Antonio Núñez Jiménez - En marcha con Fidel: 1959
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- Libro:En marcha con Fidel: 1959
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1982
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En marcha con Fidel: 1959: resumen, descripción y anotación
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¡LA HISTORIA DEL 95 NO SE REPETIRÁ!
HASTA LOS VIEJOS MUROS de la fortaleza militar de La Cabaña llega el gigantesco clamor del pueblo en marcha victoriosa. Fidel, después de su campaña guerrillera, hace su entrada en la capital de la República. Es el 8 de enero de 1959.
Junto a Che Guevara, jefe de La Cabaña, nuestros ojos están clavados en la Avenida del Puerto, por donde avanza la Columna Uno José Martí. Al frente de la misma, sobre un yip, el Comandante en Jefe, Fidel Castro recibe el homenaje delirante del pueblo.
Con los prismáticos vemos a su lado al comandante Camilo Cienfuegos, jefe del Ejército Rebelde, con su enorme sombrero tejano, su larga barba y su juvenil sonrisa.
Che Guevara, vestido con sencillo uniforme verde olivo, tocado por la boina negra, y la camisa ajustada con una canana de la que pende su pistola 45, observa la escena. En su frente puede verse la huella de una herida sobre el ojo derecho. Tiene el brazo enyesado y en cabestrillo, recuerdo de la campaña de Las Villas. Su rostro pálido demuestra cansancio. La entrada de Fidel lo hace resplandecer con la alegría del triunfo. Desea estar junto a él, pero celoso de su responsabilidad como jefe de la Columna Ocho y de esta fortaleza, se mantiene en La Cabaña disciplinadamente, como Raúl en el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba.
Sólo siete días antes, el Primero de Enero, derrotado el régimen batistiano y con la huida del tirano, se había constituido una junta militar que violaba todas las orientaciones emanadas del mando rebelde. El Jefe de la Revolución ordenó entonces al comandante Camilo Cienfuegos avanzar “con su gloriosa Columna Invasora Número Dos hacia la ciudad de La Habana para rendir y tomar el mando del Campamento Militar de Columbia”, sede del Estado Mayor de la tiranía. El comandante Ernesto Che Guevara “había sido investido en el cargo de jefe de la Fortaleza Militar de La Cabaña y, en consecuencia, debía avanzar con sus fuerzas hacia la ciudad de La Habana rindiendo a su paso las fortalezas de Matanzas”, tal como había ordenado Fidel desde Oriente. Igualmente el Jefe de la Revolución instruyó al comandante Raúl Castro acerca de la rendición de Guantánamo, al mismo tiempo que cursaba órdenes similares a otros jefes rebeldes.
Ante el artero golpe militar producido en La Habana y las pretensiones de sus autores de impedir la entrada de las tropas rebeldes en Santiago de Cuba —vulgar reedición de la orden militar yanqui de prohibir la entrada de las tropas del Ejército Libertador al mando del general Calixto García en Santiago en 1898—, Fidel, revestido de todo el patriotismo de las mejores tradiciones cubanas, expresó en nombre de nuestro pueblo:
Los militares golpistas pretenden que los rebeldes no pueden entrar en Santiago de Cuba. Se prohíbe nuestra entrada en una ciudad que podemos tomar con el valor y el coraje de nuestros combatientes, como hemos tomado otras muchas ciudades. Se quiere prohibir la entrada a Santiago de Cuba a los que han libertado a la patria.
¡La historia del 95 no se repetirá! ¡Esta vez los mambises entrarán en Santiago de Cuba!
“¡La historia del 95 no se repetirá! Esta vez los mambises entrarán en Santiago de Cuba”, dice el Comandante en Jefe Fidel Castro. (Foto archivo Granma.)
Entró en la heroica ciudad, y ahora desfila victoriosamente en La Habana, tras la huelga general revolucionaria con que los obreros respaldaron el llamado de Palma Soriano.
Aquella tarde del 8 de enero, supimos por radio que minutos antes, en el pueblo del Cotorro, Fidel había detenido el automóvil en que viajaba para encontrarse con Fidelito, el hijo que no veía desde los días inciertos de los preparativos del “Granma”.
Aquel abrazo le recordó lo ocurrido en noviembre de 1956, en Ciudad México, cuando al despedirse de su pequeño hijo lo alzó y besó en la frente. La guerra necesaria los separaba. Minutos antes había dicho a sus compañeros:
—Ya estoy con el pie en el estribo. He dado mi palabra, Cuba será libre antes del 31 de diciembre. No queda otro remedio. La juventud arde en deseos de lanzarse a la lucha.
Un periodista de Bohemia, Mario García del Cueto, testigo de la escena, preguntó si podía tomar una foto y el jefe del Movimiento Revolucionario 26 de Julio accedió.
Segundos después Raúl Castro llamaba urgentemente a su hermano. Había que salir de aquella casa, la presencia sospechosa de un grupo de desconocidos ponía en peligro el plan de la insurrección.
—¡Vámonos enseguida! ¿Dónde está Fidelito? —preguntó Fidel, y al verlo expresó con ademán imperativo—: ¡Que llamen un taxi para que lo lleven a su hotel! Parece que la policía sorprendió uno de nuestros cuarteles y están deteniendo a los muchachos. Es posible que vengan a buscarnos.
En su marcha triunfal desde Santiago de Cuba hasta La Habana, Fidel recibe el saludo de su pueblo. (Foto archivo Granma.)
Y después, mirando a su hijo le dijo:
—¡La próxima vez nos veremos en Cuba!
Fidel había acertado una vez más en sus profecías. Con la entrada triunfal en La Habana, ya está al lado de su hijo.
Al llegar a la plazuela de la Virgen del Camino, Camilo, Almeida y otros jefes guerrilleros suben al yip de Fidel y a duras penas pueden avanzar entre la multitud que los saluda.
Repiquetean con su canto de bronce las viejas campanas de La Habana y el coro popular exclama: “¡Fidel, Fidel, Fidel!”, junto a las sirenas de barcos y fábricas.
Detrás de la vanguardia ocupada por Fidel, marchan los bravos guerrilleros de la Columna Uno José Martí, alma máter de todas las demás. Entre los rostros barbudos se ven orientales aindiados. Son los hombres de la Sierra Maestra, muchos de los cuales visitan por primera vez la capital de la República.
No les es fácil llegar hasta la Avenida del Puerto. Todos quieren saludar a sus bravos libertadores y demostrar su cariño y admiración a los que desde las montañas orientales y en las contiendas clandestinas han echado abajo la tiranía.
Desde nuestro mirador de La Cabaña vemos el vehículo de Fidel, siempre rodeado por la multitud, llegar frente al Estado Mayor de la Marina de Guerra. Allí está anclado el “Granma”, y Fidel desea visitarlo. Se baja y, con dificultad, Camilo abre una brecha entre la multitud.
Fidel aborda la nave legendaria en la que con ochenta y dos hombres desafió las olas del Golfo de México y el Mar Caribe para enfrentarse a un ejército de más de cuarenta mil hombres. Las fragatas “Máximo Gómez” y “José Martí”, surtas en la Bahía de La Habana, estremecen el espacio con sus cañonazos de salva.
Al ver la escena, rememoramos que, en los cinco siglos de historia de Cuba, Fidel es el primer cubano que entra triunfalmente y sin tutelaje extranjero en la capital de la República. Recordamos por las páginas de la historia a Máximo Gómez, cargado de gloria, entrando en La Habana con sus heroicas huestes, lo que hizo, no obstante el júbilo popular, como un huésped indeseable del nuevo poder entronizado en la neocolonia. Poco después, el Generalísimo era destituido de su mando, y su Ejército licenciado por los yanquis.
Ahora Fidel entra a la capital en brazos de su pueblo, el arma más poderosa de la Revolución. Y en La Cabaña está el Che.
Continúa la marcha por la Avenida del Puerto, en dirección paralela a esta fortaleza. Le pido de nuevo al Che sus prismáticos. Enfoco el rostro de Fidel. Lo veo de perfil, y, no obstante su avance victorioso, pienso en lo duro que será para él y su pueblo vencer los obstáculos que tienen por delante: el dominio imperialista sobre Cuba, un pueblo atenazado por un alto porcentaje de analfabetismo, un campesinado famélico, comido de parásitos y hambreado; cientos de miles de desempleados, ciudades dominadas por la mendicidad, el vicio, el juego y la corrupción, especialmente en La Habana, prostituida y convertida por el turismo en abyecto centro de juego.
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