Clinton Richard Dawkins (Nairobi, 26 de marzo de 1941) es un etólogo, zoólogo, biólogo evolutivo y divulgador científico británico. Fue titular de la cátedra Charles Simonyi de Difusión de la Ciencia en la Universidad de Oxford hasta 2008.
Es autor de El gen egoísta, obra publicada en 1976, que popularizó la visión evolutiva enfocada en los genes, y que introdujo los términos meme y memética. En 1982, hizo una contribución original a la ciencia evolutiva con la teoría presentada en su libro El fenotipo extendido, que afirma que los efectos fenotípicos no están limitados al cuerpo de un organismo, sino que pueden extenderse en el ambiente, incluyendo los cuerpos de otros organismos. Desde entonces, su labor divulgadora escrita le ha llevado a colaborar igualmente en otros medios de comunicación, como varios programas televisivos sobre biología evolutiva, creacionismo y religión.
En su libro El espejismo de Dios, Dawkins sostenía que era casi una certidumbre que un creador sobrenatural no existía; y que la creencia en un dios personal podría calificarse como un delirio, como una persistente falsa creencia. Dawkins se muestra de acuerdo con la observación hecha por Robert M. Pirsig en relación a que «cuando una persona sufre de un delirio se llama locura. Cuando muchas personas sufren de un delirio se llama religión».
richarddawkins.net
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¡D EMASIADOS DIOSES !
¿Cree usted en Dios?
¿En cuál de ellos?
A lo largo de la historia se ha venerado a miles de dioses en todo el mundo. Los politeístas creen en un montón de dioses al mismo tiempo (en griego, theos es «dios» y poly, «muchos»). Wotan (u Odín) era el principal dios de los vikingos. Otros dioses vikingos eran Balder (el dios de la belleza), Tor (el dios del trueno con su poderoso martillo) y su hija Trud. Tenían diosas como Snotra (diosa de la sabiduría), Frigg (diosa de la maternidad) y Ran (diosa del mar).
Los antiguos griegos y romanos también eran politeístas. Sus dioses, al igual que los de los vikingos, eran muy humanos, dotados de los intensos deseos y emociones que caracterizan a nuestra especie. Los doce dioses y diosas griegos se suelen emparejar con sus equivalentes romanos que se pensaba realizaban las mismas tareas, como Zeus (el Júpiter romano), rey de dioses, con sus rayos; Hera, su esposa (Juno); Poseidón (Neptuno), dios del mar; Afrodita (Venus), diosa del amor; Hermes (Mercurio), mensajero de los dioses, que volaba gracias a sus sandalias aladas; Dionisio (Baco), dios del vino. De las principales religiones que sobreviven en la actualidad, el hinduismo también es politeísta, y cuenta con miles de dioses.
Una gran cantidad de griegos y romanos pensaban que sus dioses eran auténticos —les rezaban, sacrificaban animales en su honor, les daban las gracias por la buena fortuna y les maldecían cuando las cosas iban mal—. ¿Cómo sabemos que esas antiguas personas no tenían razón? ¿Por qué ya nadie cree en Zeus? No podemos saberlo a ciencia cierta, pero la mayoría de nosotros estamos lo bastante seguros para afirmar que somos «ateos» con respecto a todos esos dioses antiguos (un «teísta» es alguien que cree en dios —o dioses— y un «ateo» —o «ateísta», la «a» significa «no»— es alguien que no cree en ellos). Los romanos decían que los primeros cristianos eran ateos porque no creían en Júpiter, en Neptuno o en cualquiera de sus dioses. En la actualidad, utilizamos esa palabra para las personas que no creen en ningún dios.
Al igual que usted, espero, yo no creo en Júpiter, Poseidón, Tor, Venus, Cupido, Snotra, Marte, Odín o Apolo. No creo en los antiguos dioses egipcios, como Osiris, Tot, Nut, Anubis o su hermano Horus, del que, al igual que de Jesús y de muchos otros dioses de todo el mundo, se dijo que había nacido de una virgen. No creo en Hadad, Enlil, Anu, Dagón, Marduk ni en ninguno de los antiguos dioses babilonios.
No creo en Anyanwu, Mawu, Ngai, ni en ninguno de los dioses del sol de África. Ni tampoco en Bila, Gnowee, Wala, Wuriupranili, Karraur ni en ninguna de las diosas del sol de las tribus aborígenes australianas. No creo en ninguno de los muchos dioses y diosas celtas, como Edain, la diosa irlandesa del sol, o Elatha, el dios de la luna. No creo en Mazu, la diosa china del agua, o Dakuwaqa, el dios tiburón de Fidji, o Illuyanka el dragón del océano de los hititas. No creo en ninguno de los cientos y cientos de dioses del cielo, de los ríos, del sol, de las estrellas, de la luna, del tiempo, del fuego, de los bosques… demasiados dioses en los que no creer.
Y no creo en Yahvé, el dios de los judíos. Pero es bastante probable que usted sí, si fue criado como judío, cristiano o musulmán. El dios judío fue adoptado por los cristianos y (con el nombre árabe de Alá) por los musulmanes. El cristianismo y el islam son descendientes de la antigua religión judía. La primera parte de la Biblia cristiana es puramente judía, y el libro sagrado de los musulmanes, el Corán, deriva parcialmente de las escrituras judías. Esas tres religiones, el judaísmo, el cristianismo y el islam, a menudo son agrupadas bajo el nombre de religiones «abrahámicas», porque las tres se remontan al mítico patriarca Abraham, quien también es venerado como el fundador del pueblo judío. Nos volveremos a topar con él en un capítulo posterior.
Esas tres religiones son consideradas monoteístas porque sus miembros afirman creer en un único dios. Y digo «afirman» por varias razones. Yahvé, el dios dominante de la actualidad (razón por la cual escribiré Dios, con «D» mayúscula), empezó desde abajo, como dios tribal de los antiguos israelitas, quienes creían que les cuidaba por ser ellos su «pueblo elegido». (Es un accidente histórico —la legalización del cristianismo por parte del Imperio romano después de que el emperador Constantino se convirtiera en el año 312 d. C.— que llevó a que Yahvé fuera adorado por todo el mundo en la actualidad). Las tribus vecinas tenían sus propios dioses, que, según creían, les proporcionaban una protección especial. Y, aunque los israelitas adoraban a su propio dios tribal Yahvé, esto no implicaba necesariamente que no creyeran en los dioses de las tribus rivales, como Baal, el dios de la fertilidad de los canaanitas; tan solo pensaban que Yahvé era más poderoso —y también extremadamente celoso (tal como veremos más adelante): pobre de ti si te pilla flirteando con alguno de los demás dioses—.
El monoteísmo de los cristianos y musulmanes modernos es también bastante sospechoso. Por ejemplo, creen en un «demonio» malvado llamado Satanás (cristianismo) o Shaitán (islam). También se le conoce por toda una serie de nombres, como Belcebú, Satán, el Maligno, el Adversario, Belial o Lucifer. No lo consideran un dios, pero sí creen que posee poderes como los de un dios y que está librando, junto a sus fuerzas del mal, una titánica guerra contra las fuerzas del bien de Dios. A menudo, las religiones heredan ideas de religiones más antiguas. La idea de una guerra cósmica del bien frente al mal proviene probablemente del zoroastrismo, una religión temprana fundada por el profeta persa Zoroastro, que influyó en las religiones abrahámicas. El zoroastrismo era una religión con dos dioses, el dios bueno (Ahura Mazda) batallando contra el dios malvado (Angra Mainyu). Todavía quedan algunos zoroastrianos, sobre todo en la India. Pero esta es otra religión en la que tampoco creo y en la que seguramente usted tampoco.
Una de las acusaciones más peculiares dirigidas a los ateos, especialmente en Estados Unidos y en los países islámicos, es que adoran a Satanás. Por supuesto, los ateos no creen en dioses malvados más de lo que creen en los buenos. No creen en nada sobrenatural. Solo las personas religiosas creen en Satanás.