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Sir Thomas Browne - Religio Medici e Hydriotaphia

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Sir Thomas Browne Religio Medici e Hydriotaphia
  • Libro:
    Religio Medici e Hydriotaphia
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1643
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Religio Medici e Hydriotaphia: resumen, descripción y anotación

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«A mí me gusta abandonarme a los misterios, perderme en ellos, hacer llegar a mi razón hasta un O altitudo».

Forjador de palabras y frases de ingenio shakespeariano y poseedor de una erudición laberíntica, sir Thomas Browne es uno de los mayores estilistas de la literatura inglesa, cuya voz sigue retumbando, con sonoridad e identidad propia, en los pabellones de la historia literaria.

Este volumen recoge sus obras más célebres: La religión de un médico, donde estudia la relación entre su profesión médica y la profesión de la fe cristiana; y El enterramiento en urnas, una meditación acerca de la mortalidad. Cierra el volumen el breve ensayo De los sueños, un maravilloso texto de inspiración montaigneana.

Javier Marías, uno de los escritores españoles contemporáneos más conocido y prestigioso, pone su firma en esta excelente edición. Asimismo, hace gala de su gran maestría como traductor, acercándonos a una obra profunda e inteligente.

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A mi digno y respetado
caballero Thomas Le Gros,
de Crostwick1


C uando la pira funeraria se apagaba, y tocaba a su fin la despedida postrera, los hombres decían un adiós duradero a sus inhumados amigos, poco imaginando que la curiosidad de futuros tiempos hablaría de sus cenizas; y, no teniendo antigua experiencia de la duración de sus restos, no anticipaban estas ulteriores consideraciones.

Pero ¿quién conoce el destino de sus huesos, o cuántas veces habrá de ser enterrado? ¿Quién posee el oráculo de sus cenizas, o sabe hasta dónde habrán de esparcirse? Los restos de muchos yacen, como las ruinas de Pompeyo y meridiano, sólo han recorrido unas pocas millas de tierra conocida entre ti y Polo.

Que los huesos de Teseo se vieran de nuevo en Atenas no estaba fuera de la conjetura y la razonable esperanza; pero que éstos surgieran tan oportunamente para servirte a ti fue un golpe del destino, y un honor que la predicción no cuenta.

No podemos sino desear que estas urnas pudieran tener el efecto de las vasijas teatrales, y de las grandes urnas del Hipódromo de Roma) entre nosotros.

No las ofrecemos como una visión extraña, o como un espectáculo desconocido a tus ojos, que han contemplado las mejores urnas y la más noble variedad de cenizas; a ti, que eres no escaso dueño de antigüedades, y que puedes a diario dominar el panorama de tantos rostros imperiales5: los cuales elevan tus pensamientos hacia las cosas antiguas, y a la consideración de los tiempos a ti anteriores, cuando hasta los hombres vivos eran antigüedades; cuando los vivos podían exceder a los muertos, y de dejar este mundo no podía decirse con propiedad que fuera engrosar el mayor número, da poca importancia a los millares.

Nos lo sugirió la ocasión, no es que aprovecháramos la oportunidad para escribir de las cosas antiguas, o que nos inmiscuyéramos en las labores del anticuario. Escasamente nos atraen las disertaciones sobre antigüedades a quienes poco tiempo tenemos por delante para comprender las cosas nuevas, o entender las novedades aprendidas. Pero al ver que estas urnas surgían como habían yacido, casi en silencio entre nosotros (al menos, en resumen, al pronto hecho de ellas caso omiso), no estábamos dispuestos a que murieran de nuevo, y a que fueran enterradas dos veces entre nosotros.

Además, guardar a los vivos, y hacer vivir a los muertos, mantener a los hombres alejados de sus urnas y disertar sobre los fragmentos humanos que hay en ellas, no es impertinente a nuestra profesión, cuyo estudio es la vida y la muerte, y que a diario vemos ejemplos de la mortalidad, y que de todos los hombres somos los que menos necesitamos recordatorios artificiales, o ataúdes junto a la cama, para que nos vengan a la memoria nuestras tumbas.

Es hora de observar los acontecimientos, y de no dejar que nada notable se nos escape; la indolencia de los días antiguos ha dejado tanto en silencio, o el tiempo ha mutilado de tal forma los anales, que las cabezas más industriosas no hallan tarea fácil en la composición de una nueva Britannia.

Es oportuno mirar atrás hacia los tiempos antiguos, y reflexionar sobre nuestros antepasados. Los grandes ejemplos escasean, y hay que ir a buscarlos al mundo pasado. La inocencia desaparece, y la iniquidad se nos echa encima a grandes zancadas. Ya tenemos bastante quehacer para constituirnos a partir de los tiempos presentes y pasados, y el escenario entero de las cosas apenas nos sirve para nuestra instrucción. Con los remiendos de todas las épocas debe componerse una prenda de virtud completa, de igual manera que todas las bellezas de Grecia no pudieron formar más que una sola y hermosa Venus10.

Cuando los huesos del rey Arturo fueron desenterrados, la vieja raza pudo pensar que en ellos contemplaban originales de sí mismos: con éstos de nuestras urnas nadie puede aquí pretender relación, y en ellos pueden tan sólo ver los restos de aquellas personas que, dando en vida la ley a sus predecesores,11 tras larga oscuridad yacen ahora a merced de ellos. Pero al recordar la primitiva civilización que trajeron a estas regiones, y olvidar los males pasados de hace ya mucho tiempo, protegemos compasivamente sus huesos, y no nos meamos14 en sus cenizas.

Con el ofrecimiento de estas antigüedades no aludimos a las familias antiguas, a las que han sobrevivido en tanto tiempo: lejos de nosotros edificar tu valía sobre los pilares de tus antepasados, cuyos méritos tú ilustras. Honramos tus viejas virtudes —conformes con tiempos a ti anteriores—, que son el blasón más noble. Y teniendo larga experiencia de tu amistosa conversación, desprovista de formalidad huera, plena de libertad, de constante y generosa sinceridad, te considero una gema de la antigua roca, y debo declararme, incluso hasta la urna y las cenizas,

Tu siempre fiel amigo y servidor,

THOMAS BROWNE

Norwich, 1 de mayo15

Al lector

Sin duda sería codicioso de vida el hombre que deseara vivir cuando el mundo tocara a su fin1, y muy poca entereza habría por fuerza de tener quien de la muerte se lamentara en presencia de cuantas cosas la padecen. Si por culpa de la imprenta no hubiera sufrido ya casi todo mortal, o si su tiranía no se hubiera hecho universal, no me habrían faltado motivos de queja; pero en estos tiempos en que yo he vivido para asistir a la más flagrante manipulación de ese invento excelente —el nombre de Su Majestad difamado; el honor del Parlamento desvirtuado; los escritos de ambos impresos de modo tergiversados intempestivo, falseado2— las quejas personales pueden parecer ridículas, y ya pueden los hombres de mi condición sentirse tan incapaces de cometer una afrenta como desesperanzados de verla reparada. Y en verdad que si las obligaciones que tengo para con la insistencia de los amigos, y la pleitesía que debo siempre rendirle a la verdad no hubieran prevalecido en mi interior, mi talante inactivo podría haber hecho algo perpetuo de tales sinsabores; y el tiempo, que va iluminando otros asuntos, me habría aplacado con el remedio de su olvido. Pero como no sólo se imprimen cosas evidentemente falsas, sino que muchas verdaderas se presentan falsamente, en esto último no he podido por menos de considerarme involucrado y afectado; pues aunque no está en nuestra mano enmendar lo primero, sin embargo, al depender de nosotros mismos la reparación de lo segundo, ofrezco ahora al mundo una versión completa y deliberada de esa pieza que con anterioridad se publicó de la manera más inexacta y subrepticia que imaginarse pueda3.

Confieso que esta pieza la había yo compuesto hace unos siete años, junto con algunas otras que le son afines4, para ejercicio y satisfacción personales en mis ratos libres; por serle comunicada a una persona, acabó siendo del dominio de muchas, y en sucesivas transcripciones se la fue corrompiendo hasta que llegó a la imprenta en una versión enormemente alterada. Quien examine esa obra atentamente, y advierta en ella diversas peculiaridades y expresiones muy personales, se percatará con facilidad de que sus miras no eran públicas; y de que, tratándose de un ejercicio de carácter privado destinado a mí mismo, lo que en él se expone era más una memoria para mi propio uso que una pauta o una regla para los demás: y de que si hay en él, por tanto, alguna singularidad que se corresponda con las ideas concretas de cualquier hombre, no las supera; o si la hay que disienta de ellas, en modo alguno las desautoriza y echa por tierra. Dicha obra fue escrita en un lugar tal5, y en condiciones tan desventajosas y precarias, que, lo aseguro solemnemente, desde que la pluma se puso a rasgar el papel hasta que cesó de hacerlo no dispuse de la ayuda de ningún buen libro con el que estimular mi inventiva o aliviar mi memoria; y en consecuencia podría contener numerosos y auténticos deslices que quizá otros ya advirtieron, y desde luego más de los que yo mismo sospechaba. Fue redactada hace muchos años, y manifestaba mis ideas de entonces, que no constituyen ley inmutable para mi juicio en general, el cual sigue desarrollándose en todo momento; y, por tanto, podría haber, en dicha pieza, muchas cosas plausibles según mis antiguas convicciones que ya no resulten conformes con mi yo actual. Hay muchas cosas expuestas de manera retórica, muchas expresiones meramente trópicas que sin embargo ilustraban del modo más justo mis ideas; y en consecuencia hay también muchas cosas que deben tomarse en un sentido laxo y flexible y no ser sometidas al rígido examen de la razón. Finalmente, cuanto se halla contenido en dicha obra está sujeto a la opinión de discernimientos más maduros, y, como ya he declarado6, sólo seguiré suscribiéndolo en la medida en que los juicios más respetables e ilustrados lo sancionen con su autoridad; en favor de cuyas consideraciones he hecho público su secreto y puesto su verdad a disposición de los lectores generosos y magnánimos.

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