la contienda.
¿Cómo llevó a cabo el Tercer Reich este saqueo de obras de arte, el más grande de la historia? ¿Cuáles fueron sus vínculos con el Holocausto? El expolio nazi analiza en detalle el funcionamiento de la gran maquinaria depredadora dirigida por Adolf Hitler y Hermann Goering, e integrada por directores de museos y galeristas, funcionarios y militares, especuladores y mafiosos. Lejos del amor al arte, muchos de ellos actuaron por afán de poder y ánimo de lucro, impulsos que alentaron un alto grado de violencia y corrupción.
El banquero alemán Alois Miedl, marchante de Goering, fue uno de los protagonistas de aquella trama. A través de su vida, este libro explica en qué consistió el expolio nazi. También qué papel desempeñó España en la dispersión de los bienes saqueados, pues Miedl halló aquí refugio al acabar la guerra e introdujo de contrabando un número indeterminado de pinturas cuyo paradero aún hoy desconocemos. No fue el único: por aquellos días, los contrabandistas de arte procedentes del Tercer Reich campaban por España con la complicidad de la dictadura franquista y en varias galerías del país podían hallarse pinturas procedentes del expolio.
Edición al cuidado de María Cifuentes
Publicado por:
Galaxia Gutenberg, S.L.
Av. Diagonal, 361, 2.º 1.ª
08037-Barcelona
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www.galaxiagutenberg.com
Edición en formato digital: marzo de 2020
© Miguel Martorell, 2020
© Galaxia Gutenberg, S.L., 2020
Imagen de portada: © Estudio Pep Carrió, 2020
Conversión a formato digital: Maria Garcia
ISBN : 978-84-18218-02-6
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Índice
Para Emilio,
que siempre está ahí,
y para Francisco,
María y Alicia.
Introducción
Acaba de comenzar el año 2020 y estoy sentado ante mi ordenador, listo para escribir la introducción de este libro, que entregué a la editorial hace unas semanas. Trasteando por Internet, consulto el boletín mensual de lootedart.com, una web que recopila noticias sobre saqueos, robos y pillaje de obras de arte, y que dedica parte de su contenido al expolio acometido por los nazis entre 1933 y 1945. Aunque intuyo lo que voy a encontrar, sigue sorprendiéndome que hayan pasado setenta y cinco años tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, u ochenta y siete desde que los nazis llegaron al poder, y el expolio nazi y sus secuelas sigan tan presentes en nuestra vida cultural.
La parte más llamativa de esta vigencia son los pleitos entablados por las víctimas, o sus herederos, contra estados y museos de todo el planeta para recuperar los bienes expoliados: en lo que va de enero he contabilizado una quincena de referencias relacionadas con estas reclamaciones... ¡Solo en dos semanas! Pero no todo se reduce a litigios. En el otoño de 2019, por ejemplo, coincidieron en el tiempo una exposición en el Memorial de la Shoah de París sobre el mercado artístico francés durante la ocupación alemana; otra en el Museo Victoria & Albert de Londres sobre bienes culturales incautados por el Tercer Reich y una más en el Centro de Educación sobre el Holocausto, de Vancouver, sobre obras de arte requisadas a los judíos alemanes, en 1938, durante la Noche de los Cristales Rotos. Y solo cito tres, pero hubo más. Por otra parte, el expolio ha conquistado un puesto en nuestro imaginario cultural y protagoniza novelas (Los pacientes del doctor García, Almudena Grandes, 2018), relatos biográficos (Calle La Boétie 21, Anne Sinclair, 2013) o películas (The Monuments Men, George Clooney, 2014; La dama de oro, Simon Curtis, 2015).
Lo cierto es que la omnipresencia actual encubre décadas de olvido y desidia, pues hasta finales del siglo pasado casi nadie se interesó por el expolio, un asunto relegado, cerrado en falso tras la Segunda Guerra Mundial y congelado entre los hielos de la Guerra Fría. Su resurrección tuvo que ver con la caída del Muro de Berlín. También con la constatación de que se extinguía la última generación de víctimas del Holocausto. Fue entonces cuando las organizaciones internacionales judías redoblaron su lucha para lograr que los supervivientes obtuvieran una reparación simbólica, y compensaciones económicas, por parte de las grandes empresas alemanas que los utilizaron como mano de obra esclava durante el Tercer Reich, o de los bancos suizos que se quedaron con sus cuentas bancarias tras la guerra. Al tiempo, mediada la década de los noventa, la obra de historiadores como Lynn H. Nicholas o Jonathan Petropoulos, y de periodistas como Héctor Feliciano, evidenció la magnitud del expolio nazi de obras de arte y constató que muchos estados y museos aún poseían bienes culturales requisados por el Tercer Reich. Solo a partir de este momento comenzaron las reclamaciones de las víctimas, o de sus descendientes.
Mi relación con el tema se remonta a aquellas fechas. A comienzos de 1998, el historiador Pablo Martín Aceña me hizo una propuesta que no dudé en aceptar: quería que averiguase cuál había sido la implicación española en el expolio de bienes artísticos llevado a cabo por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El encargo venía por cuenta de un organismo interministerial, del que Martín Aceña era miembro e investigador principal: la Comisión de Investigación de las Transacciones de Oro Procedente del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial, presidida por Enrique Múgica Herzog. El año anterior yo había trabajado como investigador contratado para la Comisión Múgica, en un grupo de investigación que integrábamos Elena Martínez, Begoña Moreno y yo, y dirigida por Martín Aceña: en diciembre de 1997 terminamos un informe sobre las transacciones de oro entre la España franquista y el Tercer Reich. De la investigación sobre el pillaje artístico nazi me encargué en solitario, y justo un año después, en diciembre de 1998, entregué a la comisión el informe «España y el expolio de las colecciones artísticas europeas durante la Segunda Guerra Mundial».
Me cuesta creer que hayan transcurrido más de veinte años desde aquel momento. Entonces yo era un joven investigador que daba sus primeros pasos en la carrera. Ni siquiera había terminado mi tesis doctoral, en la que me volqué al finalizar mi colaboración con la Comisión Múgica. Después pensé más de una vez en volver sobre el expolio, pero cada vez que me iba a lanzar se cruzaban por el camino nuevas propuestas, nuevos compromisos, nuevas tentaciones que postergaban el asunto una y otra vez... Mi amiga Marisa González de Oleaga suele decir que uno no elige qué libro quiere hacer en cada momento, sino que son los libros quienes nos eligen a nosotros. Quizás tenga razón, porque hace un lustro tuve la certeza de que había llegado el momento de embarcarme en este proyecto de una vez por todas, sin más extravíos ni dilaciones. Puede que la espera haya merecido la pena. Creo que, de haber acometido el libro en aquellos primeros años de mi carrera, el resultado hubiera sido más pobre, más romo. Al fin y al cabo, aunque solo sea por perseverancia, algo he aprendido sobre mi oficio durante estos años...