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Antonio Colinas - La simiente enterrada

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Antonio Colinas La simiente enterrada
  • Libro:
    La simiente enterrada
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    2005
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La simiente enterrada: resumen, descripción y anotación

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ANTONIO COLINAS La Bañeza León España 1946 es poeta novelista ensayista - photo 1

ANTONIO COLINAS (La Bañeza, León, España, 1946) es poeta, novelista, ensayista, periodista y traductor. Cursó sus estudios de Historia en la Universidad de Madrid y entre 1970 y 1974 ejerció como lector de español en las universidades de Milán y Bérgamo.

Sus primeras publicaciones son de 1969 y pertenecen al género lírico. En 1985 publicó su primera novela, Un año en el sur: Para una educación estética. Entre sus traducciones del italiano se encuentra la obra de Giacomo Leopardi y la poesía completa del Premio Nobel Salvatore Quasimodo. En prensa ha laborado con diarios como El País, ABC o El Mundo.

Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Literatura 1982, el Premio de la Crítica de poesía castellana 1976 y el Premio Nacional de Traducción 2005, concedido por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia.

¿Quién te esclaviza? —preguntó el maestro.

El buscador de la libertad respondió:

Nadie.

Entonces —replicó el maestro— ¿por qué buscas la liberación?

Diálogo zen


Si China es un árbol, el taoísmo es la raíz del árbol. Si no se conoce la raíz, no se conoce China.

Tiang Cheng Yang


Desarrollar un pensamiento que va a cambiar tanto la sociedad oriental como la occidental y que creará el mundo futuro, en el que inevitablemente vamos a tener que hacer nuestra adaptación. Nuestro verdadero viaje en la vida es interior, es cuestión de crecimiento, de profundización.

Thomas Merton

Antonio Colinas, 2005

Editor digital: diegoan

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Volar sobre el mundo inmersos en algo extremadamente irreal de puro real - photo 2

Volar sobre el mundo inmersos en algo extremadamente irreal de puro real - photo 3

Volar sobre el mundo inmersos en algo extremadamente irreal de puro real. Anulación del tiempo y del espacio al saber que pasamos sobre Varsovia y, unos instantes después, lo hacemos sobre Moscú. En realidad, cuando estoy escribiendo estas páginas nos encontramos encima de Omsk y, muy pronto, allá al fondo de una sutil infinidad de manchas luminosas, podremos imaginarnos los Himalayas, y de madrugada nos espera Pekín.


Releo El secreto de la flor de oro, la interpretación que Jung —maravillosa y lucidísima, como todas las suyas— le dio a este texto chino que le proporcionó el sinólogo Richard Wilhelm. Sólo en un texto así podría concentrarme al saber que estoy volando entre Europa y Asia. A raíz de este viaje a China he pensado mucho en lo que le debo a la poesía y al pensamiento de este país y, en concreto, a un notable grupo de traductores y especialistas. Cierro los ojos, hago el ejercicio de rescatar de mi memoria los títulos más influyentes y creo que son los que siguen: las versiones del Tao Te King (Dao de jing), de Lao Tse (Laozi), hechas por Richard Wilhelm, Carmelo Elorduy y José Ignacio Preciado; las del I Ching (Zhouyi), Libro de los Cambios o de las Mutaciones, de estos tres mismos traductores. De las dos últimas, una es más espiritual y la otra más científica (hasta en las versiones del Tao nos encontramos con la inevitable dualidad). También Preciado tradujo el Tratado de la perfecta vacuidad, de Lie Zi. Y las versiones del Libro del maestro Chuang-Tzu, otra vez de Elorduy y de Preciado.

Los Cuatro Libros de Confucio, en la versión de Farrán y Mayoral (1956), y las versiones de este mismo autor chino, de Mencio y de los trataditos anónimos La gran enseñanza y El justo medio, debidas a Joaquín Pérez Arroyo (1981); la antología de poemas chinos preparada por Marcela de Juan y el Romancero chino o Libro Clásico de la Poesía (Shijing), por Elorduy. También de éste es la traducción de la Política del amor universal, de Mo Ti. Un temprano tratado de estética china y de teoría esencial de la literatura es El corazón de la literatura y el cincelado de dragones, de Liu Xie, monje budista de los siglos V-VI, obra muy bella, rara y sutil en su género, que ha traducido Alicia Relinque.

Recordaría algunos ensayos decisivos, centrales, que —de haber nacido en otros países— hubieran dado gran gloria a su autor, pero que aquí, entre nosotros, siguen sepultados en el olvido y esperando su reedición. Me refiero a La gnosis taoísta del Tao Te King (1961), Chuang-Tzu, literato, filósofo y místico taoísta (1967) y El humanismo político oriental, las tres obras de Carmelo Elorduy. Estos libros no han tenido desgraciadamente el eco que, por ejemplo, tuvo en Francia El taoísmo y las religiones chinas, de Henri Maspero, ahora editado entre nosotros en versión de Pilar González España y Rosa María López. Lo mismo podríamos decir de Confucio, educador (1965), de J. T. Kung. Y aquí me detengo, pues deseo extraer tan sólo de mi memoria textos esenciales, originarios, en versiones directas, y no la infinidad de textos que a veces nos ofrecen en versiones indirectas o alteradas, o a ensayos epidérmicos.


Tener presente, en todo momento, esta universalidad que proporciona el pensamiento completo y el estar sobrevolando unos espacios que no tienen fronteras. Se trata de dialogar fértilmente con lo que, en principio, nos parece ajeno, pero que no son sino las raíces de lo propio. Darles a estos textos la dimensión que Jung les concedió en sus análisis: saber que estamos hablando de las raíces de nuestra sensibilidad y de nuestro pensamiento, de las raíces de nuestro ser (humano sin más). A la vez, ser conscientes de que hay algo distinto en estos textos, de que vamos hacia una cultura distinta y que, en las diferencias, contrastaremos mejor nuestra sed de conocimiento. El Tao, sí, como expresión de maravillosa unidad, pero que, a su vez, contiene la dualidad (el yin y el yang) y, por extensión lo que Lao Tse reconoció como «los diez mil seres».


Sucesión, desde el avión, de inmensas montañas nevadas. ¿Son de los Urales o ya de Siberia? No veo escrita en ellas la Historia. Sólo veo abierto el libro de la naturaleza y en él hay que leer. En él hay que intuir el qi, la energía que no cesa de dar vida y de quitar vida. Sólo algunos seres que han buscado y que han encontrado la sabiduría parecen haber detenido —¿sólo durante algunos de los instantes o días de una vida?— ese terrible ciclo del florecimiento y de la corrupción. Parece que esos seres, «por tener más alma que las cosas», pueden ir más allá. Gozar de la sabiduría del instante y sentir la plenitud del todo, que es la nada, en las cosas sencillas: en una brisa de pinar, en las aves que pasan contra la nieve o en un vaso de buen vino. Como nuestro Berceo, o como Ch’ien, un poeta de la tierra hacia la que voy, te deseo, lector, que en mis palabras:

aceptes el buen vino que te ofrezco.


Antes veía manchas de luz y tierra, pero ahora sólo veo oscuridad. La pequeña pantalla del avión me indica que estamos en plena Siberia, volando concretamente sobre Novosibirsk. Abajo, todo es noche y, sin embargo, en la oscuridad, aquí y allá, brillan las luminarias de aldeas y ciudades. Podrían ser las aldeas y ciudades de cualquier país, de cualquier continente. Todo es noche y, en ella, como sembrada, la luz de los humanos. Y saber que esas luces apiñadas en la negrura, que intuyo heladora, son una y múltiples, como esa verdad del espíritu que Jung nos explica en sus comentarios al texto chino.


Viendo llegar de Oriente, desde el horizonte ya de China, la madrugada como una dulce marea azul y rosada, escucho el Laudate pueri Dominum de Vivaldi. Es una de esas vivencias que podrían ser artificiales, de no haberme llegado inesperadamente por los auriculares del avión. ¿Por qué esta melodía y en este momento preciso de la madrugada insomne? Lo que es simbólicamente inesperado nos ilumina. El júbilo que siento es delicado e intenso, y lo corona ese «amén», en verdad glorioso, de la melodía. Sobre un mundo sin fronteras y estando cerca del mensaje de la música, sólo me queda repetir en nuestro interior, con el final de la melodía sublime: «Así sea, así sea, así sea…».

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