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Teresa Carpenter - La chica de la mafia

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Teresa Carpenter La chica de la mafia
  • Libro:
    La chica de la mafia
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1991
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La chica de la mafia: resumen, descripción y anotación

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La joven Arlyne Brickman solo necesitó el boleto trucado de una rifa para acceder al mundo del hampa neoyorquino. Su anhelo de convertirse en la nueva Virginia Hill, la archiconocida novia del gánster Bugsy Siegel, la empujó a codearse con los «chicos listos», los mafiosos italianos que controlaban el barrio del Lower East Side. Y ella, que soñaba con una vida llena de glamur y emoción, se pegó a ellos. Mensajeros, boxeadores, traficantes y sicarios se cruzaron en su camino hasta que dos peces gordos: John Gotti y Anthony Scarpati le abrieron las puertas de las familias mafiosas más célebres de Nueva York: los Gambino y los Colombo. Y Arlyne, que por el hecho de ser mujer no tenía buenas cartas en aquella partida, sacó el máximo provecho de la situación. La chica de la mafia nos permite descubrir los entresijos del hermético mundo del crimen organizado y ahondar en el papel de las mujeres que quisieron ser mafiosas.

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Introducción

Cuando a primera hora de aquella tarde llegué al apartamento de Arlyne Brickman, las cortinas estaban corridas, y tras ellas, el brillante sol tropical dejaba la habitación en una especie de crepúsculo perpetuo. Todo estaba perfecto, impoluto y ordenado, como si fueran los aposentos de una monja. La única evidencia de vida era una librería de cristal que albergaba tres volúmenes: Wiseguy, Donnie Brasco y Mob Star. En la cocina reinaba la misma austeridad, excepto por un ramillete de crisantemos violetas.

—¡Son preciosos! —comenté, acariciando uno de los pétalos.

—Teresa —respondió Arlyne—, ¿no sabes que las putas viejas siempre tienen flores frescas para sentirse limpias?

Sonreía de oreja a oreja.

Cuando mi rolliza y pelirroja anfitriona se califica a ella misma de «puta», lo hace de un modo literal. Durante algún tiempo trabajó como acompañante bajo la tutela de una meretriz de Manhattan. Sin embargo, durante nuestro primer encuentro, en julio de 1988, comprendí que también utiliza dicha crítica cruel y autoinfligida de forma más universal, con el sentido de que ha vivido una vida ajena a la tiranía de la reputación. En el mejor y en el peor de los sentidos del término, Arlyne Brickman es una criminal.

La célebre señora Brickman me había llamado la atención poco antes aquel mismo verano, cuando empecé a oír las historias de sus aventuras en el mundo del hampa de Nueva York. No se trataba únicamente de una «princesa de la mafia», hija de un extorsionista judío del Lower East Side con buenas conexiones. Ni tampoco de que solo estuviera «casada con la mafia» por sus asociaciones carnales con un buen puñado de gánsteres. Arlyne se había convertido por derecho propio en mafiosa y se había introducido en los implacables bajos fondos dominados por los hombres, primero como recadera y después como propietaria de un floreciente negocio de apuestas. Más tarde, por miedo, por venganza y por poder, se convirtió en confidente. Durante más de una década llevó encima micrófonos de la policía de Nueva York y Nueva Jersey, así como los de algunos organismos federales, incluido el FBI. Sus misiones de vigilancia de la familia Colombo culminaron en 1986 con la condena de uno de los principales lugartenientes de Carmine Persico.

Veinticuatro meses después, a la edad de cincuenta y cuatro años, Arlyne decidió que había llegado el momento de inmortalizar sus hazañas en un libro. Por suerte, la idea de una primera persona y un escritor por encargo no se incluía entre sus favoritas. Lo que tenía en mente era un autor independiente con carta blanca para escribir un libro sobre ella. Resultó que Arlyne, sorprendentemente, demostró un sofisticado instinto editorial e intuyó que el relato sería más creíble si se presentaba bajo aquel formato.

En una primera instancia, contactó con mi marido, un reportero de investigación y escritor, quien, después de hablar con ella por teléfono, quedó fascinado por su historia. «Aunque me parece que es más de tu estilo», dijo, volviéndose hacia mí. Se refería a mis diez años como reportera de sucesos en el Village Voice, en los que había llegado a forjarme una carrera en el estudio de chicas malas. En concreto, de aquellas nacidas en casas «buenas» y con expectativas de clase media, pero que, de alguna manera, se desviaban hacia un camino de crímenes, prostitución y perversidad. Estoy segura de que esta inclinación se cimienta en el hecho de haberme librado «por la gracia de Dios» de tomar ese mismo camino. Aunque eso no es todo. He descubierto que admiro a dichos sujetos de investigación de tan mala fama. En su mayor parte, son mujeres de considerable energía e iniciativa. Pese a su aparente docilidad, Dorothy Stratten, la Chica Playboy cuya corta vida y trágica muerte relaté en 1980 en las páginas del Voice, parecía destinada a convertirse en alguien. Lo mismo se podría decir de Robin Benedict, la antiheroína de mi libro anterior, Missing Beauty. Benedict se extravió en la órbita de un chulo que advirtió no solo su belleza, sino también su empuje, y la convirtió en una exitosa acompañante. (Dicho empuje tuvo consecuencias letales: Benedict fue asesinada a manos de uno de sus amantes, un eminente biólogo de investigación). Para una mujer, los sótanos del hampa a menudo ofrecen oportunidades que no se encuentran en el mundo normal.

Y eso resultaba de lo más evidente en el caso de Arlyne Brickman.

Desde que tenía doce años, a Arlyne la movió una ambición casi fanática por convertirse en mafiosa. Aunque resulte difícil imaginar que una chica se proponga deliberadamente convertirse en una gánster, quizá sea más sencillo si se entiende el lugar y la época en que la joven Arlyne Weiss pasó sus primeros años. El Lower East Side de principios de siglo era un barrio de poco más de kilómetro y medio cuadrado que albergaba a miles de inmigrantes procedentes del sur y este de Europa. Para la mayoría de los jóvenes de aquel barrio atestado, la búsqueda del sueño americano tomó allí la forma de apuestas ilegales, estraperlo y contrabando. El East Side, por lo tanto, se convirtió en un refugio de bandidos y, en última instancia, en el lugar de nacimiento de la mafia, tanto la italiana como la judía. Durante la década de los treinta y los cuarenta, el padre de Arlyne hizo fortuna a base de chanchullos, pero su principal anhelo fue que respetaran a sus dos hijas. La menor optó por una vida de rectitud. En su posición de hermana mayor, Arlyne tuvo la oportunidad de hacer lo mismo, pero rehusó y prefirió seguir el ejemplo de su abuela materna, propietaria de una funeraria en el barrio y una mujer de influencia y encanto considerables, que también era la benefactora de una banda de mafiosos que se reunían en su sótano. Se deleitaba abiertamente con la «vida del East Side» y animaba de manera tácita a su nieta a seguir sus pasos.

La imaginación de Arlyne también fue espoleada por las publicitadas hazañas de Virginia Hill, la novia pelirroja y extravagante de Bugsy Siegel. Durante su apogeo, Virginia elevó e hizo más sutil el estatus de amiguita de gánster al de celebridad nacional. Un periódico la bautizó como «la mujer con más éxito de toda América». No es de extrañar que la joven Arlyne Weiss no imaginara vocación más elevada que la de novia de mafioso.

La descripción del puesto de trabajo era vaga. Una mob girl tenía que ser guapa, puesto que pasaba gran parte de su tiempo sirviendo de «mujer objeto», colgada del brazo de un gánster. Tenía que ser de fiar, puesto que a menudo se la enviaba a hacer recados y a entregar mensajes. Esto era particularmente importante en una época en la que, gracias a que los investigadores federales habían desarrollado una gran habilidad en pinchar teléfonos, las llamadas ya no eran seguras. Oficiar de amante y confidente, una amante cum geisha cuya constante compañía proporcionaba al matón cierto alivio de los requerimientos de la vida familiar, a menudo genuinamente tradicional. A cambio de sus servicios, recibía regalos, estatus y —por lo que Arlyne pudo discernir de las hazañas de su abuela y de las columnas de cotilleos sobre su ídolo, Virginia Hill— respeto.

Antes de cumplir catorce años, Arlyne empezó a frecuentar con aires seductores los bajos fondos, y con veinte, ya se había acostado con más de cincuenta matones del Lower East Side, algunos de ellos mafiosos judíos de su mismo clan. Sin embargo, durante la mayor parte de su vida adulta, Arlyne mostró una marcada preferencia por los hombres de origen italiano, los cuales se encontraban técnicamente fuera de su alcance, lo que los hacía infinitamente más deseables. Siempre consciente de su estatus, amasó una lista de conquistas que incluyeron a Tony Mirra, sicario del célebre Bonanno y, brevemente, a Joe Colombo. Aunque, como la propia Arlyne aprendería durante sus más de treinta años en el mundo del hampa, resultaba considerablemente más sórdido vivir el sueño de ser una chica de la mafia que imaginarlo.

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